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OPINIÓN | ANTÓN BAAMONDE

Nuevo imperio alemán

España, Italia y Grecia pueden venderse baratas. Y Galicia sería la periferia de la periferia

Cuando Helmut Kohl decidió aprovechar la desintegración de la URSS para llevar a cabo la reunificación de Alemania no se trataba de eficiencia. Era una ocasión para cumplir un objetivo impreso en la Constitución de la República Federal. Una de esas carambolas que se producen una vez en cien años —como la invasión de Irak para los kurdos— y, simplemente, la aprovechó. El nacimiento del euro fue la contrapartida, exigida por Mitterrand, para dar luz al nuevo estado que comprometía el equilibrio del continente, al reintroducir en Occidente los antiguos satélites soviéticos. Alemania recuperaba así un hinterland al este. Una percepción que pudo ser confirmada poco después, cuando, en las cruentas guerras balcánicas, la limpieza étnica de la Krajina a cargo de los croatas fue apoyada por alemanes y estadounidenses. Los curiosos pueden consultar esa historia, desde luego no para biempensantes, en El desequilibrio como orden. Una historia de la posguerra fría, 1990-2008 (Francisco Veiga. Alianza Editorial, 2009 ).

Así que dejen de representarse a los alemanes solo como ávidos lectores de Habermas o como desinteresados ingenieros, adictos a la mística de las máquinas. Tal vez deban de leer también El libro más peligroso: la Germania de Tácito (C. B. Krebs. Ed. Crítica. 2011 ), una historia de cómo los alemanes se han visto a sí mismos, como hizo no hace mucho el Café Voltaire, ese curioso club de lectores vigués, formado por auténticos gentlemen y ladies no exentos de veleidades espirituosas. Aunque Jens Weidman, el atildado presidente del Bundesbank, parezca el tipo del hombre solo guiado por consideraciones técnicas, no se fien. Es mentira que uno pueda explicar la actitud del Bundesbank, y por extensión la del BCE, como consecuencia de la aversión a la hiperinflación y a sus consecuencias (el éxito nazi entre la población alemana, al dar empleo a una gente endeudada por la gran depresión). Las causas de la posición alemana hay que buscarlas más cerca, en los años noventa, después de la reunificación, y radican en su interés nacional, tal y como se declina en la época de la desregulación financiera. A Alemania le interesaron en los noventa los tipos de interés bajos, aunque ello condujera a la burbuja inmobiliaria española, regada con dinero alemán. Y, por supuesto, se saltó a la torera los límites de déficit de la UE a comienzos de la década pasada sin que eso constituyese un escándalo. Ahora le interesa la austeridad y la ejecuta. Puede hacerlo, eso es todo.

La UE siempre fue un irse apañando cuando convino. Desde sus comienzos intentó ser algo más que una zona económica, aunque naciese bajo la forma de una comunidad del carbón y el acero. Era una manera de promover intereses comunes entre Francia y Alemania, evitando que a una guerra le siguiera otra. Por otra parte, en Europa era posible una síntesis entre el socialismo democrático y la democracia cristiana, como culturas políticas diferentes de las que provenían del mundo anglosajón y, a la vez, de la URSS. En última instancia, la creación de la Unión Europea ambicionaba ser una alternativa al modelo social y a la hegemonía estadounidense y también a la soviética. Pero jamás se construyó conforme a patrones estrictos. Fue más bien el adaptarse a los intereses cambiantes, sobre todo de Francia y Alemania, lo que determinó su éxito.

¿Por qué, pues, el rigorismo de hoy ? La leyenda se lo atribuye al luteranismo laborioso, opuesto al catolicismo despilfarrador, pero, por supuesto, eso solo es una fantasía cultural, dado que en el pasado reciente se despreció ese rigor cuando convino. Ojalá que la actual inflexibilidad tuviera como motivo solo el deseo de cobrar los dineros que la banca alemana prestó en el pasado. Ese sería el más benigno de los males. Pero, llegados a este punto, uno empieza a calibrar si, una vez más, Alemania no está intentando ganar su oportunidad. De completarse lo que se infiere son sus planes, al final lo que quedará es una Europa de hegemonía alemana, con otro hinterland al sur. El espacio vital germano se ampliaría al modo posmoderno, por la vía del control de las finanzas. En esa hipótesis, España, como Grecia o Italia se devaluará, tal vez un 40%, lo que podría dar lugar, en una segunda oleada, a que las tres penínsulas fuesen compradas, baratas, por los amigos del norte. Galicia, como siempre, sería la periferia de la periferia.

Es una hipótesis que ha formulado Georges Soros. El multimillonario piensa que es probable que Europa se convierta en un imperio alemán. Si Alemania no ayuda a sus socios “las diferencias entre países acreedores y países deudores provocará la depresión permanente de los países arruinados, dependientes de la financiación germana. Podría ser un imperio germano con la periferia como zona de influencia”. En ello parecemos estar. Es una perspectiva inquietante.

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