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OPINIÓN

¿Madrid en crisis?

Parece probable que, financieramente, nos convirtamos en un adosado de Madrid

“No es precisamente un centralismo madrileño lo que España padece, sino un centralismo del estado unitario del que el pueblo madrileño es antes víctima propiciatoria que responsable. Los madrileños, liberales en el sentido hispánico de la palabra, jamás albergaron malevolencia hacia la diversidad de las Españas. El pueblo de Madrid jamás fue unitarista. En Madrid elaboró Pi y Margall su concepción federal de España, que tuvo entre los madrileños muy firmes partidarios, y en 1931 Cataluña contó en Madrid con muy firmes partidarios de su autonomía. Su destino es ser capital federal de los pueblos de España”. Son palabras que escribió, hace mucho tiempo, en 1950, en su exilio mexicano, el viejo socialista Anselmo Carretero. Sería agradable que fuese verdad, que aquella antigua liberalidad siguiese vigente y bien anidada en el corazón de los madrileños.

Pero lo cierto es que, si alguna vez esto fue verdad, parece haberlo dejado de ser hace tiempo. Una vuelta de tuerca al espíritu unitarista la dio Esperanza Aguirre, la Palas Atenea de los conservadores, que consiguió hacer de Madrid, una comunidad que debería ser suprimida y transformada en capital federal, el bastión de la derecha. Pero no sólo ella ha inflado ese globo. Buena parte de la energía de las elites españolas se ha gastado en hacer de Madrid lo que ya ha llegado a ser en las últimas dos décadas: la capital económica de España. Las televisiones, la publicidad y los periódicos, todo lo que gobierna el corazón y la mente de la gente tiene en Madrid su almenar. Material y espiritualmente Madrid está muy cerca de ser París, la gran capital borbónica. Una fuerza centrípeta sin parangón, capaz de absorber y polarizar a toda la península.

La idea del Gran Madrid se forjó en la dictadura de Primo de Rivera, pero Azaña y Prieto le dieron impulso en la República. En 1941 ya se estaba redactando un Plan General que abrió camino a la creación, en 1964, de una gran área metropolitana que hizo de la capital una gran ciudad industrial. En los noventa, con la internacionalización de la economía española, las grandes compañías estatales privatizadas cotizando en bolsa y con el impulso de la burbuja inmobiliaria, las grandes multinacionales escogieron Madrid —y ya no Barcelona— para asentarse. Madrid funda su hegemonía incontestada sobre los beneficios de la capitalidad. En 1999 con menos de un 2% del territorio daba cobijo al 13 % de la población y representaba el 16% del PIB total. José Luis García Delgado en el prólogo al libro Estructura económica de Madrid, publicado por la Comunidad, precisaba la ideología del fenómeno: “Lo que por Madrid se haga, en beneficio de toda España se traducirá”. Es esta una convicción incontrovertible hoy. Pero no lo era en 1900, después de la crisis del 98, ni en 1960, en los años oscuros del franquismo.

Toda España está hoy en trance de revisión. Nada se salva de los abismos de la crisis. Cataluña está en el filo de la navaja, Valencia de la intervención. Galicia en un limbo preelectoral. El fuelle parece faltar. Sólo el País Vasco, con el cupo, respira con calma. Pero, en esa fotografía, lo que se refiere a Madrid se ha hecho público por la fuerza de las cosas. El enorme déficit del ayuntamiento de Madrid —con Gallardón hoy Ministro de Justicia—. El susto de Bankia —pufo archisabido de Aguirre&Blesa—. La duplicación del déficit admitido de la Comunidad de Madrid —con un Consejero de Economía, Beteta, hoy en el Ministerio—. De todo ello nos hemos enterado siguiendo el viejo lema “a la fuerza ahorcan”. Sin la UE, el silencio hubiera sido absoluto. Madrid guarda bien sus secretos.

Una nueva geografía variable se está abriendo paso en España. Sus contornos, sin embargo, son vagos. Ni un hábil boy scout sabría manejar bien la brújula hoy. El espacio está demasiado imantado. La última ocurrencia de Luis de Guindos ha sido crear una gran banca pública, con matriz en Bankia y aledaños en Novobancogalicia y CatalunyaCaixa. Tal vez se trate de crear una gran institución, vertebradora, nutrida por fondos públicos. O tal vez, como arriesga Manel Pérez en La Vanguardia, de un mensaje dirigido a la gran banca: si no acuden en serio a las subastas de las entidades arruinadas pueden tener un gran competidor público. Nada se sabe. En España se hacen continuamente órdagos. Se ignora hasta qué punto Madrid se recuperará del desastre.

Alberto Nuñez Feijóo ha pedido que la solución de Bankia se aplique al Novobancogalicia. Pero sólo se trata de ganar tiempo para no malvenderlo. Al final, el dinero público ha de arreglar el desaguisado de Méndez&Gayoso&tuttiquanti. Galicia ha perdido sus entidades financieras —sólo queda Caixa Rural Galega y el Etcheverría—. Ese es el resumen. Parece probable que, financieramente, nos convirtamos en un adosado de Madrid. Dos gestiones ruinosas en comandita, ambas de futuro incierto. Ese es también el resumen de nuestra historia última.

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