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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Audiencia pública interactiva

Los juzgados y tribunales son los únicos escenarios con espectáculo público de categoría constitucional

José María Mena

Lo dice la Constitución: todos tienen derecho a un proceso público, el procedimiento será predominantemente oral, las actuaciones judiciales serán públicas, las sentencias se pronunciarán en audiencia pública. Así pues, los juzgados y tribunales son los únicos escenarios con espectáculo público de categoría constitucional.

Generalmente, la representación es triste, humilde y repetitiva. Solo interesa a sus desdichados protagonistas. Pero hay temporadas en que, de repente, entran en escena grandes actores cubiertos con lustrosas togas, y notables celebridades. Ahora estamos en una de esas temporadas, como si se hubiera dado la voz de “todos a escena”, o sea, “todos al juzgado”. Camps, Urdangarin, Millet y Garzón, y coros de togados discordantes garantizarán la audiencia sin pestañear de un público ávido, curioso o morboso.

Aunque en ocasiones no lo parezca, este es un teatro interactivo. A veces ópera sublime, a veces cabaret desvergonzado. Jueces instructores y sentenciadores, acusados, acusadores y espectadores intercambian papeles y lugares en el teatro. Bambalinas, escena, coro, concha del apuntador, o platea, son ocupados o desalojados sucesiva e indistintamente por todos ellos.

Hay casos en que unos actores trastocan el papel a otro, contra su voluntad, como le está pasando a Garzón, ahora juez acusado. A veces, además, esos mismos actores cambian el modo de leer el guión, que son las leyes, y quieren echar del coro al trastocado, culpándole de que el coro desentona. Y ha habido escenas surrealistas en que un juez que era instructor aparece inmediatamente después dispuesto a sentenciar, que es como si Pepe, el madridista pisador de manos, saliera de árbitro en el partido de vuelta.

Es como si Pepe, el madridista pisador de manos, saliera de árbitro en el partido de vuelta

Y para escenas de surrealismo interactivo, la valenciana. A pesar de todo lo que hemos oído que se decían por teléfono esos petimetres bien vestidos, y de todo lo que hemos conocido, a Camps le han absuelto unos actores interactivos desde la platea. Pero ya antes le habían dado una beatífica absolución otros doctos actores, alguno de ellos desde la concha del apuntador, sugiriéndole aquello de “amiguito del alma”.

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Está a punto de salir a escena un actor al que ya han calificado como “poco ejemplar”. Mal augurio. En el reparto su compañía le había adjudicado un papel casi de príncipe. Como no le dieron con qué vestirlo, se fue al ropero con unos amigos y se llevaron las mejores prendas. Esto no gustó en la platea interactiva, ni en el palco, hasta ahora tan poco interactivo.

En estas representaciones interactivas todos, o casi todos, acaban mostrándose recíprocamente sus mañas y trucos. Unos exhiben su capacidad de urdir impunes telarañas económicas, políticas y sociológicas, atusadas con gestos y gustos de atildado provincianismo. Otro, todavía con el ropaje ducal que pilló en el ropero, espera que la platea se aburra o se distraiga con la siguiente farsa, y que los del disfraz togado se enreden una vez más discutiendo sobre el sexo de los ángeles, ante la mirada del palco, escasamente interactiva. Y los que juzgan al juez también acaban mostrando sus trucos. Paso libre a los Pepe judiciales, y a las manos sucias callejeras y, si hace falta, donde dije digo, digo Diego. El público, desde una inmensa platea mundial, los descubre y abuchea. Ellos, impertérritos de oficio.

Concluyamos los circunloquios y la fábula, y digámoslo claro. El espectáculo público de este escenario de categoría constitucional está defraudando. Los actores, Camps, Urdangarin, o los del Supremo, generan, sucesivamente, asombro, incomprensión y rechazo. Y, más aún, cuando algún otro actor, como Millet, parece que no sale a escena, y parece que no pasa nada.

La indignación debería ser obligatoria.

José María Mena fue fiscal jefe de Cataluña.

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