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Cuándo una preocupación se convierte en obsesión, y cómo detenerla antes de que sea un problema

Las ideas recurrentes son normales, pero si no se frenan a tiempo pueden requerir ayuda profesional. Así se evita llegar al extremo

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Os Tartarouchos (Getty Images)

Llevas un rato largo pensando —y repasando— cómo llegarás al día 30 este mes, sin dejar de prestar atención a los pomos de las puertas, la encimera de la cocina y cada grifo de la casa, desinfectante en mano. Que no quede ni un virus. Y no es tu única preocupación; tampoco consigues quitarte de encima el agobio de haberte dejado abierta la ventana de la casa de tus padres, ¿y si entran a robar? La cabeza no para... Tranquilidad. Coge aire. No eres la única persona a quien le pasa. Que te asalten las preocupaciones es lo normal, no es una obsesión… Por ahora.

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Nunca habías tenido tantos escrúpulos, así que te preocupa la cantidad de veces que te lavas las manos últimamente, y te sientes un extraño cuando evitas un asiento libre en el autobús solo porque le ves mala cara a la persona que lo ocupaba. Es comprensible después de un par de meses de confinamiento, medio año de pandemia y una espiral informativa que no cesa. Pero también es un poco inquietante. Aún no se cuenta con suficientes datos, pero se sabe que “quienes a principios de año ya reducían sus compulsiones, lavándose menos veces las manos, cogiendo el autobús o realizando solo una comprobación, ahora, con las recomendaciones sanitarias, han retrocedido tres casillas”, dice el psicólogo clínico Enrique García Huete, en referencia a pacientes obsesivos. “En consulta se ve que han vuelto a sus obsesiones hasta el punto de lavarse las manos durante 10 minutos, dañándose la piel”, añade el director de Quality Psicólogos. Hasta ese extremo llegan. ¿Y si te acaba pasando a ti lo mismo? ¿Por qué no las han detenido antes?

El gran problema es que uno no tiene una obsesión de un día para otro. “Al principio son imperceptibles, luego van creciendo, pero no te parecen tan graves; después reconoces que tienes una obsesión e intentas arreglarla tú solo hasta que empiezas a tener problemas en el trabajo, la familia, los amigos…”, resume García Huete. De ahí que reconocer el grado de intensidad es clave para frenarla antes de que comience a ser dañina. Si no supone grandes problemas en la vida cotidiana y uno puede lidiar con ella, es posible dejarla fluir y desbloquearla con técnicas de relajación, control del pensamiento y, sobre todo, con la exposición al miedo del que nace dicha obsesión.

Si esto no funciona, o no se hace nada al respecto, las consecuencias pueden ser desastrosas: “Finalmente llega ese momento en el que tu vida deja de ser vida”. Por eso, porque casi no te das cuenta de su evolución, el tiempo medio que pasa antes de acudir a un profesional es de unos siete años, “cuando ya se está desesperado y no se sabe qué más hacer”. Sin embargo, y aquí está la gran dificultad, “todos tenemos un grado de obsesión”. El veneno está en la dosis.

Tres ejercicios para neutralizarla y una conducta que la alimenta

“Imagínate a una abuela que enciende una velita a la virgen para que a su nieto le vaya bien en el examen. O las tonadillas que se incrustan en tu cerebro y no te puedes quitar de encima. O las culturas que hacen una novena para que llueva. Son ejemplos de actos repetitivos en los que hay un modelo social que los mantiene”, dice el especialista. Añade el ganchillo, otro movimiento repetitivo que se ha revelado sustituto del mindfulness en tiempos de pandemia. No le hacen daño a nadie ni suponen un problema en la vida cotidiana. No hace falta erradicarlas, como sucede con las obsesiones que señala el DSM-5, el manual de referencia de diagnóstico y estadística de los trastornos mentales.

El documento de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) las define como pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes, que se presentan de modo intrusivo e indeseado, causando malestar. Y se ha constatado que giran en torno a contenidos comunes como la religión, la contaminación, las enfermedades, los errores, el orden, la simetría, los pequeños detalles... Son involuntarias y desagradables, y se reconocen claramente porque te roban valioso tiempo de tu día a día. “Has tardado tanto en tus rituales de higiene antes de salir de casa, duchándote y volviéndote a duchar, que no consigues llegar a la hora a tu trabajo”, ejemplifica el psicólogo. O “ya no quedas con tus amigos porque tardas tantísimo en dejar los grifos cerrados, las luces apagadas, el gas desconectado, todo comprobado una y otra vez, que se te pasa la hora”.

Quienes están atrapados en estos pensamientos tratan de ignorarlos o neutralizarlos, para lo que se ayudan con pequeñas triquiñuelas o compulsiones. Por ejemplo, para no contaminarte te lavas las manos no una sino 10 veces. O 60. Es una manera de reducir el malestar y evitar que ocurra un daño que, objetivamente, es improbable. Es decir, si bien estos pequeños engaños solucionan momentáneamente los síntomas del problema, no son la solución y a veces poco, o nada, tienen que ver con la causa de la obsesión: “Piensa en las personas que van recogiendo colillas para evitar un incendio. Es posible que lo produzcan, pero poco probable. O quien va quitando cosas del suelo para que nadie tropiece o el que te coge del codo cada vez que cruza la calle para que no te atropellen, aunque no venga un coche”.

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Casi todas las cosas que nos preocupan no ocurrirán jamás

Una preocupación excesiva deriva en depresión y trastornos de ansiedad

Esta neutralización es contraproducente; puede disminuir la ansiedad, pero a la larga crea un círculo vicioso en el que lo que se supone que es una forma de acabar con la obsesión es aquello que precisamente la alimenta. Al final, en lugar de olvidarla, uno le da más importancia y hace que gane presencia. Para cortar la retroalimentación de esta conducta, claramente perniciosa, se pueden tomar varias precauciones. “Como cuando la ansiedad sube tratas de cortarla comprobando y revisando muchas veces, el primer ejercicio es pensar en lo absurdo de hacerlo [lavarse bien las manos una vez debería bastar, y hacerlo dos debería dar plenas garantías]; lo segundo, reducir poco a poco las comprobaciones. Si tu temor es contagiarte en el autobús, un tercer ejercicio es cogerlo y limpiarte las manos con gel hidroalcohólico tras tocar pomos, barras, puertas..., pero hacerlo una sola vez. Si la obsesión se agrava, es hora de consultarlo, no dejarlo para más adelante, cuando quizá ya sea demasiado tarde”, recomienda el experto. Si no se trata y es intensa, terminará cronificándose.

Unas personalidades son más vulnerables que otras

Es fácil obsesionarse con una aspiración, una persona o un objeto... pero no tanto llegar a tener una obsesión de manual (del DSM-5, por ejemplo). Para alcanzar a ese extremo hace falta que confluyan varias circunstancias. La genética es una de ellas: “La mayoría de las personas obsesivas son muy emocionales, intensas, con dificultad para controlar sus impulsos. Ello tiene una base biológica, es decir, los genes predisponen”. El ejemplo también es clave, y deja huella con influencias como la que marca la exposición a “modelos obsesivos en casa, que transmiten los valores del orden, las normas, de no cometer errores”, dice el psicólogo.

García Huete añade que las personalidades muy autoexigentes, perfeccionistas, rígidas, demasiado ordenadas, inflexibles y reacias a delegar tareas son más propensas: “Casi un 25% de ellas termina desarrollando un TOC”, un Trastorno Obsesivo Compulsivo. Les lleva más tiempo hacer las cosas porque hasta que no estén perfectas no las dan por acabadas, lo que, poco a poco, les lleva a entrar en un bucle de obsesiones. “Si acabas un trabajo, lo entregas y tu jefe te dice que está correcto, lo normal es cerrar y seguir con otro asunto, ¿no? Si al día siguiente quieres incluir un dato nuevo a tu trabajo inicial, que no hace falta, vale, pero si sigues así todos los días seguramente no terminarás nunca. Estas personalidades perfeccionistas exigen a los demás, se enfadan y transforman su obsesión en un estilo de vida”, afirma el experto.

Todos podemos tener una obsesión, incluso es normal en situaciones como la de un enamoramiento: “En la fase de pasión estamos enajenados, no te puedes quitar de la cabeza a la otra persona. Pero no produce malestar, sino todo lo contrario, por eso no supone un problema, salvo si el ansia de control se excede e invade todo el escenario amoroso, o si te dejan”, ahonda el psicólogo. Se puede llegar a tener un TOC de amores. La delgada frontera que delimita el malestar, expresado en forma de ansiedad, angustia, estrés o miedo, es el límite que no hay que perder de vista. “Si estás funcionando bien, aunque seas un poco obsesivo, no hay problema. Tampoco lo hay si puedes seguir haciendo tus tareas cotidianas, como ir a trabajar, salir con tus amigos, disfrutar con la familia y hacer tu vida normal. Sin embargo, si ves que una obsesión crece de manera exagerada, que ya no la puedes controlar, que ya no es voluntaria, te levantas por la noche porque no te deja dormir y le estás dedicando demasiado tiempo, es que estás pasando esa frontera hacia una obsesión más seria, pudiendo desarrollar incluso un TOC, que padece un 3% de la población”.

Eso ya es un problema, aunque uno que también tiene solución. “Con tratamiento [la obsesión] mejora muchísimo. Como el objetivo principal es reducir la ansiedad y las ideas irracionales, la APA ha validado técnicas como las cognitivo conductuales en el tratamiento, que permiten cambiar el pensamiento, controlarlo y enfrentarse al miedo. También se usan antidepresivos (para salir del bucle obsesivo) o ansiolíticos (que reducen químicamente la ansiedad)”, dice García Huete. Pero si se puede evitar llegar a ese extremo...

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