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Yo en casa y tú de bares: ¿por qué nos comportamos tan distinto ante el riesgo de contagio?

Unos rehúsan abandonar la seguridad del hogar, otros disfrutan con alegría de las opciones de cada fase y los hay que incumplen las normas sin temor alguno. Se ve que no todos somos iguales ante el peligro...

Mascarilla
Getty Images/iStockphoto
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Ya se ve solo con salir a la calle en una gran ciudad como Madrid: hombre de mediana edad con mascarilla; grupo de tres adolescentes con mascarilla-bufanda, esto es, la que se lleva en la papada; mujer mayor con mascarilla y mirada recelosa al prójimo; embarazada con mascarilla y añadido de visera protectora para los ojos. Se ve claramente que, en esta época de necesaria precaución, cada quien entiende el concepto de riesgo a su manera... ¿Por qué tantas diferencias ante una amenaza tan clara? ¿Qué hace que algunas personas vean peligros por todas partes y otras apenas se den por aludidas?

La observación continúa en un paseo por El Retiro, donde dos jóvenes charlan en un banco: han sacado sus piernas por los laterales y se sientan a horcajadas para poder mirarse frente a frente. Se entrelazan las manos, ella llora. Solo unos centímetros separan sus bocas sin mascarilla. En el banco contiguo, dos chicas también conversan, solo que cada una desde un extremo y detrás de sendas mascarillas, que le dan eco a sus voces. ¿Por qué viven de forma tan distinta la desescalada? ¿Por qué hay quien no se despega su mascarilla, incluso cuando está con sus allegados, y otros la rehúsan? ¿Por qué unos se han arrojado a las terrazas en cuanto han podido y otros no las han visto más que por televisión?

“Reaccionamos según nuestro sistema de percepción, y según este nos dividimos, generalmente, en dos grupos: los que perciben la realidad con miedo a contagiarse y morirse (y a contagiar a otros), cuya reacción es la precaución, la evitación y el control y, por otra parte, aquellos cuya percepción es más ‘me siento estafado por el estado, siento que esto es una mentira, nos han engañado…’. Para ellos, la reacción es no tomar en serio las normas que se están dictando”, explica Júlia Pascual, psicóloga y directora del Centro de Terapia Breve Estratégica de Barcelona, especializado en fobias y miedos. Y añade: “A ojos del otro grupo unos son imprudentes y egoístas. Y los otros creen de los primeros que son unos miedosos”.

Los cinco factores de la discordia

“La tendencia a percibir la situación de la covid-19 depende de tus experiencias previas, de tus valores y de la educación emocional recibida frente a la muerte o la enfermedad”, afirma Pascual. “Así, por ejemplo, los hijos que han sido sobreprotegidos por sus padres son más tendentes a ser fóbicos, ya que con la sobreprotección tenemos más miedo a caernos, a hacernos daño…”. Esas personas, explica la psicóloga, serán mucho más prudentes a la hora de enfrentar un peligro, como el que nos plantea la situación actual, pero tienen que tratar de encontrar el equilibrio que les permita vivir con precaución pero sin un temor excesivo. Respecto a los valores, la experta recomienda hablar con los hijos con naturalidad de lo que está sucediendo, para darles así herramientas para afrontar la realidad: “Los niños en cuya casa se habla de la muerte y se trabaja el tema desde la sinceridad dicen frases como la de mi hijo, de seis años, que el otro día me soltó: ‘Mamá, morir da pena, pero no da miedo”.

También la edad es un factor determinante que influye en cómo actuamos en estos momentos. “En el tramo de más de 60 años la prudencia será una de las características principales, por experiencia y sobre todo por los valores que han guiado y seguirán guiando la vida, de ahí que puedan ser el colectivo más combativo, más solidario y más responsable. También el colectivo mayor de 80 años afronta la desescalada con prudencia, pero en muchos casos también con miedo a que les consideren personas no incluidas en la posibilidad de que se les pueda ofrecer un tratamiento que alargue su vida, tanto si están en casa como si están en residencias”, explica la socióloga María Rodríguez. “En cuanto al resto de colectivos, donde quizás influye menos el temor a la desescalada es en la franja comprendida entre los 20 y los 50 años, y el ‘target’ de entre 50 y 60 girará hacia el anterior bloque de edad o el posterior, en función de su situación personal y de salud”, añade.

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En cuanto a la experiencia personal de cada uno, el mayor o menor contacto que hayamos tenido con la enfermedad puede determinar también nuestra actuación ante la desescalada. Un claro ejemplo es Jorge García Criado, urgenciólogo del Hospital Universitario de Salamanca. Durante varias semanas, en las que apenas hubo tiempo para el descanso, sus compañeros y él libraron una batalla cuerpo a cuerpo contra el virus. Él mismo resultó infectado y estuvo de baja trece días: “Fui afortunado porque solo tuve un cuadro leve, con un poco de fiebre, sensación de cansancio y una tos incómoda”. No corrieron la misma suerte muchos de los pacientes a los que ha visto morir: “Han fallecido muchas personas de 60 y 70 años a los que les quedaba mucha vida por delante, y lo que más me impactaba era ver el miedo de la gente. Cuando a un paciente le decías que había salido positivo en coronavirus (y encima al decírselo solo te veían los ojos por los trajes que llevábamos, no veían a una persona como tal), su cara era tremenda y algunos te contestaban: ‘Bueno, pues si ha llegado el momento…”, recuerda el médico, quien necesitaba el trayecto en coche a su casa para desahogarse y llorar antes de ver a su familia, a quienes no quería hacer sufrir.

Ahora, el médico sigue manteniendo las mismas rutinas de precaución, como la de lavar su ropa y lavarse él a conciencia al terminar cada turno. Tampoco besa aún a su familia. Y, en cuanto a los encuentros, afirma: “La gente que hemos vivido esto en primera línea todavía somos muy prudentes… Muchos compañeros no se han atrevido todavía a ir a ver a sus padres. Yo procuro minimizar las salidas, voy a la compra o a dar un paseíto por una zona donde no haya mucha gente, pero no he ido a tomar una caña a una terraza ni a ver a los amigos”.

Además de la educación que hayamos recibido, de nuestros valores, edad y experiencia personal, la socióloga plantea un quinto elemento que puede influir en cómo respondemos ante esta crisis: nuestra situación económica. “Las personas de ingresos superiores a la media, o directamente altos, que tengan la posibilidad de complementar la sanidad pública con la privada, pensarán que están en mejores condiciones para poder salir de una situación de enfermedad grave”, desarrolla María Rodríguez, que observa comportamientos más prudentes en los barrios más populares.

¿Cómo se alcanza el entendimiento? “Lo mejor es no hacer nada”

Anaí López es profesora de español para extranjeros en una céntrica academia de Madrid, y estuvo trabajando con personas de diversas nacionalidades hasta la declaración del estado de alarma. Durante los primeros quince días de confinamiento, vigilaba sus síntomas por temor a haberse contagiado, algo que no sucedió, y mantuvo una rigurosa cuarentena que prácticamente ha extendido hasta ahora. Ella pertenece al grupo de los que afrontan la desescalada con suma precaución: “He visto a algunos familiares, pero muy pocos, y en la calle, no en casa. De momento, no tengo intención de ir a ninguna casa (ni siquiera de familiares) ni de que vengan a la mía. Tampoco he ido, por el momento, a ninguna terraza porque no me quedo tranquila estando tan cerca de la gente y sin mascarilla”, cuenta.

La gente que hemos vivido esto en primera línea todavía somos muy prudentes… Muchos compañeros no se han atrevido todavía a ir a ver a sus padres.
Jorge García Criado, urgenciólogo del Hospital Universitario de Salamanca

“Hasta hace poco me sentía más reacia a salir a pasear, pero ahora la verdad es que ya me parece bien porque casi todo el mundo lleva mascarilla, aunque sí me sienta bastante mal ver a gente sin ella pasando cerca de mí y sin mantener la distancia”, dice. Como a la profesora, a muchas personas les enciende ver a conciudadanos que no guardan las mismas precauciones que ellos, lo que ha dado lugar a ásperas recriminaciones. Las diferentes actitudes que mantenemos unos y otros ante la desescalada provocan no pocas tensiones. ¿Qué podemos hacer para llegar a un entendimiento?

La psicóloga nos da una recomendación sorprendente: “La mejor estrategia es no hacer nada, no intentar luchar con estas personas que son opositoras a las normas del Gobierno y a las recomendaciones de la OMS. Son como adolescentes, más les dices que no pueden hacer algo, que les vas a reñir, y más te contradicen: su emoción principal es la ira, así que si les das el castigo les estás dando más razones para que sigan enfadados”. Por eso, desarrolla la experta, donde debemos centrar nuestra atención es en las personas que sí cumplen con lo establecido y sentar así este modelo social, compartiendo mayoritariamente el bienestar de cumplir las medidas que nos protegen en conjunto.

Así, dice Pascual, habrá más posibilidades de que quienes se salen de la norma terminen cumpliéndola por imitación. Y, en el caso de dirigirse directamente a ellos, lo mejor es hacerlo después de haber respirado profundamente. “El ‘policía de balcón’ es contraproducente, la mejor manera para desbancar a estas personas es con el amor y la amabilidad. Si nos acercamos a ellas diciendo ‘oiga, yo tengo miedo al contagio, ¿podría ponerse la mascarilla?’, el 99% se la pondría”.

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