‘La Bhagavadgītā': eternas paradojas mutantes

La nueva versión en verso del llamado evangelio del hinduismo, a cargo del gran sanscritista Òscar Pujol, es una joya que permite relativizar los mitos

El dios Krishna y su primo, el príncipe Arjuna, viajan en carro para luchar el uno contra el otro.Universal Images / Getty Images

Que Òscar Pujol es un sabio lo sabemos todos los que le conocemos y los que se han acercado, de un modo u otro, al conocimiento de la India. Un país en el que los antiguos mitos siguen vivos y no son meras reliquias históricas. Hoy, por supuesto, vivimos otra clase de mitos, que se caracterizan por no ser considerados mitos, sino formas de la literalidad. Relativizar los mitos y, en general, todo lo simbólico, es una de las grandes enseñanzas de la Bhagavadgītā. Un texto breve, clásico...

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Que Òscar Pujol es un sabio lo sabemos todos los que le conocemos y los que se han acercado, de un modo u otro, al conocimiento de la India. Un país en el que los antiguos mitos siguen vivos y no son meras reliquias históricas. Hoy, por supuesto, vivimos otra clase de mitos, que se caracterizan por no ser considerados mitos, sino formas de la literalidad. Relativizar los mitos y, en general, todo lo simbólico, es una de las grandes enseñanzas de la Bhagavadgītā. Un texto breve, clásico y fundamental que ha dado en llamarse el evangelio del hinduismo y cuya actualidad sigue asombrando a propios y extraños.

La verdad es que el mejor modo de olvidarse del trofeo es capturarlo. El problema es que esa captura puede despertar el deseo de otras. Y entonces nos vemos atrapados en una red interminable de deseos, y nuestro mito vital empieza a parecerse al del asno y la zanahoria. Contra esas anteojeras del deseo ciego nos previene esta obra universal, que ahora encuentra una nueva versión, en verso, de la mano templada y experta de Òscar Pujol, uno de los grandes sanscritistas de hoy. El libro (en Kairós) es una joya, de especial utilidad para quienes quieran profundizar en sus octosílabos, pues contiene un glosario, palabra a palabra, de las 700 estrofas que recogen la enseñanza de Krishna. La obra, escrita con un estilo sencillo, didáctico y en ocasiones poético, es un manual de instrucciones para la vida que respira ese espíritu de tolerancia tan brahmánico, que consiste en incorporar al otro, con un rango inferior, dentro del propio sistema: “Mejor ser inclusivista que absolutista”.

No quiero desaprovechar la ocasión para destacar algunas de las ideas que contiene. En primer lugar, una idea clásica y muy india de la eternidad. La eternidad no tiene nada que ver con el tiempo, sino que es aquello que corta el tiempo, el aquí y el ahora. La eternidad es el motivo de la vida. Experimentarla es la tarea de todo lo que está vivo. Podríamos decir que el reverso de la vida (dominada por la inquietud y el deseo) es la eternidad (dominada por la quietud). Y una no puede entenderse sin la otra.

El mejor modo de olvidarse del trofeo es capturarlo. El problema es que esa captura puede despertar el deseo de otras

Lo divino juega al escondite, gusta de ocultarse. La emanación cósmica es una diosa de tres colores, con un doble poder: encubre y proyecta. Funciona como una imagen, que hechiza por su brillo y, al mismo tiempo, oculta, seleccionando una fracción de lo real. El poder creativo que emana espontáneamente de lo divino tiene esa ambivalencia. Y esa ambivalencia también es nuestra.

Todos somos deudores de nuestra propia naturaleza y temperamento. A fin de cuentas, todos llevamos una carga (genética o kármica) que nos ha hecho ser lo que somos. La Gītā nos dice que debemos actuar de acuerdo a esa naturaleza (no hacerlo es imposible), siempre y cuando seamos conscientes de que los verdaderos enemigos son la pasión y la aversión, hijas de ese mismo temperamento. Lo propio de la divinidad es crear lo imposible. Y eso imposible somos nosotros, eternas paradojas mutantes.

Otra enseñanza fundamental de la obra queda en el refrán “todos los caminos conducen a Roma”. Krishna dice algo parecido. Todos los caminos conducen a mí. La montaña puede subirse desde diferentes laderas y cada cual escogerá la que mejor convenga a su temperamento. La renuncia, del monasterio o el laboratorio, supone una forma de escapismo y no obedece a sentimientos nobles, sino al sentimentalismo de quien quiere esquivar un deber. El camino por excelencia es el de la vida activa y, al mismo tiempo, contemplativa. Se trata, como apunta Pujol, de liberarse de las ataduras del mundo sin tener que renunciar al mundo: “El karma yogui de la Gītā es al mismo tiempo un padre de familia y un monje, un yogui y un guerrero, un hombre de acción y contemplación y sobre todo un devoto”. La enseñanza esencial es que estas tres vías, siendo igual de legítimas, se encuentran imbricadas. La vía del conocimiento puede esponjar el ego, que se torna arrogante y frío. La vía de la devoción puede caer en el “tribalismo espiritual”, que decanta la intolerancia y el fanatismo. La vida de acción multiplica los deseos de bienes y conquistas. A veces la obra parece sugerir que las tres están tan entrelazadas que no es posible practicarlas por separado.

La obra, escrita con un estilo sencillo, didáctico y en ocasiones poético, es un manual de instrucciones para la vida que respira ese espíritu de tolerancia tan brahmánico

La genuina renunciación no es externa, sino interna. Nadie puede permanecer inactivo ni un segundo. El corazón sigue latiendo, el cuerpo respirando, los pensamientos aflorando. La condición humana tiene la capacidad de imitar a aquel que, siendo inmanente, es trascendente. Es lo que llamo el “deseo irónico”. Cuando deseamos realizamos la inmanencia divina, cuando nos vemos desear, la trascendemos. Esa es la renuncia que propone la Gītā, que inventa una nueva cultura mental.

El mundo mental no es espiritual, sino material. Eso sí, de una materia sutil. La mente no tiene luz propia, brilla con la luz reflejada de la conciencia. Conciencia y naturaleza están entrelazadas. De ahí que la lectura de Rāmānuja sea más pertinente que la de la Śamkara (sus dos grandes comentaristas). Para el segundo la naturaleza es una ilusión, lo único real es el ātman. La naturaleza es esa cuerda en la que creemos ver una serpiente. Esa apreciación nos asusta, nos hace huir. Tiene efectos sobre nosotros, aunque carezca de realidad. Para Rāmānuja la naturaleza es el “cuerpo” de brahman y, por lo tanto, inseparable de él. Para Śamkara el alma es mortal, si ha logrado liberarse de la ilusión del mundo, al morir el cuerpo, se disuelve en la conciencia universal. Para Rāmānuja, el alma conserva su identidad y disfruta en el paraíso de la compañía del Señor. La Gītā no niega la realidad del mundo ni la del alma individual, aunque, al no ser un tratado filosófico, deja un espacio para la interpretación que Śamkara aprovecha.

La distinción entre mente y conciencia es la gran innovación de la obra. La esencia de uno no es el cuerpo, pero tampoco la mente. La esencia de uno es la conciencia, de cuya luminosidad inherente participa la mente. La tarea es convertir la propia mente, de natural ruidosa y palabrera, en una mente diáfana. Cuando esto se logra, la conciencia recorre la mente como Pedro por su casa (por continuar con los refranes) y se logra la liberación. Y aquí hay una nueva paradoja. Pues el espíritu no es algo que haya que liberar, sino que ya está liberado. Lo que ocurre es que nuestras propias inclinaciones mentales, nuestras obsesiones y manías, opacan su luz. Deshazte de éstas y experimentarás, de primera mano, esa corriente luminosa que atraviesa y anima los seres y las cosas.

La Bhagavadgītā

Traducción y edición de Òscar Pujol Kairós
Kairós, 2023
416 páginas. 24 euros

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