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Pumper Nic, el primer ‘fast-food’ argentino: arrancó con el nazismo, atravesó una dictadura y marcó a generaciones

En ‘Un sueño made in Argentina’, ganador del premio de no ficción de Libros del Asteroide, la periodista Solange Levinton narra el auge y la caída de la casa de comidas rápidas

Solange Levinton periodista argentina, en Buenos Aires.

Pumper, mobur, frenys son palabras que ya no denominan nada. Pero son llaves de la nostalgia para varias generaciones de argentinos, palabras capaces de evocar imágenes, sabores y aromas de otra época, una versión prosaica y menos glamorosa de las magdalenas de Marcel Proust y su busca del tiempo perdido. Durante las últimas décadas del siglo pasado, aquellos nombres designaban a ciertas hamburguesas, sandwiches y papas fritas. Eran algunos de los productos que ofrecía Pumper Nic, la primera cadena de comida fast-food que operó en Argentina. Creada a imagen y semejanza de sus parientes norteamericanas, la empresa llegó a facturar millones y a tener más de 60 locales, en una carrera que superó los constantes obstáculos políticos y económicos del país sudamericano. Hasta desembocar en un final calamitoso. La historia de su origen, auge y desaparición es la materia de Un sueño made in Argentina, el libro de la periodista Solange Levinton (Buenos Aires, 43 años).

Recién publicada por Libros del Asteroide, la obra de Levinton ganó en 2023 el premio de no ficción de la editorial española. El jurado conformado por Jordi Amat, Daniel Capó, Leila Guerriero, Daniel Gascón y Luis Solano destacó entonces “la originalidad del proyecto, su calidad literaria y la exhaustiva labor de investigación periodística de la autora”, además de “su capacidad para retratar la compleja realidad política de Argentina a finales del siglo XX a través de una historia familiar sorprendente y única”.

Pumper Nic

La semilla del libro, cuenta Levinton, germinó con un recuerdo infantil, una memoria seguramente compartida —con diferencias circunstanciales— por miles de argentinos. “Cuando estaba en la escuela primaria, mi abuela me iba a buscar una vez por semana y me llevaba a comer a un Pumper Nic. Para mí, era un planazo y hoy es uno de los recuerdos más felices de mi infancia”. Hace algunos años, Levinton empezó a preguntarse quién y cómo había creado “el primer fast-food de Argentina”, una decisión arriesgada y disruptiva, dice, en un país donde se saboreaban bifes y no hamburguesas, y donde “el hecho de sentarse a comer tenía otra liturgia”, una cultura que parecía incompatible con la comida rápida.

La investigación para responder a esas preguntas le insumió a Levinton dos años de trabajo y unas 200 entrevistas a extrabajadores y empresarios, consumidores y académicos. El primer dato que la sorprendió fue la fecha de nacimiento de Pumper Nic, 1974, un año marcado en Argentina por la lucha armada de organizaciones políticas y por el inicio de los secuestros y las desapariciones con los que el terrorismo de Estado asolaría al país hasta 1983. El segundo dato que la sorprendió fue la relación del nazismo con el origen de la empresa.

El principio

En 1935, el carnicero Ludwig Lowenstein, de 23 años, tuvo que huir del pueblo alemán donde vivía y había nacido, amenazado por el antisemitismo del régimen nazi. Quiso exiliarse en Estados Unidos, pero terminó en Argentina. En la localidad de Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, formó una familia y explotó sus habilidades primero ganaderas y luego comerciales. En 1952, ya instalado en Buenos Aires, fundó su propio frigorífico y continuó ampliando sus negocios en el mercado inmobiliarios. Sus tres hijos siguieron el mismo camino. Uno de ellos creó la marca Paty, que en Argentina todavía hoy es sinónimo de hamburguesa. Otro creó Pumper Nic.

La idea asaltó a Alfredo Lowenstein (Basavilbaso, 80 años) en 1971, mientras almorzaba con sus hijos en un local de comida rápida en Miami. “A su alrededor la gente entra, pide, paga, come y se va. Abstraído, Alfredo observa desde su silla ese circuito predecible y virtuoso como si recién lo descubriera. Ve a los clientes pidiendo comida, las máquinas registradoras facturando sin tregua, el mobiliario de colores vivos, las mesas con familias, amigos, parejas y jóvenes que parecieran divertirse y entonces, finalmente, se da cuenta. El proyecto que estaba buscando había estado siempre ahí, frente a sus ojos, disponible para cualquiera con el dinero para hacerlo y la insolencia para replicarlo”, escribe Levinton en su libro.

A esa epifanía siguió una etapa de rudimentario espionaje para conocer cómo operaban las empresas de fast-food en EE.UU., la copia de sus manuales de procedimientos, la compra de las mismas máquinas que usaba Burger King, la selección de un establecimiento y de empleados en Buenos Aires. Lowenstein trasladó a Argentina el proceso que había convertido “al acto artesanal de cocinar en una revolucionaria línea de montaje a lo Henry Ford”, pero con un toque de sabor local: el condimento de las hamburguesas, la forma de asarlas. Pumper Nic —cuyo nombre tomó de un pan alemán, pumpernickel— tuvo su estreno en pleno centro porteño, a metros del Obelisco, el 8 de octubre de 1974. En pocos meses se convirtió en un éxito, motorizado en especial por los jóvenes, que respiraban ahí una bocanada de futuro.

Pumper Nic

Ascenso y declive

El libro de Levinton teje la trama empresaria en paralelo a los avatares de la historia argentina. “En ese momento, el país estaba tomado por la violencia política”, dice la autora. “Yo pensaba que ese contexto iba a surgir solo en las entrevistas, pero tuve que buscar mucho para que surgieran la violencia, la dictadura. Me permitió confirmar algo que a las generaciones siguientes nos cuesta entender: ¿cómo seguían con sus vidas? Pumper Nic, como otros espacios de la sociedad, funcionó como una burbuja, la política quedaba afuera y no afectaba al negocio”. Mientras Argentina atravesaba crisis económicas y se sumía en la sangrienta dictadura militar desde 1976, Pumper Nic comenzaba a abrir sucursales e inauguraba el sistema de franquicias en el país, que le permitiría operar también en Brasil y Uruguay.

El vertiginoso crecimiento se potenció con la restauración de la democracia y continuó durante la década del ochenta, inmune a la hiperinflación. La primera nube en ese horizonte asomó con la apertura en Buenos Aires, en 1986, de un local del gigante McDonald’s. Seguirían otros. Y desde 1989 se sumarían los de Burger King. Más nubarrones trajeron las múltiples sucursales y franquicias de Pumper desplegadas por todo el país, una aparente fortaleza que terminó siendo debilidad por la incapacidad para sostener en todos los locales la misma calidad de productos y servicios que sí lucían las otras cadenas de hamburguesas.

La tormenta se desató a mediados de los noventa, cuando el modelo neoliberal impulsado por el Gobierno de Carlos Menem (1989-1999) evidenciaba signos iniciales de agotamiento. En 1995, la familia Lowenstein, ya volcada a otros negocios, vendió la empresa: el libro no lo afirma, porque no hay certezas, pero muchos sospechan que se trató de un vaciamiento liderado en las sombras por sus propios fundadores. Desde entonces se sucedieron despidos, incumplimientos de pagos, deudas, juicios, desalojos. Hasta el cierre del último local, tras una larga agonía, en mayo de 2000. Así como en su auge Pumper Nic había logrado sortear las trampas de un país de crisis recurrentes, en su declive cayó en todas: “La situación de Pumper no era una excepción en esa Argentina de fin de siglo. El tipo de cambio sobrevaluado y la apertura comercial habían provocado la quiebra de muchas empresas nacionales, el cierre de comercios y un aumento sostenido del desempleo”, escribe Solange Levinton. “La ilusión de ese primer mundo en Sudamérica había comenzado a desvanecerse”.

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