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Auge de la pobreza en Argentina: “Ya no pienso en llegar a fin de mes, pienso en llegar al fin de semana”

Más del 40% de los argentinos vive por debajo de la línea de la pobreza y el 9,3% es indigente. El deterioro económico se agrava en vísperas de las elecciones presidenciales

Una persona camina por los pasillos de uno de los barrios populares de la periferia bonaerense.
Una persona camina por los pasillos de uno de los barrios populares de la periferia bonaerense.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)

“Si mantenemos el mismo modelo vamos a ser la villa miseria más grande del mundo”, repite el candidato ultra a la presidencia de Argentina, Javier Milei, favorito en las encuestas. Ese miedo que agita Milei en busca de votos pone el foco en el empobrecimiento de un país que aún mira con nostalgia su perdido poderío económico. En el primer semestre de 2023, la pobreza superó la barrera del 40% y ya afecta a 18,6 millones de argentinos. El 9,3% es indigente, es decir, ni siquiera tiene ingresos suficientes para comprar alimentos. Se trata de la peor cifra desde principios de 2021, cuando Argentina salía de la pandemia de covid-19, pero la cifra oficial, difundida este miércoles, ya se queda corta. En los últimos meses la economía argentina ha dejado de crecer y la subida de precios se ha acelerado, un cóctel explosivo que ha pulverizado salarios y planes de futuro en la recta final de la campaña electoral para las elecciones generales del 22 de octubre.

La pobreza creció cinco puntos durante el Gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) y casi cinco más durante el Gobierno de Alberto Fernández. Suponen más de cuatro millones de nuevos pobres. “Se trata de clases medias-bajas que caen en la pobreza y están muy enojadas y fastidiadas”, señala Agustín Salvia, director del Observatorio de la deuda social argentina de la Universidad Católica Argentina. “Ese enojo algunos lo reflejan electoralmente no yendo a votar votando una opción antisistema que vaya en contra de la mala praxis de las políticas económicas de los últimos gobiernos”, agrega.

Doce años de estancamiento económico y con una inflación creciente—hasta el récord de 124,4% interanual registrado en agosto— han dado forma a una crisis distinta a las anteriores, como la de la hiperinflación en 1989 o la del corralito en 2001. “El aumento de la pobreza ocurrió en cada crisis, pero después hubo procesos de rápida recuperación de puestos de trabajo y del poder adquisitivo. Ahora es un deterioro paulatino y sistemático donde no se toca fondo y no hay rebote económico”, compara Salvia. La peor parte se la llevan los niños: el 56% de los menores de 15 años son pobres.

Un hombre de 67 años se prepara para ir a uno de sus tres trabajos, el pasado abril en Buenos Aires.
Un hombre de 67 años se prepara para ir a uno de sus tres trabajos, el pasado abril en Buenos Aires.TOMAS CUESTA (REUTERS)

Salarios en caída libre

En los primeros seis meses de 2023, el precio de los alimentos acumuló un aumento del 55,6%, cinco puntos más que el promedio de la inflación. Los salarios, en cambio, crecieron sólo el 47% en el mismo período y en el caso de los trabajadores informales, el 41%.

Esos números no cierran para nadie, pero menos aún para quienes ya tenían el agua al cuello antes de que la inflación se disparase como ahora. Es el caso de Juan Díaz, que trabaja como administrativo en una escuela parroquial del sur de Buenos Aires de ocho de la mañana a cinco de la tarde. “Ya no pienso en llegar a fin de mes, pienso en llegar a fin de semana”, lamenta. A veces encuentra algún trabajo temporal para las tardes, pero ni siquiera con la suma de ese ingreso extra y la ayuda estatal que recibe por su hija tiene suficiente para cubrir los gastos básicos ahora que su mujer está embarazada por segunda vez. “Hace seis años que me fui de la villa en busca de un futuro mejor, pero desde entonces fue todo peor. Reduje las salidas, renunciamos a las vacaciones, pero ahora ya no pienso en nada de eso, sólo en poder pagar la comida y el alquiler. Estoy pensando en volver a la villa porque no puedo pagar el alquiler”, dice resignado.

Díaz se crió en la villa 21-24, el barrio popular más grande de Argentina. La situación es crítica para gran parte de sus 80.000 habitantes. “Este es el peor año desde la pandemia. Ahora vienen entre 250 y 280 personas a retirar comida”, cuenta Graciela Jacoby, voluntaria del comedor Madre Teresa. “Hay muchísima gente con necesidades. Quizás les alcanza para fideos y aceite, pero vienen porque saben que acá siempre servimos algo de carne o pollo”, agrega. Aunque es un comedor pensado para adultos mayores, en los últimos meses han tenido que ingeniárselas para aumentar el número de raciones, porque han comenzado a aparecer familias enteras.

Una persona recoge basura en Villa 21-24.
Una persona recoge basura en Villa 21-24.Pablo Barrera (Getty Images)

Jacoby tiene 70 años y seis nietos a cargo —tres niños y tres preadolescentes— que no puede mantener con su jubilación mínima (equivalente a unos 200 dólares al valor oficial) y las ayudas que recibe por ellos. Su trabajo en el comedor le asegura al menos un plato de comida caliente para todos. “Lo veo muy complicado. En 2001 veía una salida, pero ahora no. Y creo que ahora me da más miedo porque me agarra grande”, opina.

Deserción escolar

La villa 21-24 ocupa un espacio de 66 hectáreas en el barrio de Barracas que hasta los años noventa fue un gran descampado. Treinta años después, la mayoría de edificios tienen entre dos y cuatro plantas de altura para hacer espacio a los recién llegados y están separados por pasillos estrechos de tierra en los que cuelgan enjambres de cables. A la crisis económica se le suma una violencia creciente y el aumento del consumo y la venta de estupefacientes. Organizaciones sociales y religiosas libran una guerra soterrada contra el narcotráfico para evitar que niños y adolescentes dejen los estudios a cambio de dinero por cuidar un búnker de droga o vender en alguna esquina. Cuando la situación económica se complica, la pelea se vuelve aún más desigual.

Los argentinos están acostumbrados a la crisis y a sus recuperaciones, pero cada caída los deja en una situación de mayor vulnerabilidad. “Los hogares más pobres tienden a deshacerse de bienes y de capital para capear esas crisis y cuando terminan ya no tienen esos recursos que les permitían generar ingresos”, destaca el economista Leo Tornarolli, investigador del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales. Por ejemplo, al vender una motocicleta o las herramientas de trabajo por la necesidad de conseguir dinero durante la crisis. Es frecuente también que los adolescentes dejen la secundaria para realizar trabajos temporales con los que reforzar los ingresos del hogar. “Cortan su educación y se resiente su capacidad de ingresos en el futuro”, señala.

Niñas miran por la ventana de su casa en la villa.
Niñas miran por la ventana de su casa en la villa.Marcelo Endelli (Getty Images)

Los menores de 30 años representan un tercio de los votantes argentinos y son la base electoral de Milei, que llegó a ellos a través de las redes sociales. El candidato supo capitalizar el descontento de los jóvenes y su falta de confianza en una clase política a la que él promete cortar todos sus privilegios. “Se trata de una generación de jóvenes que transitan por el espacio económico sin suerte”, describe Salvia. Estos hijos de la crisis del 2001-2002 están menos politizados que sus padres y anteponen el pragmatismo a los valores ideológicos. “No me importa si el Peluca [Milei] es un loco o si puede hacer o no lo que dice. Con Macri me fue mal y con Alberto peor. No quiero más de lo mismo”, dice Pedro, repartidor de una cadena de comida.

La oposición culpó al Gobierno del aumento de la pobreza difundido este miércoles, en una previa de lo que será el primer debate presidencial del próximo domingo. Los candidatos buscarán convencer al electorado de que existe una salida a esta crisis eterna.

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