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En colaboración conCAF
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Sostenibilidad
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cinco propósitos para un 2024 más sostenible

¿A qué le presto atención?; ¿con qué me siento comprometida?; ¿qué tengo a la mano que pueda accionar? Yo he respondido estas preguntas y me he propuesto empezar por ahí

AMERICA FUTURA - CONSERVACION - ILUSTRACIONES
Malte Mueller (Getty Images)

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Desde que nació América Futura como proyecto periodístico en EL PAÍS, he colaborado desde diferentes enfoques contando historias sobre la región que le hacen preguntas a nuestras formas de comer, de vestirnos, de entender el viaje, de consumir. Tener acceso a esta información especializada de forma tan directa y contundente no solo ha acentuado mi sentido de urgencia, sino que me ha increpado a tomar acciones.

La pregunta que siempre me dejan las conversaciones con los expertos e investigadores es: ¿existe alguna ruta real para hacer algún viraje de la debacle ambiental? Mientras muchos me dicen que los grandes cambios no se producirán desde los individuos, sino más a nivel de las grandes empresas y los Gobiernos, en una escala pequeña, en mi vida diaria he notado que hay un camino posible para empezar a darle forma a ese anhelado cambio: empezar por lo que me importa, empezar por lo que me roba la atención, empezar por aquello de lo que sé.

Cuando me hablan de residuos electrónicos, (según el mapeo de Waste Atlas, se generan 1.900 millones de toneladas por año en el mundo) me parece difícil tomar medidas porque no sé nada de esa industria, desconozco de qué está hecho mi celular y qué podría hacer con él cuando sufra una avería. Sé que puedo mantener mi versión de teléfono lo más que pueda, extender su vida útil y quizás buscar algún proyecto de arte que transforme estos residuos en algo más para no arrojarlos a la basura tradicional, pero sé que no puedo hacerle preguntas críticas a mis proveedores de tecnología como sí puedo hacérselo, por ejemplo, a las marcas de moda, un tema que atraviesa mi cuerpo y con el que me siento en la capacidad de hacer una militancia más informada y activa. Entonces he empezado por ahí, por lo que me importa y de lo que sé, sin desconocer la urgencia de aprender de nuevos temas que me permitan tomar acciones más críticas en otros asuntos que me inquietan como el cuidado, cultivo y reuso del agua, el mejor uso de la materia orgánica que se genera en mi cocina y el aprendizaje de la ecología como una forma de entender el mundo en virtud de sus relaciones.

¿A qué le presto atención?; ¿con qué me siento comprometida?; ¿qué tengo a la mano que pueda accionar?; ¿por qué no empezar por ahí? He decidido apostar por cinco propósitos para intentar que mi 2024 sea un año más coherente con este ejercicio periodístico que cuenta y desgrana las verdades más duras de la realidad ambiental y la crisis climática. ¿Cuáles serían sus cinco propósitos ambientales?

1. Descolonizaré mi paladar

Nuestras mesas, también nuestro paladar han estado por décadas colonizados por mandatos del mercado que nos hacen querer comer todo el año arándanos y aguacate hass desconociendo las temporadas e ignorando si la tierra que habitamos da o no esos alimentos. Esas pulsiones que no solemos cuestionar han arrasado los territorios, han hecho de la industria alimentaria una de las más contaminantes (el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente señala que solo en 2019 se desperdiciaron 931 millones de toneladas de comida, de las que el el 61% se genera en el hogar) y ha hecho que lo local tenga menos oportunidades de pelechar. Lo que comemos, lo que elegimos para cocinar cada mañana tiene la capacidad de reconfigurar las relaciones que los productores tienen con la tierra, puede ser, como le dijo a América Futura la chef Crystal Díaz de Puerto Rico, líder del proyecto PRoduce, “un símbolo de resistencia”.

“Hay una diversidad increíble de cada especie en la naturaleza, pero la industria alimentaria siempre nos ofrece lo mismo y nosotros lo consumimos, sin entender de dónde viene, ni cuáles son sus tiempos de cosecha. Cada vez más desconocemos la procedencia de nuestros alimentos”, me dijo Verónica Botero, creadora de Cocina Intuitiva y de unos tours botánicos urbanos para que la gente conozca más lo que se produce en su territorio.

Descolonizar el paladar y dejar de desear las comidas importadas responsables del uso de plástico y de emisiones de CO2, volver a conectar con la producción local es un acto que, según la chef Crystal Díaz, tiene efectos en muchos niveles. En su país, por ejemplo, se importa casi el 90% de lo que se come. Esa elección también tienen efectos en la salud, porque permite consumir productos más frescos; en la seguridad alimentaria de los territorios, al apoyar pagos justos a agricultores que resisten a la competencia externa; en la economía, incluso, al intentar revivir el sector agrario. Además, es una manera de defender la identidad culinaria, haciendo que haya menos insumos olvidados y menospreciados y que las cocinas locales con sus saberes persistan en el tiempo.

2. Consumiré menos ropa

La industria de la moda es la segunda más contaminante, después de la automotriz y representa el 10% de las emisiones globales de carbono debido a la energía que utiliza en la producción, la fabricación y el transporte. A pesar de que muchas marcas alardean en sus publicidades de sus esfuerzos por ser sustentables, este reciente reporte de Stand Earth deja ver que esta industria ha fracasado rotundamente en su promesa de reducir su huella de carbono. Tan solo Nike e Inditex (Zara), dos de las marcas analizadas y reconocidas como de las más contaminantes, tuvieron en 2022 emisiones de CO2 cercanas a las 10 millones de toneladas. Ante estas cifras, parece que el camino más certero para tomar acciones frente a esta industria voraz es desacelerar el consumo de ropa. Usar lo que ya hay, lo que ya tenemos en el clóset y lo que otros ya no usan para crear desde ahí cosas nuevas.

Comprar menos ropa, comprar menos vestidos bajo el mandato de las tendencias pasajeras para que, si se adquiere una prenda nueva, nos aseguremos de que perdure y sea útil por años y años en el armario. Comprar menos ropa y mejor intercambiar prendas usadas con las amigas o en tiendas de segunda mano. Reparar los tenis dañados o las sandalias cuya suela se despegó porque es un crimen no valorar todo lo que le costó al planeta producir esos objetos que se diseñaron para que pronto se averiaran. Y rebatir todo mandato estético que nos haga sentir vergüenza por repetir ropa en el IG, en un evento o en la oficina. Heredar ropa usada y normalizar dar regalos de segunda mano, hacernos incluso nuestra propia ropa como en la época del do it yourself del punk son algunas acciones con las que se puede empezar a socavar un sistema que necesita de nuestra imperante insatisfacción estética y corporal para seguirse perpetuando.

3. Haré un turismo responsable

En 2019, la actividad turística en su conjunto emitió 665 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Un 8% del total de emisiones de efecto invernadero. Sé que no se puede seguir siendo un turista ingenuo que desconoce el halo de impacto medioambiental que tiene cada uno de nuestros viajes, empezando por las emisiones de los vuelos trasatlánticos. Como le recordó a América Futura con tono altivo el activista Pipe Q-ida, guardián del parque natural de Chiribiquete, en Colombia, hay muchos destinos que la verdad, sería mejor no conocer: “Este es un paraíso que de verdad invito a que NO conozcan. Chiribiquete no se visita, solo se respira, porque su poder está en el aire”.

Pero como es muy probable que en este 2024 siga viajando, hay algunas acciones a las que sí me puedo comprometer. Me comprometo a no abrazar, sujetar o interactuar con los animales silvestres de los lugares que visite para obtener likes en Instagram. Según un reporte de World Animal Protection, “entre 2014 y 2017, el 54% de los planes ofrecidos en línea en las ciudades amazónicas de Manaos, Brasil y Puerto Alegrías, Perú, ofrecieron contactos directos con animales silvestres para las fotos o selfies”.

Esto no solo ocurre en la selva. Amado Wallat, activista por el respeto de la vida marina en Bélice hace eco de este llamado: “Los turistas no se dan cuenta del daño que causan. La gente quiere todo para entretenerse, entonces no les importa si el operador turístico tiene que lanzar arroz, pan o pescados a los tiburones y rayas para atraerlos hacia ellos. Si esto se hace cada día, y se multiplica por cientos de operadores turísticos que están en la zona, los animales dejan de comportarse naturalmente. Ellos aprenden a que tienen que ir todos los días a un lugar porque ahí saben que consiguen comida, entonces ya no hacen su trabajo, ya no limpian el arrecife, ya no se mueven a otras áreas en busca de su aliento”.

Además, al momento de elegir un hotel por los sistemas de reserva, haré una elección más informada para entender cuáles son sus políticas de uso de agua y manejo de aguas residuales (todos los hoteles deberían tener esta información a la mano para entender el impacto que generan sobre los lugares que están construidos). Como me lo advirtió Juan Pablo Carricart Ganivet, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la responsabilidad de la catástrofe que viven hoy los corales en el mundo no solo recae en el calentamiento climático. También recae en las autoridades y su falta de control sobre los desarrollos hoteleros y de grandes centros turísticos. “El aumento en las concentraciones de nitrógeno 15, una forma de nitrógeno estable en los esqueletos de los corales, es proporcional al incremento en el número de cuartos de hoteles y de turistas de esta zona del Caribe y ese nitrógeno 15 es indicador de contaminación por aguas negras”.

4. Hackearé los mandatos estéticos del paisaje

Como habitantes de las ciudades pensamos que estamos separados de la naturaleza. Hemos olvidado que hacemos parte de ella. Esa desconexión nos ha convertido en unos grandes analfabetos de las plantas que nos circundan y de la vegetación nativa de los lugares que habitamos. ¿Si ves crecer entre una acera la flor de la papa o de la lenteja, acaso la podrías identificar, podrías identificar los bosques de jaca en Medellín, los árboles de palta en Argentina o los árboles frutales que inundan la ciudad de México?

Esa vegetación, que antecede por mucho nuestra presencia, tiene una razón de ser, crear una conectividad ecológica que nosotros no hemos tenido ningún reparo en romper. En nuestras casas, en las aceras de la ciudad, en las casas de campo que rodean los centros urbanos debería haber un gran impulso de reforestación con especies endémicas que además haga que regresen los polinizadores y la biodiversidad.

Como le dijeron a América Futura Carlos David Montoya y Carlos Betancur del estudio de arquitectura Opus: “El discurso estético tiene una ética, hay unos modelos prefigurados de belleza que tenemos que cambiar porque traer vegetación foránea tiene un efecto para la conectividad ecológica”. Los arquitectos evocaron el experimento que hizo el artista Roberto Burle Marx en Brasil: “Este naturalista sacó las plantas de los bosques de su país para ponerlas en los contextos urbanos dándole otro valor a esa vegetación que era considerada maleza, matorrales, que era eliminada y que ahora, tras sus esfuerzos de reconfigurar el gusto, es lo que se entiende como vegetación tropical, y que es elegida por muchos para sus casas”.

5. Apoyaré proyectos liderados por mujeres que recuperen el tejido social y la tierra

El consumo tiene un poder político. Esas decisiones que tomamos de comprar un cierto tipo de café o de chocolate, de adquirir nuestra ropa en una marca o otra, tiene efectos poderosos. “La situación del campo solo la va a cambiar por el poder de consumo”, me dijo, por ejemplo, Felipe Roa-Clavijo, doctor en Desarrollo Internacional de la universidad de Oxford al analizar por qué Latinoamérica, que es la despensa del mundo, se muere de hambre, según un reciente informe de la FAO. Para el expertos, todos los esfuerzos para que la economía local y los tejidos sociales revivan y resistan dependerá de que la gente apueste por ellos.

Elegir comer los chips de ñame de las mujeres de los Montes de María, por ejemplo, es apoyar no solo la restitución del tejido social de un territorio arrasado por la guerra en Colombia, es también contribuir a la recuperación del bosque húmedo. Elegir las prendas de vestir hechas de sombrillas destartaladas de Romina Palma, de Cazaparaguas en Argentina es apoyar un lugar que se ha dedicado a la educación ambiental comunitaria a través del oficio textil. Vestir los diseños Laura Laurens es permitir que se reusen toneladas de telas usadas para los aditamentos militares que se desperdician al año en Colombia (solo organizaciones como la Policía tenía que desechar anualmente 360.000 uniformes que estaba en la obligación de recoger para mantener los altos estándares de uniformidad de sus miembros). La diseñadora lo resume así: “Ese es el reto que tenemos cada vez más, el de darle una nueva vida a eso que tenemos a la mano y volver lo ordinario algo extraordinario”.

Seguir eligiendo para nuestro consumo diario productos que vienen de China a los que es casi imposible hacerles un rastreo, vaciar de toda historia los productos que consumimos porque sentimos que si nos gustan son inocentes de los daños que ocasionan, darle la espalda a las iniciativas alternativas y disidentes es seguir comulgando con un sistema que se devora el planeta.

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