Mayerlis Angarita, la incansable defensora de la vida en los Montes de María

Después de vivir el horror de la guerra en esta región del Caribe colombiano se ha convertido en una lideresa que, por medio de la oralidad, reconstruye el tejido social que rompió en pedazos la guerra

Mayerlis Angarita
Mayerlis Angarita.Archivo Particular.

Mayerlis Angarita Robles (San Juan Nepomuceno, Bolívar, 43 años) cuenta que sufrió la desaparición de su mamá, llevada a cabo por los paramilitares en los Montes de María, un territorio del Caribe colombiano en el que, según la Comisión de la Verdad, se perpetraron 71 masacres entre 1996 y 2002. Allí mismo, ella y sus compañeras siembran y reconstruyen vida todos los días. “Somos más de 1.000 mujeres que hemos sanado, que no hemos permitido que el dolor nos ahogue y que buscamos una sociedad en paz, sin odio ni resentimiento”, cuenta ella.

Angarita se refiere a la Red de Mujeres Narrar para Vivir, un espacio de encuentro, de catarsis y sanación. Allí, las mujeres se reúnen a contar sus historias y le apuestan a la palabra como medio para reconocer sus propias voces. Es ahí donde también aprenden primeros auxilios psicosociales, desarrollo humano sostenible y trabajo comunitario. Esta red es una escuela itinerante que recorre los Montes de María: un día puede estar debajo de un árbol y al otro en una casa de alguna vecina.

A punta de ollas comunitarias, estas mujeres montemarianas han recobrado el tejido social que la guerra destruyó. “Mientras hacemos y compartimos el sancocho hablamos de memoria histórica, de nuestras costumbres, de nuestra cultura. Cuando cohesionamos nuestro territorio impedimos el control territorial por parte de grupos armados”, dice Angarita.

La valentía de ella y sus compañeras de no volver a dejarse amedrentar las ha puesto en la mira del Clan del Golfo, pero ellas resisten porque no quieren abandonar su tierra y acabar con los lazos sociales que han reconstruido.

Hija de una mamá campesina y un papá comerciante, alcanzó el sueño de ser abogada. Los conocimientos adquiridos durante el estudio han reforzado su liderazgo, que considera un don y un regalo que no piensa abandonar, a pesar del costo social y personal que implica. Ha sido víctima de dos atentados, en 2012 y 2015, y solo puede visitar su pueblo natal en compañía de un esquema de seguridad de la Unidad Nacional de Protección.

Siente miedo, por su puesto, pero esos hechos la animan a continuar su lucha. Tiene claro que ella y las demás lideresas sociales deben mantenerse en pie de lucha, porque su trabajo es fundamental para reconstruir los lazos sociales, mantener la memoria y la unidad de las comunidades afectadas por la violencia.

Le gusta que la llamen sobreviviente, pero no desde una perspectiva de víctima o lastimera, sino de una sobreviviente que, a partir de la palabra, se ha parado para luchar por el derecho a vivir y contar. “Cuando sales y ves la luz y alzas la voz, le ganas una batalla a los violentos. No teníamos otra opción. Ahora tenemos el reto de la paz total que no la construye solo un gobierno, sino la sociedad en conjunto”, reflexiona.

La manera innovadora de afrontar el dolor de la guerra y reconstruir los lazos sociales ha llevado a la Red de Mujeres a expandirse por el país. Hoy tienen una escuela con ejes y módulos, en el Catatumbo. El proyecto también ha permitido que las mujeres cuenten con sus propias huertas caseras, gallinas y cerdos para mover la economía local. Otro de los logros ha sido el resurgimiento del Festival del Ñame en San Cayetano.

Sueña con extender aún más la Red y alcanzar todos los rincones del país. Quiere que sus voces sigan siendo escuchadas y que les presten atención a las denuncias que hacen de los recientes episodios de violencia que afronta la región. Para ella, las mujeres ya no deben callar, como lo hicieron durante mucho tiempo. Quizás, este sea el valor de su liderazgo: animar a las mujeres a contar su dolor, a tejer sociedad y a exigir que no pueden volver a ser violentadas.

*Apoyan Ecopetrol, Movistar y Fundación Corona.

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