Polen y esporas de heces fosilizadas: las pistas de la extinción de megafauna en Colombia
Este proceso se dio hace entre 23.000 y 11.000 años en la cordillera Oriental, según un estudio de científicos colombianos y británicos publicado en ‘Quaternary Research’
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Hace más de 20.000 años, por los Andes colombianos se paseaban armadillos del tamaño de un Volkswagen y osos perezosos que podían alcanzar hasta los seis metros de alto. Pero al igual que sucedió con mucha de la megafauna mundial de esa época, ya no hay rastro de ellos: están extintos. Qué los llevó a desaparecer es una pregunta que aún trasnocha y enfrenta a muchos científicos. En Colombia, esto se suma a que nunca se ha sabido con certeza cuándo dejaron de recorrer el país los pasos de esos gigantes.
“En general, hay indicios de que a finales de la edad de hielo [hace entre 20.000 y 10.000 años] muchas especies de gran tamaño, con un peso mayor a 50 kilos, dejaron de existir”, cuenta la doctora Dunia H. Urrego, colombiana egresada de la Universidad de Colombia y actualmente profesora de la Universidad de Exeter en el Reino Unido. “Sin embargo, en Suramérica, donde la información es escasa, la pregunta sigue muy abierta, porque además hay fósiles de megafauna que datan de épocas más recientes, de hace 6.000 y 8.000 años”, agrega.
Con la curiosidad de conocer qué había sucedido en pasados ecosistemas colombianos, a Urrego y su equipo —en el que también se encuentran el estudiante britanico Felix Pym, y los investigadores colombianos Ismael García Espinoza y Juan Felipe Franco Gaviria— se les presentó la oportunidad de despejar varias de estas dudas cuando visitaron Monquentiva, a unos 60 kilómetros de la ciudad de Bogotá, en la cordillera Oriental. Estaban allí como parte de un proyecto britanico del programa ColombiaBio, pero cuando vieron que había un pantano —el de Monquetiva— decidieron cavar muy profundo para conocer lo que los sedimentos podían contar.
Los científicos usaron un equipo conocido como sonda de perforación rusa. Básicamente es un tubo de cinco centímetros de diámetro que metieron hasta a cuatro metros de profundidad sacando una especie de “salchicha” de sedimentos. Para que las muestras no se dañen, no pueden tener contacto con el oxígeno. El pantano de Monquetiva les garantizaba esa condición. “Así que empezamos a excavar y a extraer esa columna de sedimentos”, dice la experta desde Reino Unido.
Una parte de esa “salchicha” viajó a la Universidad Queen’s de Belfast, en Reino Unido. Allí, un equipo le hizo un análisis de carbono 14 para informarles que los sedimentos tenían hasta 40.000 años de antigüedad. Se trataba de un tesoro de información. Luego, con otro pedazo que llevaron a la Universidad de Exeter, tomaron muestras de cada dos centímetros de la columna de sedimentos para saber si su composición cambiaba. Se concentraron en filtrar lo que llaman microfósiles: granos de polen, carbono fosilizado de pasados incendios y esporas de hongos coprófilos, los que crecen en las heces de herbívoros.
Los microfósiles hablaron casi por ellos mismos: les dijeron que, en Colombia, en la cordillera Oriental, la extinción de megafauna se había dado en dos olas. Una, hace 23.000 años. “En las muestras que datan de esa época, puestas al microscopio, había una reducción de hongos muy notable”, asegura Urrego. Después, se recupera algo el conteo y, hace 11.000 años, desaparecen por completo. “No volvemos a encontrar los microfósiles asociados con la megafauna en las muestras. Sabemos entonces que alrededor de ese tiempo también dejaron de existir esos grandes animales porque habrían desaparecido también sus heces”, agrega.
Pero más allá del momento en que se perdieron estos animales, a Urrego y su equipo también les interesó conocer qué pasa con un ecosistema cuando se pierden especies clave, que por su tamaño e interacciones son arquitectas de ese entorno. A través de los otros microfósiles – el carbón y el polen – obtuvieron datos sobre la composición del Páramo y la actividad de incendios naturales. “Esto nos permitió concluir que, tras la extinción de la megafauna, la vegetación cambió en su composición: hubo un incremento de especies comestibles y leñosas, volviendo a los hábitats más propensos a los incendios.
“Esto nos deja ver un poco qué podría suceder si se pierden especies como, por ejemplo, el ojo de anteojos, que ha estado en peligro de extinción”, argumenta la doctora Urrego sobre el estudio publicado en la revista científica Quaternary Research. “Es un indicador de nuestro futuro sin grandes especies”.
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