Los tres problemas de los Guardianes del Orden
Da la impresión de que la Alcaldía de Bogotá ha creado una figura improvisada, con un nombre populista, para responder a una ciudadanía que está cansada frente a la inseguridad

Recientemente la Alcaldía de Bogotá anunció la creación de los llamados Guardianes del Orden. Su intención declarada es liberar a la Policía de tareas menores para que se concentre en asuntos de orden criminal, mientras este nuevo grupo apoya con presencia institucional en la atención de problemas de convivencia.
Antes de que empiecen a operar en mayo, vale la pena detenerse en la polémica que ha generado su anuncio, porque deja ver al menos tres cuestiones de fondo que no solo conciernen a Bogotá, sino a la forma en que nuestras ciudades, en Colombia y en el continente, están enfrentando los problemas cada vez más complejos de seguridad y orden. Los Guardianes del Orden son una figura poco clara en su mandato concreto, pero que sí evoca una forma estrecha y jerárquica de concebir la convivencia (más como algo que se vigila que como un equilibrio que se construye) y que, por eso mismo, puede terminar alimentando dinámicas sociales que profundizan la desconfianza en lugar de reducirla.
Vayamos punto por punto. Primero: la figura no se entiende bien porque no ha habido una explicación lo suficientemente clara por parte del Distrito. Esto ha generado bastante confusión, así como expectativas que, lo más probable, no se cumplirán. En una entrevista dada el viernes 21 de marzo en W Radio, el secretario de Seguridad, César Restrepo, explicó que, debido a que el pie de fuerza policial no crece en Bogotá, fue necesario avanzar en esta figura de los Guardianes del Orden. El objetivo principal de estos guardianes sería apoyar con su presencia en las calles, identificando qué situaciones requieren de la atención del Distrito, así como aquellas que necesiten una reacción inmediata de la Policía, todo con el fin de fortalecer la convivencia en la ciudad.
Como era de esperar, surgieron muchas dudas: ¿quién será el jefe de estos guardianes?, ¿quién los vigila en caso de abuso de funciones?, ¿cómo se invisten de autoridad?, ¿quién los va a formar?, ¿qué perfil se está buscando? Y, al menos a partir de esta entrevista, queda un sinsabor: no hay claridad sobre muchos aspectos y tampoco parece haber un esfuerzo real por comunicar y explicar mejor esta figura.
El secretario trató de responder que estas personas serán coordinadoras de capacidades, observadores de los riegos que enfrentan los ciudadanos y que no estarían armadas, ni tendrán potestad para aplicar la ley ni entrar en choque. Además, que buscan personas que tengan conocimientos en primeros auxilios, atención de emergencias, conocimiento del código convivencia, conocimiento de servicios de la ciudad y capacidad de coordinación. Pero todo sigue siendo muy ambiguo, sigue sin haber suficiente claridad: ¿dónde estarán observando?, ¿desde un parque, en cualquier calle, desde sus casas, en un CAI? ¿Tendrán algún distintivo? ¿Si ocurre un incendio en mi casa, ahora debo llamar a estos guardianes? ¿A dónde los llamo? ¿Solo van a solucionar problemas de convivencia?
No es claro qué son, y su nombre —Guardianes del Orden— confunde. Es muy probable que mucha gente asuma que se trata de una especie de policía civil, con algún tipo de autoridad para intervenir directamente en situaciones de seguridad. Lo único cierto por ahora es la falta de certezas y que cada nueva declaración parece dejar más dudas que respuestas.
Un segundo punto viene de lo que sí se ha comunicado: la decisión de llamarlos Guardianes del Orden. Resulta curioso que no se haya optado por fortalecer o ampliar figuras ya existentes, como los gestores de convivencia, si, como dijo el secretario, el objetivo es precisamente fortalecer la convivencia en la ciudad.
La elección del nombre no es inocente: se escogió intencionalmente la palabra orden, pero tampoco está claro qué tipo de orden se busca, ni qué es exactamente lo que se considera “desordenado”. Y, aunque el secretario aclaró que no se busca exclusivamente a policías o militares en retiro para esta figura, existe una suposición generalizada de que así será. Y cómo no. Basta pensar por un momento en lo que evoca un nombre como Guardianes del Orden: suena a autoridad, a control, a vigilancia, a represión, incluso a una figura moral ligada a ciertos valores. ¿Quién se nos viene a la cabeza cuando hablamos de eso? Pues policías y militares.
No es casual, entonces, que figuras como el concejal Julián Uscátegui, conocido por promover discursos conservadores sobre seguridad y por ser un férreo defensor de la fuerza pública, celebren la creación de esta figura. Lo hace asumiendo que la mayoría de los guardianes serán policías y militares en retiro. Y celebra que vaya a haber “vigilancia en las calles”, y que estas personas aporten experiencia, formación, valores y disciplina para enfrentar la difícil situación de seguridad que vive Bogotá.
Si las funciones reales son más bien preventivas, comunitarias o de coordinación, el nombre Guardianes del Orden crea una expectativa desalineada y potencialmente contraproducente. Al final, da la impresión de que la Alcaldía ha creado una figura improvisada, con un nombre populista, para responder a una ciudadanía que está cansada frente a la inseguridad.
Y el simbolismo de esta figura me lleva al tercer y último punto: la Alcaldía no parece ser consciente (¿o sí?) de lo que este tipo de iniciativas pueden promover en una sociedad. Aunque el secretario insistió en que estos guardianes no serán vigilantes, esto no queda del todo claro. Restrepo habla de “observadores”, de personas que estarán en las calles para identificar situaciones que requieran una reacción inmediata de la Policía. Un rol que tal como está planteado genera una zona gris: en la práctica, pueden terminar actuando como vigilantes y patrulleros, aunque no se les llame así.
En lugar de promover figuras que fortalezcan el capital social, la confianza y el tejido comunitario, elementos centrales para la convivencia, se corre el riesgo de fomentar una ciudad vigilante, donde predomine la desconfianza. Una vez más, en el sector seguridad se descarta la posibilidad de innovar y se opta por reciclar ideas que ya sabemos que no funcionan o que incluso agravan los problemas que dicen combatir. Y resulta especialmente frustrante que, cuando se habla de participación ciudadana en temas de seguridad, la propuesta se limite a vigilar, patrullar, observar y reportar. Como si el único rol posible para la ciudadanía fuera el de un auxiliar pasivo de la fuerza pública, y no el de un actor activo en la construcción de confianza, comunidad y convivencia. Frustra también que, una y otra vez, se recurra a policías y militares, en retiro o en servicio, como referentes en seguridad, lo que refuerza la idea de que la seguridad solo puede pensarse desde una lógica policial o militar.
Claro que las sociedades necesitan reglas, límites y consecuencias. Pero una buena forma de avanzar hacia una ciudad más “ordenada” es fortalecer y hacer más eficientes las figuras e instituciones que ya existen: los gestores de convivencia, las comisarías de familia, las inspecciones de policía, el sistema de justicia en su conjunto. Con esta nueva figura, en cambio, lo que puede terminar ocurriendo es todo lo contrario: más caos. Una ciudad donde estos guardianes choquen con la ciudadanía e incluso con la propia Policía; donde no tengan claro su misión, ni la ciudadanía sepa qué esperar de ellos; donde los problemas de inseguridad sigan intactos, la desconfianza crezca y las expectativas de una ciudad más segura vuelvan a ser defraudadas.
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