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El bulo transfóbico que evidencia las dificultades para combatir la desinformación en Colombia

Grupos antiderechos difundieron a finales de septiembre que el Gobierno de Gustavo Petro iba a promover cirugías de cambio de sexo y terapias hormonales para niños. Un mes después, tras impregnar el debate público, una de las líderes reconoce que el señalamiento era falso

Una infancia trans juega en su casa en Bogotá, en mayo de 2024.
Una infancia trans juega en su casa en Bogotá, en mayo de 2024.NATHALIA ANGARITA
Lucas Reynoso

A finales de septiembre, los grupos antiderechos en Colombia vieron una oportunidad perfecta para una nueva campaña de mentiras, tergiversaciones y manipulaciones contra el movimiento LGBT. Una circular de la Superintendencia de Salud informaba a las clínicas y los hospitales sobre sus obligaciones para garantizar los derechos de la población trans. No había nada nuevo: era un documento burocrático que recopilaba la jurisprudencia de la Corte Constitucional y varios decretos del Ejecutivo. Sin embargo, influencers y políticos utilizaron un inciso sobre las necesidades especiales de las infancias trans para crear un bulo sobre cómo el Gobierno de Gustavo Petro iba a “hormonizar” y “castrar niños”. Un mes después, la campaña está lejos de ser derrotada. Se mantiene fuerte, continúa causando daños a las infancias trans y evidencia las dificultades de la sociedad para combatir la desinformación.

El ruido comenzó el 23 de septiembre, tres días después de la publicación de la circular. El activista cristiano Jonathan Silva aseguró en X que el documento habilitaba las terapias de hormonas para niños de tres años, pese a que estos tratamientos no comienzan hasta la adolescencia tardía. “El Gobierno de Gustavo Petro quiere promover el cambio de sexo en los niños desde los tres años”, dijo. El periódico El Colombiano, por su parte, publicó un artículo con un titular engañoso: “Circular de la SuperSalud habla de garantizar esterilización quirúrgica y afirmación de género a niños y niñas trans”. Citó a Silva respecto a las presuntas extralimitaciones del Gobierno y no aclaró que en Colombia los tratamientos para infancias trans no incluyen cirugías de cambio de sexo —para quienes lo soliciten, hay apoyo psicológico desde la niñez temprana, bloqueadores en la pubertad y tratamientos hormonales en la adolescencia tardía—.

La influencer Camila Rojas llegó unas horas después. Replicó el artículo de El Colombiano y denunció que “el globalismo” usaba a los niños como experimento. Según ella, todo es parte de una maniobra del empresario húngaro-estadounidense George Soros para amasar fortunas con el auge de estos tratamientos, pese a que la población trans es ínfima y utiliza medicamentos no exclusivos a ellos —un bloqueador de hormonas, por ejemplo, se puede usar para tratar la pubertad precoz—. La senadora cristiana Lorena Ríos y el liberal Miguel Ángel Pinto se sumaron a la denuncia sobre la presunta extralimitación del Gobierno y citaron al superintendente de Salud, Luis Carlos Leal, a una sesión de control político en el Congreso. Aprovecharon para catapultar la frase “Con los niños no te metas”, el eslogan de un proyecto de ley que busca prohibir los tratamientos a infancias trans y que hace eco al “Con mis hijos no te metas” de otra campaña de desinformación contra la población LGBT, una que afectó a la refrendación vía plebiscito del acuerdo de paz con las FARC en 2016.

En el medio de la confusión, quedó instalada la idea de que la circular promovía la hormonización y las cirugías a una edad temprana. El 27 de septiembre, el superintendente dio una entrevista a Blu Radio y dedicó la mayor parte del tiempo a desmentir las presuntas esterilizaciones. “Las órdenes [de la circular] lo que tienen es un grupo integral [de profesionales] capaz de acompañar a cada uno de los niños desde el momento en el que requieran atención o un vínculo con el sistema de salud. En ningún momento ordena que a los tres años haya castraciones químicas o procedimientos quirúrgicos o cualquier tipo de barbaridades que han mencionado de una manera inescrupulosa algunos congresistas”, comentó. “Acompañar el proceso con un grupo interdisciplinario no significa que en la primera consulta se programe una cirugía o se haga un tratamiento hormonal”, agregó.

El presidente intervino a principios de octubre, luego de que los grupos antiderechos convocaran a una marcha para el sábado 19, de nuevo con la consigna “Con los niños no te metas”. “Los abogados democráticos de Colombia deben denunciar a todas estas personas que con mentiras llenan de odio a ciudadanos y ciudadanas desprevenidos. El delito de odio y la discriminación existen”, remarcó Petro. No sirvió más que para darle alas a los contradictores, que se victimizaron y explotaron la oportunidad de ubicar al petrismo como el enemigo. “No le tenemos miedo. No nos vamos a dejar amedrentar ni silenciar. Vamos a salir a marchar contra la ideología de género”, respondió Rojas, que aprovechó para reiterar la idea de que el Gobierno promovía hormonizaciones y cirugías de cambio de sexo “a partir de los 13 años”.

El tono de pánico moral aumentó día a día. Influencers y políticos difundieron unos días antes de la movilización un video con una música alarmista y un grupo de personas —entre ellos, actores y periodistas— que mezclaba referencias a todo tipo de cosas “que están mal”, desde las terapias de afirmación de género hasta la interrupción voluntaria del embarazo. Uno de los participantes, el actor Marcelo dos Santos, decía: “¿Bebecitos de tres años que se los cambie de sexo? No tiene ningún sentido, es una salvajada”. El video acumuló, solamente en el TikTok de Rojas, unas 770.000 visitas. Poca gente fue a la marcha, pero el tema quedó instalado: el expresidente Uribe, que se benefició de la campaña de 2016, se sumó ese fin de semana a la consigna de que los petristas “están acabando con la familia” al “estimular cambios de sexo a los tres años”.

En una videollamada con este periódico, Rojas reconoce que no habrá intervenciones quirúrgicas para niños en Colombia. “Cirugías no va a haber, eso sí lo tengo completamente claro”, afirma. Asegura que ella solo hace referencia a etapas previas a ese procedimiento: el apoyo psicológico, los bloqueadores y tratamientos hormonales. Para probarlo, reproduce un video en el que dice lo siguiente: “Nosotros no vamos a permitir que a menores de edad se les comiencen terapias de afirmación desde los tres años, que a los 10 años se les pueda comenzar a promover bloqueadores hormonales y que a los 13 ya se comience el tema de la hormonización...”. Lo corta y señala que no dice nada de cirugías. No obstante, en el video íntegro publicado en su Instagram se puede escuchar que menciona estos procedimientos justo después del momento en el que cortó la reproducción: “... que a los 13 ya se comience el tema de la hormonización y cirugías de cambio de sexo”.

La influencer no se hace cargo de lo que hayan publicado otros. “No voy a hablar por las demás personas, voy a hablar por Camila Rojas”, dice. Sin embargo, contribuyó a difundir mensajes como el del actor que se indigna por “bebecitos de tres años” a los que supuestamente se les quiere ”cambiar de sexo”, un término que se relaciona con lo biológico y con el quirófano (a diferencia de “afirmación de género”, que se refiere a la construcción y reconocimiento social). La activista admite que esto estuvo mal. “Bueno, sí, fueron errores, fueron errores”, dice respecto a un video que aún está publicado en sus redes sociales.

El movimiento antiderechos

Camila Rojas y Jonathan Silva son las caras más visibles de un movimiento antiderechos que ha tomado fuerza en los últimos meses. Se conocieron el año pasado, según cuenta ella, en el activismo contra un proyecto de ley que buscaba prohibir las terapias de conversión a personas LGBT. Juntaron firmas, se volvieron habitués del Capitolio, crecieron en redes y tumbaron la iniciativa con apoyo de congresistas aliados. Entre los dos no suman más de 70.000 seguidores en Instagram, pero son parte de una red mayor: influencers de Chile, Ecuador o Argentina suelen replicar sus mensajes. Se diferencian en que ella es evangélica y él es católico. También en que ella asegura que no quiere entrar en la política, mientras que él aspira a ser candidato al Congreso en 2026.

Ella afirma que no es antiderechos y que se considera “defensora de los derechos individuales”. “Toca tratar a las personas con mucho respeto y mucho amor porque cada ser humano se lo merece”, dice. Según explica, su problema no es con las transiciones de género, sino con que presuntamente los niños y adolescentes no tienen la madurez necesaria para tomar esas decisiones. Sin embargo, en uno de los videos de su Instagram se ve cómo ella se refiere de la siguiente forma a una activista trans que aparece en imágenes de apoyo: “Veo a un hombre que ni siquiera se toma el trabajo para poder parecer una persona trans. Un hombre que se maquille no quiere decir que sea una mujer trans y mucho menos que sea una mujer”. Sobre el argumento de la madurez de los niños, la Corte Constitucional ha encontrado que la construcción de la identidad de género puede comenzar a los cinco años. Los tratamientos son graduales —acorde a la madurez de los niños—, muchos padres acompañan los procesos de sus hijos y la falta de acceso a estos servicios puede derivar en problemas de salud mental.

Agustín Laje, un escritor argentino de ultraderecha, ha sido un aliado clave. Tras la marcha del pasado sábado, invitó a Rojas y Silva a un programa que grabó en Bogotá y que tituló: “Petro quiere hormonizar niños en Colombia”. Replicaron los bulos y difundieron otros nuevos: Laje dijo que el derecho colombiano no reconoce los derechos de los niños trans, pese a la jurisprudencia de la Corte Constitucional. Silva, en tanto, promovió discursos de odio contra los padres de los niños trans, a los que llamó “padres enfermos” que “trasvisten” a sus hijos. En cinco días, más de 100.000 personas los vieron.

Las madres de personas trans

Una de las personas que los vio esa noche fue Paula Quintero, madre de una adolescente trans de 16 años. Dice que fue doloroso, pero se forzó a verlo “para entender cuáles son los argumentos y las intenciones detrás de atacar a las infancias trans”. Después, le hizo un resumen a dos compañeras: Ivania Cerón, madre de un hije no binario de 11 años, y Catalina Gutiérrez, mamá de una hija trans de 21 años. “Decido contarles porque enfrentamos una exposición muy hostil en los escenarios del Congreso. Tenemos que saber cuál es el terreno en el que jugamos y preparar nuestros argumentos”, explica en una videollamada. Juntas, han recopilado un acervo de información para defender a sus hijos. Van desde un estudio sobre la reversibilidad de los tratamientos anteriores a una cirugía y las bajas cifras de arrepentimiento hasta una columna de opinión sobre el doble estándar de no cuestionar las mamoplastias de quinceañeras.

Gutiérrez comenta que su hija tuvo acceso a los tratamientos a los 15 años y que se arrepiente de que no haya sido mucho antes. “Quería pelo largo y yo le decía que no, que los hombrecitos iban mejor de pelo corto. Ella, y lo digo con dolor, nunca se sintió en un entorno seguro para decirme lo que le estaba pasando hasta los 15. Para entonces, le empezó a salir pelo, barba, y vio que su cuerpo le impedía no masculinizarse. Entró en depresión y se demoró varios años en salir adelante”, relata. “¿Qué quieren los que se oponen? ¿Quieren que en vez de tomar hormonas nuestros hijos vayan a tomar antidepresivos? ¿Cómo pretenden que a una mujercita de 15 años le crezca barba y no sufra bullying?”, remarca.

Algo similar apunta Cerón, desde la perspectiva de un hije de 11 años que recién empezará con el bloqueador de pubertad: “A mi hije le va a angustiar si empieza a ver cambios que no quiere tener. Si los tiene, ¿qué va a pasar con su salud mental? ¿le quieren llevar al suicidio? Es mi hije, yo lo conozco y puedo decir que eso minaría su salud mental. Y es cierto que la población trans tiene más problemas de salud mental, pero no porque estén mal. Es porque estás en un sistema de salud hostil que te niega derechos”.

Ivania Cerón, madre de una infancia trans.
Ivania Cerón, madre de una infancia trans.ANDRÉS GALEANO

Las madres, sin embargo, han tenido obstáculos para presentar sus argumentos. Quintero señala que los medios de comunicación deberían cuestionar “el rigor periodístico” que exige invitar a ambas partes de una disputa. “Crean un lugar muy peligroso para las familias. Dan micrófono a personas antiderechos humanos y las ponen al mismo nivel con quienes históricamente han sido vulnerables u oprimidos”, resalta. “Sientan a una mamá, que ha navegado sola, poco a poco, con las notarías y hospitales. Y la enfrentan en la misma mesa con la persona que escribió un proyecto de ley para quitar derechos. Es como que sientas a un ratón chiquito y pones al lado a un león”, añade.

Cerón comenta que es importante considerar que ellas y sus hijos son “un blanco fácil”. “Camila Rojas habla mucho de niños inocentes. Eso tiene el subtexto de que los familiares que acompañamos de manera amorosa y científica somos unas loquitos, hippies. Nos invalidan ante la sociedad”, dice. Los hijos, en tanto, no tienen posibilidad de expresarse o contar ellos mismos sus historias para que la sociedad los conozca y empatice con ellos. “Son menores de edad y no los vamos a exponer al debate público. No puedes volver activista a un niño o una niña que está en su tránsito y que lo hagan mierda en los medios. O que cojan una fotografía y la exhiban”, explica.

Las tres solían rehuir del activismo. “Estábamos envueltas en un escenario donde parecía que lo más prudente era no hablar... que si hablo, les doy micrófono y se puede amplificar la desinformación”, dice Quintero. No obstante, hace unos meses decidieron complementar su grupo de apoyo emocional con otro de incidencia política. Lo hicieron al percibir que los antiderechos estaban cada vez más fuertes: la senadora Ríos presentó un proyecto de ley para prohibir los tratamientos, mientras Rojas y Silva se fortalecen en las redes sociales. “Nos ahogó el agua. Hay mucha desinformación que empieza a incrementar los riesgos para nuestros niños”, afirma. Gutiérrez agrega: “Una mamá no se puede quedar callada cuando empieza a ver proyectos de ley que abiertamente atacan los derechos de su hija”.

Los ataques de Agustín Laje a ‘La Silla Vacía’

El bulo transfóbico sobre la circular de la Superintendencia de Salud evidencia las dificultades para combatir la desinformación desde los medios de comunicación: el riesgo es que cubrir el tema pueda potenciarlo o darle una visibilidad inmerecida a sus propagadores. En el programa de Agustín Laje, la influencer Camila Rojas le agradece a La Silla Vacía por “hacerles publicidad” con una nota que desmiente los bulos sobre la circular. “Creo que viven gracias a nosotros”, dice ella. “Es una medalla que tenés que llevar en el pecho”, agrega Laje. No dan respuesta a lo que cuenta la nota, sino que descalifican el trabajo porque el portal web ha sido financiado por Open Society, una oenegé estadounidense que otorga subvenciones a medios independientes en todo el mundo. “Qué lindo que te ataque una ramera de Soros [el fundador de Open Society]”, dice Laje.

El Espectador sintetizó las dificultades en su editorial del sábado: “Diversos medios de comunicación hemos explicado esto [el bulo] las últimas semanas, pero de poco sirve la verificación de datos para quienes privilegian la desinformación que alimenta sus miedos y confirma sus prejuicios”. Sin embargo, también hay margen para el optimismo. Carlos Cortés, director de Linterna Verde, señala por teléfono que el argumento de que La Silla Vacía es parte de una conspiración globalista solo convence a un nicho de seguidores que ya está cautivado por los antiderechos. El medio de comunicación, en cambio, puede llegar a un público más amplio. “Más allá que haya grupos de ciudadanos de extremos, la verificación de datos tiene un mercado”, afirma. “La Silla Vacía tiene que hacer de tripas corazón. Que le digan que es peón de Soros y no irse a responder. La desinformación busca sacarte de tu conversación y que te metas en la de ellos”, añade el experto.

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Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
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