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Relaciones humanas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Conversar mirándonos a los ojos

Es necesario entrenarnos en la arena de la conversación, habilitar nuestras capacidades para la palabra, la deliberación y la comprensión, solo así será posible crear proximidad

Diego Fernando Mosquera
Un joven utiliza su celular en Buenaventura (Colombia).Jair F. Coll

¿Estamos perdiendo la cualidad del lenguaje para cultivar la vida en sociedad? ¿El anonimato y la distancia nos habilitan para decir todo, incluso lo que no pensamos, en el afán de exacerbar las emociones y generar controversia? Un like, un comentario y un seguidor en redes sociales es la regla que mide el valor de lo que decimos en estos tiempos. Sería útil meditar, entonces, sobre la calidad de nuestras interacciones y la virtud de la conversación como creadora de sentido y generadora de proximidad.

Cuando más conexiones nos ofrece la vida, tanto en el plano material como en el espacio virtual y expandido, más nos alejamos de la responsabilidad sobre lo que decimos y hacemos. Se trata de una suerte de protección ficticia que ofrecen la distancia y la velocidad, pues las supuestas conversaciones se hacen masivas, despersonalizadas y rápidas. Es una suerte de otro yo, nuestro yo en las redes, que se da muchas más licencias que las que el yo en la presencia se daría. Funciona como una especie de capucha que nos permite actuar con cierto anonimato y que nos habilita para gritar, explotar, responder a la ligera, hacer comentarios inapropiados o ser violentos, pues parece no tener consecuencias.

Pero las consecuencias llegan, y es que parte de este estado de des-confianza en la que estamos inmersos, tiene que ver con el deterioro de nuestra conversación. Le hemos dejado al mundo de las redes ―y a su ligereza―, el espacio para la interacción y el trabajo en comunidad, mediante la llamada amplificación de audiencias. Nos hemos vuelto un poco adictos a la exageración, a todo lo que exalte nuestras emociones e ideas y que nos permita construir identidad. Un yo que, además, en el teatro de la vida tenga más público y más presentaciones, es un yo con más capacidad de expandir su poder, sin importar qué o quién está amplificando.

La cuestión en este contexto, sin duda, es de carácter filosófico. Va detrás de la pregunta por el valor y el sentido de la conversación, del poder del lenguaje que nos hace humanos, y por la reivindicación del encuentro entre diferentes que enriquece nuestras ideas y pensamientos, permite la discusión y el aprendizaje compartido. Tenemos claro que es difícil reconocernos en la diferencia, abrazar al otro que nos interpela en lo que pensamos y sentimos es una tarea que exige madurez, es decir, responsabilidad, estabilidad y armonía. Es necesario entrenarnos en la arena de la conversación, habilitar nuestras capacidades para la palabra, la deliberación y la comprensión, solo así será posible crear proximidad.

Hablamos mucho del gran reto que representa crear empatía para cultivar la humanidad. Si bien la ciencia ya ha demostrado que los seres humanos tenemos desarrollada, de manera natural, la condición que facilita la empatía, sentirnos e imaginarnos en el otro, la cuestión es que la practicamos con nuestros cercanos: familia, amigos, seguidores. El gran desafío es lograr sentir esa cercanía con el que nos es ajeno, con el que piensa y siente diferente, con lo otro que es el mundo; no tanto para acoger lo que hacen o dicen, pero sí para estar dispuestos a comprenderlo, debatirlo, darle contexto y aprender. También para manifestarnos con responsabilidad cuando la fuerza de los argumentos nos acompaña en la defensa de la dignidad humana, que es universal.

Aprender a expandir esta capacidad de crear proximidad a través de la palabra requiere ser ejercitada; y es allí donde la conversación, mirándonos a los ojos, no mediada por el miedo a hacernos responsables de lo que decimos y expresamos, es la que permite sentirnos próximos así seamos diferentes. En mi caso, cada mañana, por ejemplo, medito sobre el desafío que representa tener con el otro una mirada comprensiva, una escucha profunda y una palabra bondadosa. A veces lo logro, muchas otras me enredo, pero siempre reflexiono y aprendo. Una ética para el encuentro con el otro que nos interpele en nuestras ideas y emociones.

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