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Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las protestas incomodaron al presidente

Aunque las marchas del miércoles pasado no fueron tan nutridas o heterogéneas como para sugerir un cambio robusto y presionar al Congreso a oponerse a las reformas del Gobierno, lograron su cometido

Marcha por la mayoría Colombia
Opositores del gobierno de Gustavo Petro marchan en las calles de Medellín, el 6 de marzo.Luis Eduardo Noriega (EFE)

Luego de la jornada de protestas opositoras del miércoles semana pasada, el jefe de Estado de Colombia se mostró incómodo, iracundo y con ganas de tener la última palabra. El presidente Gustavo Petro dedicó gran parte de su día laboral del 7 de marzo a cuestionar el número de asistentes a las protestas, a tildar a sus líderes y a sus participantes de privilegiados e indolentes ante las necesidades sociales, a debatir a sus opositores y a sacar pecho por los logros de su Gobierno. Las protestas lo incomodaron por una simple razón. Hoy por hoy el Gobierno no es dueño ni de la calle ni de la narrativa, los dos elementos sobre los cuales se fundamentarán las elecciones de 2026.

En Colombia siempre ha habido protestas en contra del Gobierno, pero, como en épocas recientes casi siempre los gobiernos han sido de centroderecha, Petro siempre estaba del lado de los manifestantes. De hecho, fueron las manifestaciones de 2019 y de 2021 en contra del Gobierno de Iván Duque las que catapultaron la candidatura de Petro e hicieron realidad que por primera vez la izquierda capturara el poder. Sin embargo, desde que es presidente, el Gobierno ha tenido que enfrentar tres episodios de protesta que lo han descolocado.

Las primeras protestas planeadas por el Centro Democrático contra el Gobierno ocurrieron en septiembre de 2022, cuando Petro apenas llevaba unas semanas en el cargo. Las segundas fueron convocadas por ACORE, la organización de militares retirados, y el Centro Democrático en mayo de 2023. Y la tercera, que ocurrió la semana pasada, fue liderada nuevamente por los partidos de oposición el Centro Democrático y Cambio Radical.

Según el reporte de las autoridades, la semana pasada se presentaron manifestaciones en al menos 18 ciudades. Incluyeron la toma pacífica de los principales parques, avenidas y plazas de Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla y Bucaramanga, donde participaron aproximadamente 52.000 personas, 15.000 de ellas en la capital. Es de destacar que ni se reportaron actos de violencia ni las fuerzas de autoridad policial hicieron notar su presencia por medio de gases lacrimógenos ―como frecuentemente lo hacen―.

Es positivo que los colombianos se expresen pacíficamente y que las autoridades los respeten. Así debería ser y lamentablemente así no ha sido siempre, como los eventos de la manifestación del 8 de marzo mostraron nuevamente.

El hecho es que, si bien la movilización de la oposición fue bien nutrida, no cambia el panorama político. Aunque fue más heterogénea que las anteriores gracias a la participación de los camioneros, que buscan evitar a toda costa que el Gobierno aumente el precio del ACPM, aún falta mucho para darle un revés significativo al Ejecutivo.

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Lo que la marcha demuestra es que la tendencia de convocatoria y alcance de la oposición está en aumento y tiene entre sus objetivos hacia 2026 quitarle el elemento que más validación le da al Gobierno, y es que representa las calles.

Es por eso que como primera medida el presidente cuestiona la legitimidad y el alcance de las protestas, y pone en duda la asistencia masiva de ciudadanos y critica la cobertura mediática que, según él, distorsiona la verdad. Porque si las marchas son de verdad y están creciendo, entonces lo que dicen las encuestas es verdad y él tendría que redirigir el barco para mejor gobernar.

Cómo segunda medida, el Gobierno buscará convocar a sus propias marchas, con todo el despliegue estatal (y contractual) que eso conlleva. Buscará así demostrar con plazas llenas que su movimiento sí es pueblo y que su poder se mantiene a pesar de las malas encuestas y de las aún peores noticias en temas de economía y seguridad.

La campaña electoral hacia 2026 ya comenzó. Es evidente por la actitud del presidente y de la oposición. Es una batalla que tendrá dos frentes, la narrativa digital y las calles. Es una batalla que ha librado Petro toda su vida; para la oposición, aunque las narrativas digitales sí son sus instrumentos fundamentales, las calles le han costado trabajo.

Si la oposición quiere crecer hacia 2026, tendrá que volverse más diversa y heterogénea en sus mensajes, sus demandas y, por qué no, sus representantes políticos. Las protestas corren el riesgo de pasar del anonimato al desprestigio si buscan impulsar las candidaturas de los mismos grupos políticos que salieron en 2018 y 2022.

Por ahora, es claro que las manifestaciones han incomodado al presidente. Eso para la oposición es una victoria.

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