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Nayib Bukele
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bukele: la mentira en democracia

La profecía autocumplida de Nayib Bukele alerta (una vez más) sobre la fragilidad del dispositivo electoral como antídoto único contra el autoritarismo

Nayib Bukele
Nayib Bukele, durante una conferencia en San Salvador (El Salvador), tras las elecciones del pasado 4 de febrero.Gladys Serrano

La profecía autocumplida de Nayib Bukele alerta (una vez más) sobre la fragilidad del dispositivo electoral como antídoto único contra el autoritarismo. El nuevo caudillismo mediático, edificado sobre viejos mecanismos de mentira y “solución de problemas”, amenaza la salud democrática de países desesperados por la violencia y la inequidad.

La región enfrenta el auge de viejos fenómenos políticos encarnados en nuevos personajes. Todos tienen un par de rasgos que aquí en Colombia conocimos hace décadas. Uno, satanizar a todo el que ponga en duda la honradez de los propósitos de un presidente iluminado, o la necesidad de sus decisiones. Y el otro, promover un estado de opinión como faceta superior del Estado de Derecho, que permite invocar la popularidad del presidente para deslegitimar los controles formales de la democracia y desconocer límites constitucionales o decisiones judiciales.

La mentira en política es parte de los mecanismos que sostienen estas anomalías democráticas —cada vez más frecuentes—. Hannah Arendt lo advirtió hace más de 50 años: el político mentiroso construye mentiras más creíbles y atractivas que la realidad. No sólo porque sabe lo que su audiencia necesita oír, sino porque las fundamenta en ideaciones y teorías que, por su impaciencia, nunca han sido sometidas a procesos de constatación. A cambio, para ahorrar tiempo y evitar riesgos, el mentiroso modifica la realidad presente y la del pasado, para que concuerde con la línea de sus tesis y, así, liberar su éxito de la incómoda y desconcertante contingencia de la realidad.

Hoy sólo vemos los presos de las mega cárceles que Bukele quiere que veamos. Los tatuados y fortachones pandilleros semidesnudos, disciplinados por las armas de la guardia estatal. A los demás presos no los vemos. Desaparecen de la realidad mediática todos los muchachos de barriadas marginadas, cuyas detenciones arbitrarias inundan de habeas corpus el sistema judicial salvadoreño. Lo mismo pasó con los falsos positivos y los miles de guerrilleros muertos en combate que nos mostraron en los cuerpos uniformados abatidos a bala de fusil. Cuando no eran más que jóvenes empobrecidos ajenos al conflicto, disfrazados a las malas de soldados para que el estigma funcionara. Su verdad desapareció, también, de la realidad mediática.

La región conoce este perfil de gobernante. Los ha visto subir al poder en elecciones. Siempre hombres iluminados que han modificado la realidad, agigantando horrores y desapareciendo datos y biografías, en sofisticadas y poderosas estrategias de mercadeo que los convierten en fórmulas necesarias. Y los ha visto también llegar a instalarse en tiranías declaradas. La pendiente es resbaladiza.

El peligro ha sido advertido. No sólo hace 50 años por Arendt. Hace cuatro siglos por Étienne de La Boétie en su discurso sobre la servidumbre voluntaria. Si se mantiene el dispositivo electoral como único escudo contra el totalitarismo, la región no verá la victoria sobre la dominación de la mentira. Los pueblos deben asumir sin titubeos que las garantías democráticas son su mejor escudo. Que son ellos quienes se hacen siervos de la codicia de sus gobernantes cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, eligen la primera. Abandonan la promesa de los derechos, en una imprudente traición a su propia historia, porque esa promesa es una conquista popular que ha costado luchas exigentes y, a veces, sangrientas. Eligen, a cambio, cargar con un yugo que causa su daño y les aturde hasta dormirlos en la más inexplicable sumisión.

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Muchos votantes salvadoreños, paradójicamente, engrosan las cifras (lejanas al imaginario prometido) de quienes no están protegidos de la pobreza y la exclusión por garantías democráticas, ni viven en la anunciada libertad frente a la violencia. El Salvador de Bukele, con su reelección prohibida y su populismo punitivo se perfila como un país Ni-Ni. Ni democrático, ni libre. Como Colombia en tiempos de Uribe, sus referendos reeleccionistas y sus falsos positivos. O como Argentina en la recién inaugurada era Milei. La desgracia de ser un país Ni-Ni, aunque parece ser una enfermedad eruptiva altamente contagiosa, no se conjura con un único brote. El único antídoto es la consciencia. ¡Atentos!

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