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Ejército de Liberación Nacional
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los tiempos del ELN

El anuncio del secuestro es importante, pero no hay nada que celebrar, pues no viene acompañado de liberaciones. Sin embargo, significa un pequeño aire en una mesa que se estaba ahogando

Grafitis alusivos al ELN
Grafitis alusivos al ELN cerca de los pasos fronterizos entre Colombia y Venezuela, en Cúcuta, en marzo de este año.Ferley Ospina

El año termina con un tibio anuncio de suspensión del secuestro por parte del ELN sin que se hable de liberaciones. No sobra recordar que este 2023 comenzó con el portazo de esa misma guerrilla a la oferta de cese al fuego bilateral del Gobierno. El presidente Gustavo Petro se anticipó a hacer el anuncio de un acuerdo que faltaba cocinar y la guerrilla, sin reconocer que era una concesión del Estado, se dio el lujo de decir que no se había pactado. Es un año completo de tire y afloje sin mayores avances y, lo más importante, sin que aún las comunidades sientan algún alivio en la violencia. Los tiempos del ELN son otros y el país necesita resultados concretos ya para poder creer.

En el comunicado de cierre del quinto ciclo de conversaciones realizado en México se incluyeron varios acuerdos. El punto dos de ellos establece: “La suspensión de las retenciones con fines económicos, según el ELN, en el marco de la prolongación del cese al fuego prevista para finales de enero del año entrante”. En el lenguaje, que no es menor, se impuso la narrativa guerrillera y no se menciona la palabra secuestro. Además, brilla por su ausencia el anuncio de liberación inmediata de todos los secuestrados que todavía esa guerrilla tiene en su poder. Nada se dice sobre eso.

En varias oportunidades los delegados en la mesa han dicho que nunca se había llegado tan lejos en las conversaciones con una guerrilla que ha mostrado una y otra vez ser incapaz de avanzar hacia la paz a pesar de los múltiples procesos. El primer intento frustrado de diálogo fue en 1975 en el gobierno de Alfonso López Michelsen. Y aquí seguimos. Puede ser cierto que ahora hay avances nunca antes logrados y esos matices los ven los expertos en negociación, pero a ojos del país y de las poblaciones que padecen las acciones violentas del ELN, las hostilidades siguen y la voluntad de paz no se ve. Secuestros, extorsiones, paros armados, reclutamiento, todo sigue.

No ayudan las declaraciones arrogantes de los líderes guerrilleros que defienden todavía la práctica del secuestro, que ellos llaman retención, como si fuera un derecho que tienen para conseguir recursos. Lo dicen sin vergüenza alguna, como si la vida de una persona fuera una moneda de cambio. Al decirlo ponen en evidencia lo lejos que están de entender al país en el que viven y el rechazo que su violencia produce en los ciudadanos. El secuestro no es una opción tolerable y la liberación de todos los secuestrados debe ser condición mínima para seguir hablando.

La paz total muestra pocos resultados tangibles y por eso es difícil ser optimista. Se sabía que no hay proceso fácil y que se negocia en medio de la guerra para acabar la guerra, pero cuando se pasa revista al diálogo con el ELN se ven meses y meses de encuentros sin muchos avances. El anuncio del secuestro es importante, pero está lejos de ser suficiente. No hay nada que celebrar, aunque sea bienvenido ese pequeño aire en una mesa que se estaba ahogando políticamente.

El anuncio del acuerdo lo comunicó Vera Grabe, la nueva jefa de la mesa de negociación con el ELN. Con ella y con Otty Patiño como Comisionado de Paz, se espera un nuevo impulso a un proceso accidentado. Dos personas que conocieron la guerra por dentro desde el M19 y que luego han hecho la paz, pueden tener las herramientas adecuadas para hablar con una guerrilla anclada en el pasado, convertida en un fallo histórico que se niega a desaparecer.

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No es menor el simbolismo de esa mesa porque el ELN habla por primera vez con un Gobierno de izquierda que muestra cómo al poder se llega por las urnas y no por las balas. La negociación la encabezan exguerrilleros: además del comisionado y la jefa de mesa, también el presidente lo es. Eso no los define y los tres son mucho más, pero les da otra perspectiva para dialogar. La pregunta es si los delegados de la guerrilla que siguen en armas podrán leer el momento para entender lo que está en juego y si esta vez están dispuestos a desarmarse porque ese es el objetivo final de cualquier negociación. De eso no se habla todavía, pero si no vamos hacia allá, ¿cuál es entonces el norte de la conversación?

En Colombia somos expertos en procesos de paz. Hay algunos exitosos y otros tantos fracasados. Cada uno confirma que es imposible acabar la guerra por la vía del exterminio total de los armados. Las guerras se acaban en acuerdos y ya es hora de que el ELN deje las armas. Sin embargo, la lentitud con la que avanzan en la negociación y la sensación de verlos atascados en otro momento, no permiten hacerse muchas ilusiones.

Buscar un acuerdo es una obligación moral en un país tan golpeado por la guerra. Llevar el proceso con respeto por la sociedad y siempre teniendo a las víctimas de la violencia en el centro es lo que corresponde. El Gobierno no puede olvidar que nos representa a todos en esa mesa y el país hace hoy reclamos concretos: el ELN debe liberar ya a los secuestrados sin condiciones y debe parar toda agresión a la población civil. ¿Lo hará?

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