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Sistema Salud Colombia
Columna
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Perdónalos, señor

El presidente Petro tramita una reforma a la salud que podría desembocar en una debacle de la salud en el país

Gobierno de Petro en Bogotá
Protesta contra el Gobierno de Gustavo Petro en Bogotá, en 2022.Carlos Ortega (EFE)

¿Realmente sabemos qué hará con la salud la reforma que hace tránsito por la Cámara de Representantes? El Ministerio de Hacienda dice que sí, y para demostrarlo publicó un cálculo de los costos y las fuentes para cubrirlos. En opinión de Hacienda, hay un hueco grande en las cuentas de la salud, que se cerraría en 2028. Hacienda no dio concepto fiscal favorable, como sí lo había hecho con la reforma pensional.

Esos números de los efectos de la reforma a la salud hacen un supuesto fundamental: que los costos de tratamientos, servicios médicos, medicamentos, administración del sistema, servicios hospitalarios y hotelería en centros de salud, etc., son predecibles una vez pase la reforma.

Es un supuesto heroico. La reforma de salud apunta a un cambio de rectoría y gobernanza del sistema tan profundo e impredecible, que relaja todos los controles de costos existentes.

Estamos abocados a inflación de costos, deterioro de calidad en otorgamiento de citas, merma en la atención, reducción de calidad e incumplimiento con la promesa de servicio de tal magnitud que no se sabe qué será realmente lo que se llamará “servicio de salud” después de aprobada la reforma. No se conocen cuáles serán los precios clave y por ende los costos totales.

Por eso, los congresistas no entienden a fondo (ni siquiera superficialmente) las consecuencias de los que están aprobando, sumergidos como están en barriles de mermelada que no los deja sacar la cabeza para respirar. Mucho menos para pensar.

Pongámoslo de forma gráfica. Si el Gobierno, ahora tan entusiasmado con la carne, dejara en manos de los gobernadores y alcaldes el manejo de la oferta de carne del país, la fijación de los precios a los que van a comprar la carne, y los costos a los cuales la van a procesar para que llegue a las familias, luego de semejante intervención sería incierto cómo funcionaría la oferta y cuáles serían los precios de la carne. Ni los alcaldes ni los gobernadores saben de la industria de carne, ni sus administraciones están entrenadas para ese desafío, y surgirán incentivos tan perversos, que fácilmente los 1,120 alcaldes y los 32 gobernadores pronto se volverían los mayores ganaderos del país.

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De ese tamaño es la equivocación que se cometería al encargarles el manejo de la carne para los colombianos. Ahora, por favor, en el párrafo anterior, cambie la palabra carne por la palabra salud.

La reforma a la salud está sujeta a la crítica que volvió famoso al recientemente fallecido premio Nobel de economía Robert Lucas. Lucas argumentó que muchas intervenciones del Gobierno alteran de manera tan profunda la realidad económica, que el conocimiento del pasado pierde validez para predecir el futuro; y, en particular, para predecir los efectos de la intervención que se busca estudiar.

Lo que hoy llamamos “servicios de salud”, “sistema de salud” o “costos de salud”, no sirve para referirse a los mismos hechos en un par de años. Entraremos en un mundo desconocido, de deterioro en calidad y cantidad, y aumentos en precios imposibles de predecir.

Eso, pues, el Gobierno busca crear todo lo contrario a un mercado de salud propiamente dicho. Esa es la médula del asunto. Al Gobierno le fastidia que se pueda de hablar de un “mercado de los servicios de salud”. El Gobierno quiere hablar de la provisión pública de los mismos. Quiere ser recordado por que deje de ser el mercado y en su lugar pasen a ser el alcalde, el gobernador y el funcionario del ministerio los que gobiernan el sistema.

Por ende, cuando produce unas cifras hasta 2033, el Ministerio de Hacienda lo único que sabe es que sus técnicos hicieron unos cálculos en una hoja de Excel, tomando en cuenta los costos actuales de atender la salud de 51 millones de colombianos, sumaron unas cosas del proyecto de ley, calcularon las entradas y salidas de plata al sistema, y ya, mandaron eso al Congreso.

Ni los congresistas, ni el ministro de Salud, ni Hacienda, ni Petro, ni Robert Lucas (q.e.p.d.), ni los expertos sabemos qué se está aprobando, porque lo que se llama salud hoy y por lo que se paga la UPC (Unidad de Pago por Capitación), va a cambiar tanto con la reforma que esas líneas en los gráficos y esas cifras significarán poco.

La necedad consiste en no saber lo que uno hace y, sin embargo, empeñarse en hacerlo. Aprobar neciamente un texto con el pomposo nombre de Reforma de Salud no implica que los que la están por aprobarla sepan verdaderamente lo que hacen, ni qué será lo que nombraremos con la palabra salud después de ella.

Los precios, las cantidades pagadas y las calidades de los servicios cambiarán de forma tan drástica e impredecible, que lo que se diga hoy al respecto no pasa de ser una necedad.

Chávez también llamó reforma a la salud, la destrucción de la salud de Venezuela. Chávez también llamó reforma de PDVSA a la destrucción de PDVSA. Chávez también llamó socialismo del siglo XXI la catástrofe de la economía venezolana. Chávez también llamó prosperidad al desastre social que ha llevado a siete millones de venezolanos a abandonar su país para poder dar de comer a sus hijos. Maduro aún llama democracia a esa pantomima de que la gente deposite votos para elegirlo eternamente.

El Congreso de Colombia no puede mantener la farsa de que aprueba una destrucción del sistema de salud y la llama reforma.

Al momento de votar o hacer quorum, los congresistas debieran pensar que sus parientes, sus hijos y sus padres se enfermarán, al igual que el resto de los colombianos, y que en las colas de espera para una cita o una atención, la falta de gasa, aspirina o cirugías recordaremos que ellos fueron los necios habilitadores de esa debacle de la salud colombiana. Perdónalos, señor, pues no saben lo que hacen. Creo que a los pacientes del futuro no les quedará fácil perdonarlos.

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