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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Petro, Milei y Roosevelt

El presidente Petro debería hacer un alto en el camino, evaluar con cabeza fría los resultados de la elección presidencial Argentina y entender que los pueblos ya no quieren discursos edulcorados con promesas de cambio absoluto, sino resultados efectivos que se reflejen mínimamente en el día a día

Gustavo Petro
El presidente de Colombia, Gustavo PetroLEONARDO FERNANDEZ VILORIA (Reuters)

Con una economía en desaceleración. Con el sistema de salud pendiendo de un hilo. Con los precios del combustible en inevitable alza. Con la preocupación por las finanzas públicas que andan descuadradas. Con la deuda externa haciendo presión. Con los proyectos viales en suspenso. Con la construcción de vivienda en el congelador. Con la expectativa de la paz. Con la renovada relación con la dictadura vecina. Con la inflación que apenas empieza a ceder. Con los interminables enfrentamientos con unos y otros. Con el narcotráfico que sigue y seguirá. Con tantos y tantos líos, el presidente Petro debería hacer un alto en el camino, evaluar con cabeza fría los resultados de la elección presidencial Argentina y entender que los pueblos ya no quieren discursos edulcorados con promesas de cambio absoluto, sino resultados efectivos que se reflejen mínimamente en el día a día. Por eso, la elección de Javier Milei debe servir de llamado de atención al presidente en varios sentidos.

Por un lado, aunque eso seguro lo sabe Petro, si su gobierno de izquierda fracasa, pasarán décadas antes de que Colombia vuelva a tener un jefe de estado promotor de grandes ideas progresistas. Las grietas dentro de la coalición del Pacto Histórico y las mínimas disputas de poder que se están dando dentro de esos movimientos hace que resulte muy difícil cuajar un candidato que de manera contundente pueda considerarse heredero de Gustavo Petro. El Pacto está lleno de ‘oompa loompas’ de Petro, mas ninguno de ellos ha hecho lo suficiente para convertirse en una opción viable de sucesión.

Pero el lío no está en el quién sino en el porqué. ¿Por qué votar por el candidato de un partido que prometió el gran cambio, pero más que cambio terminó sumiendo al país en un mar de incertidumbres aún mayor que en el que ya nos veníamos ahogando?

La fórmula de enfrentar a unos contra otros, inspirada en rancias ideas comunistas, no es la salida para mejorar la salud de un país. No hay unos parásitos que deben ser eliminados. Eso no es democracia. Es más, en un hombre que habla de paz resulta absurdo vivir de enfrentamiento en enfrentamiento como si no fuera capaz de aplicar lo que pregona.

Tampoco hay que quebrar al país para cumplir con sus metas. Simplemente hay que buscar aliados que ayuden a avanzar con solidez en el sentido deseado, pero para esto se necesita concertación.

Hace casi noventa años, el presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt lo logró con un país sumido en la pobreza tras la crisis de 1929 y a pesar de los señalamientos según los cuales él era un comunista. FDR se sentó a hablar y a hacer planes en conjunto con los grandes empresarios de ese país. La meta: reactivar la economía, generar empleo y riqueza.

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Mientras hacía equipo con los empresarios, convirtió en ley desde el salario mínimo obligatorio hasta el seguro de desempleo (que aquí la oposición llama “el millón de pesos para que los jóvenes no roben”). Esos goles no gustaron a sus aliados, pero ya eran equipo, no podían darle la espalda.

Petro elige: ¿quiere ser un Kirchner o un FDR? (Este último murió y le seguían diciendo comunista aunque hoy es un héroe).

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