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GUSTAVO PETRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De Milei a Petro

Si el rumbo no se corrige en Colombia, el descontento creciente será el escenario perfecto para que sume apoyos un candidato o una candidata copiando el modelo Milei

Gustavo Petro y Javier Milei
Gustavo Petro y Javier Milei.EFE / GETTY

Soplan vientos de derecha desde el sur del continente y, más que eso, lo que llega con la elección de Javier Milei en Argentina es un nuevo triunfo de la demagogia, tan exitosa ella, tan de moda por estos tiempos en el mundo. Un candidato antisistema, antipolítica, que le habla a los sentimientos básicos de frustración y rabia de los ciudadanos, gana holgadamente la presidencia, y ese triunfo manda un mensaje de rechazo a las fórmulas de izquierda que debería escuchar con atención en Colombia el presidente Gustavo Petro.

De nuevo, la economía, en el centro del debate. No fue fácil para los argentinos esta segunda vuelta en la que se escogió entre dos opciones de riesgo: enfrentado a Milei estaba Sergio Massa, el ministro de Economía de un Gobierno que entrega el país con una inflación por encima de 140%, por citar solo un dato de la crisis. Argentina demostró que es “un país desesperado”, como escribió Martín Caparrós, y en medio de esa desesperación los votantes escogieron al hombre de la motosierra que promete recortar el gasto, reducir el Estado, dolarizar la economía, acabar con el Banco Central, abrir el mercado de armas y de órganos humanos y hasta reabrir las heridas de la dictadura que venían sanando con una condena colectiva a los crímenes cometidos.

Incertidumbre es la palabra para este momento en Argentina y lo que allí pasó es un camino por el que pueden seguir otros países. ¿Podría tener éxito en Colombia un liderazgo de este tipo? La respuesta es sí y que esto ocurra depende en buena parte del Gobierno del presidente Gustavo Petro.

Si, como viene pasando, el Gobierno de izquierda en Colombia no logra generar los consensos para las reformas sociales necesarias, si la economía se afecta (y el DANE acaba de reportar una contracción en el tercer trimestre de este año) y si el presidente sigue sin entender cuál es el papel de un mandatario, se estaría pavimentando el camino para la demagogia, de cualquier tendencia. Todavía le queda a este Gobierno más de la mitad de mandato para dar un timonazo y buscar, no en las palabras sino en los hechos, acuerdos que logren responder a tantas necesidades sociales insatisfechas que prometió resolver.

Es real que hay aciertos y esfuerzos importantes que poco se le reconocen a un Gobierno al que se evalúa con mayor rigor que a todos los anteriores. No obstante, no es simplemente un asunto de narrativa: son reales las dificultades que ha tenido para ejecutar, tomar decisiones, comunicar y administrar el Estado en general. Buena parte del trabajo de un presidente es gerenciar, y en esa materia hay errores graves que ya le pasan factura en popularidad a un mandatario que parece metido en una burbuja, en donde solamente ve y escucha a quienes lo aplauden.

Convendría al presidente abrir un poco esa burbuja para escuchar el mensaje que llega desde Argentina: los ciudadanos decepcionados pueden girar de la izquierda a la derecha con facilidad porque buscan respuestas cuando el hambre apremia, hay desempleo, pobreza, inflación desbordada. Pueden incluso dar un salto al vacío. El ambiente en general en el mundo es propicio para la demagogia. No es de ahora, viene haciendo carrera y el triunfo de Milei, como lo hizo en su momento el de Trump, pone en evidencia la crisis de una democracia que no ha logrado responder a las necesidades de las mayorías. En Argentina le cobran al peronismo un fracaso evidente en el intento por atender los problemas sociales.

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En Colombia, Gustavo Petro ofreció reformas ambiciosas que resulta imposible conseguir en un Gobierno. Las promesas de cambio total se pueden convertir en frustración total. Sin embargo, si el presidente entiende que se logra más sumando que peleando, aún podría convertir el suyo en un Gobierno que haga realidad viejos anhelos sociales. Si deja de lado su obsesión por ser un líder mundial y por hacer transformaciones totales para las cuales no tiene mayorías, si piensa de nuevo en un gabinete más amplio, si se apoya en personas que conocen la administración pública, si entiende cuál es el papel de un presidente y si dedica más tiempo a hacer y menos a hablar o trinar, tal vez ―y solamente tal vez― pueda revertir o por lo menos frenar el rechazo a su Gobierno que va creciendo y se refleja en estadios y encuestas. Los pueblos compran fácilmente las promesas en campaña y con la misma facilidad reclaman porque las quieren ver hechas realidad.

Si el rumbo no se corrige en Colombia, el descontento creciente será el escenario perfecto para que sume apoyos un candidato o una candidata copiando el modelo Milei con el riesgo que implica para la democracia. No deja de sorprender ver a muchos líderes, que se definen como demócratas, celebrando a un personaje que genera tanta incertidumbre. La historia ha mostrado en reiteradas oportunidades que cuando se vota por miedo para atajar a “un demonio”, a veces no se alcanzan a ver las orejas del lobo que amenaza al rebaño que aplaude.

Será tal vez porque en Colombia la motosierra tiene un doloroso recuerdo de masacres y de cuerpos cortados en pedazos bajando por los ríos. Será por su falta de mesura o exceso de locura, pero no veo con optimismo la elección de Milei. Espero equivocarme y que haga un buen Gobierno para abrir una ventana de esperanza. Los que creemos en la necesidad de más sensatez y cordura vemos tiempos difíciles. Nos conviene a todos seguir con cuidado lo que pasa en Argentina.

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