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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Innovación democrática

El camino requiere abandonar el miedo y tener mucha apertura mental. Requiere actuar con decisión. Si nos continuamos aferrando a nuestras victorias de hace dos siglos, en este no tendremos ninguna

Elon Musk
Elon Musk a un foro sobre inteligencia artificial en el Capitolio de Estados Unidos.LEAH MILLIS (REUTERS)

“Esta no es la democracia de tu abuela”, nos interpela una de las teóricas democráticas más importantes del mundo, Jane Mansbridge. Hasta los partidos políticos fueron innovaciones democráticas… en el siglo XIX. También lo fue el voto femenino y la extensión del sufragio, el ingreso de la sociedad civil en todas sus formas en la miríada democrática, los derechos sindicales y asociados a la protesta, los nuevos sistemas electorales y los mecanismos de democracia directa.

No es una moda ni una palabra más.

La innovación democrática es ya un campo especializado de la ciencia política; tiene un cuerpo de literatura definido, secciones propias en las asociaciones más prestigiosas de la ciencia política del mundo, autores con mucho reconocimiento y redes académicas y practicantes. Hay ya en el mundo nuevas instituciones políticas que utilizan la selección aleatoria para la composición de cuerpos políticos con mejores credenciales representativas y deliberativas que los parlamentos actuales. Hay nuevos sistemas de votación, crecientemente utilizados en los Estado Unidos, incluyendo ciudades como Nueva York, que permiten a las personas expresar sus preferencias; por ejemplo ranqueando candidatos en lugar de tener que elegir al menos malo.

Hay nuevas instituciones para la representación política de nuevos sujetos políticos, como los animales, la naturaleza y las generaciones futuras. Hay propuestas más ambiciosas para darle la vuelta al sistema. Hay bases de datos como Participedia y Latinno, con miles de experiencias, y redes globales como Democracy R&D, People Powered y KNOCA.

Entre 2020 y 2021, la OECD publicó cuatro informes sobre lo que denominó la “ola deliberativa”: más de 300 casos de asambleas ciudadanas en el mundo que usaron el sorteo cívico para la selección de sus miembros. También ocho casos de institucionalización de estos nuevos cuerpos políticos en ciudades como Toronto, París, Bruselas y Bogotá. Desde hace una década, Irlanda ha realizado seis asambleas ciudadanas sobre reforma constitucional, igualdad de género, Dublín, biodiversidad y uso de drogas. Mongolia ha aprobado una ley con el mandato de poner en marcha “encuestas deliberativas” –otro modelo de innovación democrática creado por el profesor de Stanford James Fishkin– antes de una reforma constitucional.

Hay también cambios en los ideales. Hay nuevas reflexiones acerca de la ética de la representación, acerca de las ontologías democráticas, acerca del papel de la deliberación y del consenso. Ojalá la democracia del futuro involucre ideales de la amistad cívica para equilibrar las instituciones democráticas de tipo adversario que predominan en nuestro sistema –los partidos políticos, las reglas mayoritarias, los múltiples puntos de veto y otras instituciones diseñadas hace siglos para la confrontación política– y también en nuestro espacio común, desde nuestras ciudades segregadas hasta las redes sociales. Necesitamos en nuestros sistemas instituciones democráticas unitarias, como las llamó Mansbridge en los ochenta, constituidas específicamente para acercar a los ciudadanos en lugar de continuar dividiéndoles.

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La infraestructura social en redes de bibliotecas públicas, la educación y la sanidad públicas y de calidad, las jefaturas de estado imparciales, la prensa y la burocracia independientes y las asambleas ciudadanas aleatorias son instituciones democráticas unitarias.

En este campo también hay debates encarnizados. Uno es entre quienes atacan las elecciones y quienes las defienden. Hay discrepancias en cuanto a la velocidad del cambio. También hay una sentida crítica relacionada con lo que se comienza a llamar “colonización democrática”: la exportación de modelos e instituciones sin mayor reflexión y muchas veces con algún sentimiento de superioridad cultural por parte del Norte Global. También hay quienes piensan que todo es una cortina de humo para impedir el “verdadero” cambio.

Aparecerán los argumentos conservadores de siempre. Hay que escucharlos, porque muchas veces también dicen cosas ciertas.

Que nos vamos a convertir en el 1984 de Orwell si tomamos medidas, ¿pero acaso es normal que ya nuestra esfera pública esté dominada por un sujeto como Elon Musk, o que el sistema actual nos haya arrojado a un Trump? ¿Acaso no es ya una distopía? Abundan las falacias de pendiente resbaladiza: “Si capturas a Trump, acabarás con la libertad de expresión”; “si regulas las redes, ya no podrás tener ninguna”; “si reformas los parlamentos, volverá la dictadura”. La precaución como principio de acción, o sea no hacer nada.

Este siglo tendrá que producir su propia reingeniería democrática. Los caminos de la innovación democrática requieren abandonar el miedo y mucha apertura mental. Requieren actuar con decisión. Si nos continuamos aferrando a nuestras victorias de hace dos siglos, en este no tendremos ninguna. Hay que sacudirse el polvo y pensar seriamente cómo el diseño de nuevas instituciones políticas va a hacerle frente a los abusos de las existentes y puede mejorar las cosas.

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