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La hemeroteca pública más importante de Colombia no logra sepultar la figura del político antisemita que le da nombre

El busto del canciller liberal Luis López de Mesa, que bloqueó la entrada de miles de judíos al país, adornó hasta hace pocos días una sala de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá

El exterior de la Biblioteca Luis Ángel Arango. en Bogotá (Colombia).
El exterior de la Biblioteca Luis Ángel Arango. en Bogotá (Colombia).Rodrigo Orrantia (Banrepcultural)
Camilo Sánchez

El espíritu del político liberal y canciller antisemita Luis López de Mesa (1884-1967) se niega a abandonar la imponente sala que lleva su nombre en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, la más grande y prestigiosa del país. Desde hace más de tres décadas las directivas de la institución han tratado de desterrar infructuosamente el topónimo de su hemeroteca. Es un lío incómodo para una época en que las instituciones culturales de todo el mundo revisan a fondo los fundamentos historiográficos, sus métodos narrativos y el significado de sus nombres o de las estatuas conmemorativas que las adornan. Por lo tanto, la idea de conservar cualquier referencia a una figura que, a través del diseño de políticas migratorias xenófobas, bloqueó la llegada de unos 20.000 judíos europeos que trataron de huir de la muerte en los tiempos negros del nazismo, resulta cuanto menos tóxica.

Un busto del político antioqueño, que se ufanaba de ser descendiente del militar ibérico Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, estuvo situado hasta hace unos días en un pasillo que conduce a la sala de estilo brutalista. Antes, permaneció durante décadas en el centro de la hemeroteca pública más importante del país y solo fue removido este año a causa de unas obras de refacción que se adelantan en la sala. Se trata, en todo caso, de una contradicción en los criterios de la institución, que desde principios de los años noventa apostó por eliminar la utilización del nombre y esperar a que entrara en desuso con la idea de que el olvido y las generaciones venideras terminarían por sepultar el tema.

Pero la memoria suele ser terca y los responsables de la biblioteca, que forma parte de la red de bibliotecas públicas del Banco de la República, nunca oficializaron el cambio. Hoy la figura del incómodo exministro, quien también fue un connotado psiquiatra, un impulsor de la Sociología en Colombia y ocupó la cartera de Educación, sigue alzando la voz. El abogado constitucionalista Rodrigo Uprimny publicó en enero de este año una columna en el diario El Espectador en la que sugería que el nombre del recinto fuera cambiado por el de Lilly y Hans Ungar, dos refugiados judíos que crearon una de las principales librerías de Bogotá, la Central, y fueron figuras clave de la vida cultural de la ciudad y el país en la segunda mitad del siglo XX. “Hay que mirar a las personas en su contexto. López de Mesa era un intelectual. Tenía que conocer la terrible persecución que estaban sufriendo los judíos de Europa y a pesar de eso, con complicidad del presidente Eduardo Santos, firmó el decreto para frenar la concesión de visas a miles de personas que habían perdido sus derechos políticos”, aseguró Uprimny a este diario.

Una persona trabaja reorganizando libros en la biblioteca.
Una persona trabaja reorganizando libros en la biblioteca.Banrepcultural

Entre los judíos que no pudieron recibir el visado para llegar a la remota Colombia se encontraban Paul Ungar y Alice Kramer, una pareja de vieneses dueños de una reconocida pastelería situada justo enfrente del palacio real austriaco. Hans, su hijo, fue el único que logró escapar de los campos de exterminio. En 1938, con 22 años, desembarcó en Bogotá. Tenía la idea de reunir fondos para costear un visado para sus padres, pero sería muy tarde. Cuando Ungar, que más tarde se convertiría en un reconocido bibliófilo y librero, solicitó los permisos de residencia para Paul, Alice y su hermano Fritz, el canciller López de Mesa ya había firmado el decreto 1723 de 1938, que señalaba claramente la prohibición de visar a “individuos que hayan perdido su nacionalidad de origen, o no la tengan”. Era justamente el caso de los judíos alemanes y austriacos, que desde la entrada en vigor de las leyes de Núremberg (1935) perdieron su nacionalidad, un hecho conocido en todo el mundo y que ya había sido objeto de repudio.

Los tres miembros de la familia Ungar fallecieron en campos de concentración. Por eso Rodrigo Uprimny, cuyo padre también huyó de Viena en la misma época por su origen judío, asegura que rebautizar la hemeroteca sería un acto de “justicia poética”: “Los Ungar fueron personas que tuvieron un papel muy importante en la difusión de la cultura colombiana. A través de la Librería Central hicieron mucho por el periodismo y las publicaciones impresas”.

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El recién designado director de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Fernando Barona, recuerda que fue el entonces presidente de Colombia, el liberal Julio César Turbay Ayala, quien en 1979 sugirió bautizar la hemeroteca con el nombre de Luis López de Mesa. En el discurso inaugural de la sala, el mandatario dijo que López fue una de las “figuras estelares de la inteligencia colombiana, a la cual no se le ha rendido el homenaje que realmente merecían sus claros talentos, su patriotismo y su originalidad de pensamiento”.

Barona, un antropólogo que estuvo más de 35 años al frente del área de gestión cultural de la biblioteca, ahora como director confiesa que ha dado orden de trasladar el busto a los depósitos. “Si ya se movió, no tendría por qué volver. Creo que hoy ya no tiene sitio en la sala”, concede. Para el historiador Jorge Orlando Melo, quien dirigió la biblioteca entre 1994 y 2005, la discusión es válida: “Yo creo que el racismo de López de Mesa tenía una connotación más culturalista”, explica por teléfono. “Él creía que si se traía a judíos ignorantes, que no tuvieran título universitario, iban a terminar perturbando los elementos culturales propios”.

Algunos de los pasillos de la bilioteca.
Algunos de los pasillos de la bilioteca.Banrepcultural

Más allá de ese matiz, las declaraciones de López de Mesa, que variaban muy poco en temas de negros o indígenas, hablan por sí solas: “Somos francamente adversos a la venida de buhoneros, comerciantes al detal, comisionistas, y demás integrantes no productivos… ni nos entusiasma el prospecto de que Gobiernos de Europa central busquen solucionar el problema de elementos que no se han podido asimilar enviándolos a este continente”, escribió en un telegrama dirigido al consulado colombiano en Ginebra en los años de la Segunda Guerra Mundial.

Una de las fuentes de su corpus ideológico fueron las teorías eugenésicas, que revestidas de ciencia abogaban por privilegiar la selección racial a través de métodos como las esterilizaciones masivas y otros horrores. Esas tesis, hoy totalmente desacreditadas por falta de sustento, gozaban de aceptable acogida entre grupos de médicos y psicólogos de la Universidad de Harvard, donde López se especializó en 1916. A lo anterior se unieron viejos prejuicios católicos asociados al concepto de deicidio, que se centra en la responsabilidad achacada a los judíos por la muerte de Jesús (a pesar de que éste era judío).

Esa amalgama de prejuicios apoyados en parámetros raciales se tradujo en el abandono de miles de seres humanos perseguidos por el exterminio. Colombia, refractaria a las migraciones que no cumplieran ciertos requisitos raciales, o que no fueran católicas, recibió a unos 6.000 judíos entre 1933 y 1942. En contraste, Brasil, Argentina o Uruguay dejaron entrar hasta cuatro o cinco veces más refugiados que, a su vez, espolearon su vida científica, económica y cultural (conviene recordar que al finalizar la guerra también acogieron a muchos nazis como Adolf Eichmann, en Argentina, o el apodado Ángel de la muerte, Josef Mengele, en Brasil).

Margarita Garrido, exdirectora de la biblioteca y doctora en Historia por la Universidad de Oxford, concluye subrayando el valor de revisar los rincones de la memoria en este momento: “Una manifestación pública de la biblioteca sería muy importante, aclarando que no se quiere honrar el nombre de una sala de prensa, uno de los espacios más abiertos, diversos y libres en una democracia, con el nombre de un dirigente que creyó ciegamente en las peores ideas del fanatismo”.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.

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