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GOBIERNO COLOMBIANO
Tribuna
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La semana de inflexión de Petro

El presidente puede hacer lo positivo y esperanzador de su agenda de Gobierno, sin tener que incurrir en lo negativo y destructor

Gustavo Petro
El presidente Gustavo Petro abraza a una mujer después de un evento de entrega de títulos en Montería, el 2 de marzo.Presidencia de Colombia (EFE)

El antídoto más poderoso contra el miedo parece ser la esperanza. Frente los dos sentimientos, los colombianos están divididos entre aquellos a los que Gustavo Petro les inspira lo primero, y aquellos que cifran en él sus más altas expectativas. A juzgar por las elecciones de agosto pasado, son más o menos mitad y mitad. ¿Cómo puede Petro administrar el Estado de tal forma que pueda calmar el miedo de unos y dar esperanza a todos?

La respuesta de esta semana viene de algo que podríamos llamar el despertar de las instituciones, como reacción ante las iniciativas del presidente.

Empecemos por la opinión pública. Las encuestas muestran un importante deterioro en la favorabilidad del presidente. Un exceso de iniciativa lo lleva a un patrón errático, en el que un día prohíbe la minería del cobre en tal municipio, otro día le da carta blanca a los cocaleros de tal región, en otro se convierte en el regulador de la energía, en reemplazo de la comisión técnica legalmente autorizada, o plantea reformas que crean zozobra en lugar de tranquilidad. Las encuestas parecen castigar esa actitud.

El segundo elemento es el disenso interno por parte de los miembros moderados y de mayor trayectoria económica en el gabinete presidencial. Los ministros de Hacienda, Agricultura, Planificación y Educación (éste último ahora ex) se manifestaron primero vocalmente y luego por escrito contra una propuesta de reforma a la salud que consideran indeseable. Esto desató una crisis ministerial, en la que cayeron otras dos ministras (Cultura y Deporte) que no tenían velas en ese entierro.

La tercera reacción vino de los partidos políticos de la propia coalición del gobierno. Tomaron distancia frente a reformas que no comparten, sin duda con un ojo puesto en las elecciones regionales de octubre próximo. Los políticos aborrecen como a la peste los descensos en popularidad, y son oportunistas en pasarse al otro lado si olfatean que el público lo hará.

El cuarto frente de dificultades vino del lado de las altas Cortes, en particular el Consejo de Estado y la Corte Constitucional. El primero suspendió (verbo que apareció por primera vez en esta semana), el decreto presidencial que le permitía a Petro tomar las funciones de la comisión de energía y gas. De otro lado, la Corte Constitucional abrió la posibilidad de suspender leyes si considera que incumplen con el diseño constitucional del país. Con estas dos determinaciones las Altas Cortes dicen presente, existimos y, en dado caso, ponemos límites a la discrecionalidad del Ejecutivo, cuando exceda sus funciones.

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El quinto frente vino del Fiscal General de la Nación, que le plantó cara al Gobierno por querer suspender las penas de los grandes narcos que están en la cárcel, a través de un proyecto de ley que se tramita calladamente para humanizar el sistema penitenciario. Petro dijo que no sabía, y ya nadie sabe quién fue el que promovió semejante generosidad.

El sexto frente es la prensa, en su función de dar a conocer posibles conductas reprobables, en este caso por parte del hijo mayor y el hermano del presidente. El primero, por presuntamente haber recibido contribuciones a la campaña presidencial con orígenes non sanctos, y haberse quedado con ellas, según su exesposa. Y el hermano, por presuntamente adelantar funciones exclusivas del comisionado de Paz. Petro ha tomado distancia frente a ambos hechos y ha pedido investigaciones por parte de la Fiscalía.

El último frente son manifestaciones espontáneas de cientos de profesionales y decenas de gremios que conocen los temas y expresan su preocupación, reparos y propuestas alternativas a las del Gobierno. A las mismas hay que sumar las masivas manifestaciones callejeras de mitad de febrero.

En suma, las instituciones se despertaron y empezaron a actuar, buscando limitar los excesos del Ejecutivo. Este parece ser otro poderoso paliativo frente al miedo.

No quiere decir que Petro no pueda adelantar su agenda positiva. Más bien, que debe moderar su agenda negativa y destructiva. En concreto, se pueden hacer vías terciarias y veredales que dinamicen la agricultura campesina, sin sacrificar la construcción de autopistas y carreteras nacionales, como las concesiones de cuarta y quinta generación (4G y 5G en el argot sectorial). El Gobierno puede dedicar sus recursos, de la bonanza por el precio del petróleo y el carbón, al primer tipo de vías, y el sector privado puede encargarse de las otras. Es decir, cambiar la O por la Y. No es esto O lo otro, sino esto Y lo otro.

Lo mismo pasa con la salud. Para dotar de centros de atención primaria a las zonas alejadas de Colombia, una necesidad sentida, no hay que sacrificar a las llamadas Entidades Prestadoras de Salud (EPS), que funcionan bien para el aseguramiento, la logística y el control de costos en país urbano y moderno, donde vive el 80% de la población.

Otro ejemplo más. Para dar una ayuda mensual a tres millones de viejecitos pobres, fin noble y urgente, no hay que destruir el sistema pensional de ahorro individual y sus administradoras, las AFP. En síntesis, no se necesita acabar lo que funciona para arreglar lo que no.

Petro puede hacer lo positivo y esperanzador de su agenda de Gobierno, sin tener que incurrir en lo negativo y destructor.

La economía venía bien y puede seguir bien si el Gobierno abandona la agresividad y pugnacidad contra sectores como los hidrocarburos, la minería, la banca y la construcción. Las exportaciones, las remesas y la inversión extranjera avanzan, y el consumo de las familias se ha moderado, pero no está en crisis.

2023 es el año decisivo de este Gobierno. No va a haber una segunda oportunidad para alimentar la esperanza y la confianza, mitigar el miedo y cimentar un legado. La recuperación de la gobernabilidad y de la aprobación en las encuestas pasa por escuchar a las instituciones colombianas. Nunca en siete meses se han expresado más claramente sobre qué quieren y qué no como en esta semana.

Persisten muchas reservas sobre cada una de sus reformas. El Gobierno puede concentrarse en la parte positiva de su agenda y alimentar la esperanza, en lugar de empeñarse en la negativa y alimentar el pánico.

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