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Columna
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Petro versus Chapinero

El presidente no se equivocó cuando comparó la inmensa diferencia que existe entre un habitante de Chapinero y un campesino cualquiera a la hora de acceder a los servicios de salud

Gustavo Petro
Francia Marquez, Carolina Corcho, Gustavo Petro, y Veronica Alcocer.JUAN BARRETO (AFP)

Aunque a Petro no le parezca, Chapinero es una micro Colombia. Un barrio centenario, convertido hoy en amasijo de barrios, que resume al país, pero no le hace honor. Chapinero es esa nación imposible donde las tiendas de lujo están a una cuadra de las ventas ambulantes; donde apartamentos, cuyo metro cuadrado cuesta casi lo mismo que en Madrid, son vecinos de chabolas que evolucionaron a casas de ladrillo y bloque construidas por la mano misma de sus habitantes. En Chapinero está el corazón de la vida LGBT de Colombia, el epicentro del microtráfico de drogas para las élites de la capital, los mejores restaurantes, las galerías de arte infaltables para los coleccionistas del mundo, el centro financiero más importante del país, prostitución para ricos y pobres y la basílica con pretensiones góticas más bella de la región. En Chapinero viven cientos de venezolanos inmigrantes en exiguos cuartos de 6 metros cuadrados y también reconocidas celebridades en apartamentos de 150 metros o más. Chapinero es una Colombia que quiere ser cosmopolita, pero que no lo logra. Porque Colombia pesa mucho más que un barrio o un amasijo de barrios, así este acumule la porción más importante del PIB del país.

Por eso, Petro no se equivocó hace unos días cuando comparó la inmensa diferencia que existe entre un habitante de Chapinero y un campesino cualquiera a la hora de acceder a los servicios de salud. Haciendo cálculos de servilleta, en Chapinero hay por lo menos 5 hospitales con la mejor tecnología y personal del país. Además, hay decenas de centros médicos grandes y pequeños vinculados a las distintas EPS. Para un bogotano y más para un ‘chapineruno’ el sistema de salud que existe en el país es óptimo. Pero Colombia no es Chapinero.

Esa verdad, tan pero tan evidente, pareciera ser invisible para una clase dirigente tradicional que vive feliz en la Colombia de ficción donde los dramas son los trancones y no la dificultad de conseguir una cita dentro de cuatro meses con un médico especialista que solo atiende a cinco horas de carretera del lugar en donde se vive. Esa penosa verdad es la que hace inconcebible que un presidente piense en ofrecer una pensión medianamente digna a decenas de miles de ancianos que hoy viven casi en la indigencia, porque cuando el ‘chapineruno’ de bien va a visitar a la abuela esta de lo único que carece es de juventud.

Por Chapinero ruedan muchos carros o carretas de tracción humana que comparten vía con buses y carros. Son las carretas de los recicladores de basuras que diariamente escarban entre bolsas y deshechos para conseguir su sustento diario. Ellos también son invisibles para aquellos que gritan que nada tiene que cambiar, aunque sí los insultan o maldicen cuando atraviesan su carreta en plena vía arteria y afectan el tránsito normal de los automotores.

¿Hay que maldecir al pobre sin oportunidades? ¿A la sociedad inequitativa que lo llevó a esa situación? ¿A quien busca cambiar un poco tal inequidad?

En Chapinero hay una anciana, tal vez de 70 u 80 años, que encorvada arrastra todos los días cartones que recoge aquí y allá para venderlos y ganar algo de dinero para sobrevivir. No roba. No pide. Trabaja a pesar de su edad. ¿Ella es la culpable de su suerte? Algún ‘chapineruno’ dirá que sí. Petro, que también tiene apartamento en Chapinero, al menos piensa que eso debe cambiar no solo en Chapinero, sino en todo el país.

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