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Alejandro Gaviria
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gaviria el invisible

Aún no conocemos la hoja de ruta del muy admirado ministro de Educación para sacar del inmovilismo a un sector que lleva décadas exigiendo una poderosa revolución

Alejandro Gaviria, en Bogota, el 3 de Junio de 2022.
Alejandro Gaviria, en Bogota, el 3 de Junio de 2022.NATHALIA ANGARITA

Cien días de gobierno. Cien días de Gustavo Petro en la presidencia han dado mucho de qué hablar en distintos aspectos. La economía se ha sacudido por cuenta de una reforma tributaria, para muchos inconveniente, y los anuncios que van y vienen sobre el futuro de las exploraciones y explotaciones mineras en el país.

En cien días se ha hablado de paz total, de entrega de tierras a los despojados, de reforma agraria, de Venezuela y Nicaragua, de importaciones y exportaciones, de emergencia por lluvias, del futuro de la salud, de las EPS y los medicamentos. También se ha hablado del metro de Bogotá, de la represa de Hidroituango, de medio ambiente, emergencia climática y del cambio en la estrategia para la lucha contra los cultivos ilícitos.

En fin, en cien días se ha hablado mucho de muchas cosas, se ha anticipado algo de otras, pero poco he oído (tal vez sea un problema mío) del urgente cambio que se debe hacer en el mundo de la educación, pilar fundamental de la sociedad desigual en que vivimos los colombianos.

Sí, es cierto que el ministro de Educación, Alejandro Gaviria, ha estado en algunos foros y en algunos medios de comunicación haciendo el diagnóstico de lo que pasa en Colombia con el sistema educativo. Puso el dedo en la llaga al señalar que la educación privada en los colegios está lejos, muy lejos, en términos de calidad si se compara con la educación pública, pero más allá del diagnóstico lo que se requiere de manera urgente es empezar a escuchar las estrategias que permitirán avanzar en la necesaria reforma que acabe con ese problema que hoy es un multiplicador de pobreza.

El ministro de Educación es un hombre prudente. Por ello uno entiende ese silencio o esa discreción que contrasta con el constante activismo político que otros compañeros suyos del gabinete ministerial han asumido. Uno ve a una ministra de Salud que habla aquí y allá. Que lanza ideas – polémicas eso sí – y deja propuestas de lo que en un futuro podría ser el sistema de aseguramiento en salud para Colombia. Uno ve a la ministra de Minas de arriba abajo con su inquietante idea de acabar con la exploración minera de hidrocarburos, pero también hablando de promover la exploración de nuevos minerales que no están en el radar de los colombianos. La ministra de Vivienda habla de subsidios, el canciller de su tema que es la paz. ¿Y la educación?

Cien días han pasado y aún no conocemos la hoja de ruta del muy admirado ministro de Educación para sacar del inmovilismo a un sector que lleva décadas exigiendo una poderosa revolución. Y no hablo de acabar con el sindicato de maestros, como algunos piensan, sino de empezar a exigir a todo un sector que asuma su responsabilidad histórica con el país y la sociedad.

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