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Estilo de vida
Columna
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El rey de la puntualidad

Llegar tarde, irrita. Pero los impuntuales insisten en saltarse las horas. ¿Padecerán de un trastorno reconocido por la ciencia? ¿Estarán enfermos?

Gustavo Petro en la obra 'Kusikawsay', instalada en el Jardín de Esculturas de la sede de la ONU (Nueva York), el 21 de septiembre de 2022.
Gustavo Petro en la obra 'Kusikawsay', instalada en el Jardín de Esculturas de la sede de la ONU (Nueva York), el 21 de septiembre de 2022.PRESIDENCIA

Jim Dunbar logró hace un lustro que los médicos clasificaran su padecimiento: “llegatardismo”. Su impuntualidad, entonces, no es una falta de cortesía. Se trata de un trastorno, de la incapacidad que tiene su cerebro, afectado por un desorden de déficit de atención hiperactiva, para calcular adecuadamente el tiempo.

Johnny Pacheco escribió El rey de la puntualidad para que la cantara el Dunbar de la salsa: Héctor Lavoe, famoso por llegar con retraso a sus presentaciones. La impuntualidad, es cierto, ha salvado vidas de personas que pierden vuelos que luego se caen de las nubes. Y algunas otras pocas cosas buenas debe tener, para que tantos seres humanos la practiquen. Pero deja más sinsabores que satisfacciones. Valga recordar cuatro historias de quienes no les hacen caso a las manecillas.

Primera historia. Juan Luis estaba destinado a convertirse en futbolista. Tanto, que logró algún paso fugaz por las divisiones inferiores de dos equipos profesionales. En la música tenía cierta habilidad, pero era una pasión menor al lado de las canchas. Cuando tenía quince, compuso con un amigo su primera canción, y un familiar le dio de regalo de cumpleaños la posibilidad de registrar sus temas en un estudio. “El primer día que fui a grabar mi primera canción”, recuerda, “teníamos que estar allá como a las cinco. Soy cumplido, exageradamente cumplido”. La iba a cantar al lado de un amigo de la infancia, con quien tenía decidido integrar un dúo. Estuvo allí cinco minutos antes que el equipo de producción, “y este loco no llegaba”. Esperó 45 minutos y se decidió a hacerlo solo. Al rato, el impuntual, de apellido Arias, apareció para grabar con Juan Luis la segunda canción y, terminada la sesión, Londoño le dijo a Arias: “te quiero mucho, muchas gracias por motivarme a estar acá, pero tengo códigos y uno de ellos es la disciplina; me acabas de llegar tarde y eso muestra que no vamos a tener una buena vida, o carrera, de dúo; entonces, muchas gracias y voy a seguir por mi camino”. Arias desapareció y Juan Luis, como contó al periodista Marcelo Longobardi, de CNN en Español, se hizo famoso como el Maluma que hoy conocemos.

Segunda historia. George tenía fama de ser un sujeto estricto en materia de puntualidad. Algunos creen que le habría sentado ser marinero, porque pasó la vida enfrentando un mar de dificultades. Salió adelante con una mezcla inobjetable de olfato para tomar decisiones, habilidad para saber delegar y puntualidad a prueba de batallas. Cierto día, uno de sus secretarios llegó pasada la hora a una reunión debidamente avisada. Cuando George le preguntó el motivo del retraso, recibió como respuesta que la culpa la tenía el reloj, que había fallado. George lo miro a los ojos y le dijo: “entonces usted debe conseguir otro reloj; o yo otro secretario”. La historia ha olvidado el nombre del colaborador, pero no el del jefe: George Washington.

Tercera historia. Pedro tenía una cita clave el primero de julio de 1989. Una que requería de puntualidad matemática. Mientras muchos impuntuales hacen esfuerzos por llegar a tiempo, Pedro ha dicho siempre que la impuntualidad no solo no le estorba, sino que lo seduce. Ese día, la tardanza tuvo que ver con el masculino reloj y la femenina contrarreloj. Al prólogo del Tour de Francia, en Luxemburgo, apareció con retraso y perdió dos minutos con cuarenta segundos. Casi tres, que le dañaron el genio y lo hicieron seguir rindiendo menos en la jornada siguiente. Pedro, a quien recordamos como Perico Delgado, dejó escapar el tour de ese año por incumplido. Al periodista Toni Canyameras le confesó que muchas veces le habían preguntado cuántos trenes había perdido por ese desapego a las horas: “trenes, ni uno; avión, uno, porque dejé los billetes en casa… ¡y un Tour de Francia!”.

Cuarta historia. Gustavo tenía por norma la impuntualidad e, incluso, nunca aparecer… Y dejemos así, porque esta historia hay que escribirla dentro de cuatro años.

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