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Presidente Gustavo Petro
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los dilemas insalvables de Petro

El nuevo presidente mantiene un discurso de máximos, pero probablemente tendrá que elegir entre atacar todos los problemas que aquejan a Colombia o mantener una coalición amplia e ideológicamente diversa

Jorge Galindo
presidente Gustavo Petro
Gustavo Petro, durante la ceremonia de investidura como presidente de Colombia, este domingo.JUAN BARRETO (AFP)

Todo gobierno democrático pasa por el mismo ciclo desde su inicio hasta su fin: alta aprobación expectante en los primeros días (la de Gustavo Petro toca hoy el 70% en algunas encuestas), que se transforma en evaluación crítica a medida que se suceden las acciones políticas, sufre vaivenes condicionados tanto por estas como por el contexto que le tocará enfrentar, y termina en uno de tres equilibrios posibles a final de mandato: una aprobación relativamente alta (pero ya casi nunca abrumadora, sino alrededor del 50%) fruto de factores favorables y decisiones acertadas para al menos tanta gente como la que decidió darle el voto inicialmente, unos niveles mínimos debido a desaciertos y adversidades (entre el 15% y el 25%, digamos), o un punto intermedio (menos de la mitad aprobando, pero más de un cuarto) que en realidad no es sino una señal de polarización: tras años de gestión, se mantienen con el presidente saliente sus partidarios más acérrimos, y ha perdido el resto. Los factores externos, favorables o desfavorables, no están en manos del gobierno. Pero sí cómo los enfrenta. Y el discurso inaugural de Petro ha sido su primer acto en ese sentido. Como tal, constituye la primera pista de dónde es más probable que termine el mandato que más expectativas y vértigo ha generado en la Colombia de las últimas décadas.

Tanto las expectativas como el vértigo obedecen en no poca medida a una campaña presidencial en la que Petro y sus acólitos lo han prometido todo, y ya. No es una forma de hablar: la “paz total” y el “vivir sabroso” son eslóganes omni-abarcadores en los que cabe un cambio transformador que tocaría todos los aspectos de la cotidianeidad de los colombianos. En su discurso los repitió de nuevo, indicando que en los dos dilemas centrales que enfrenta cualquier mandatario, Petro se ubica en posiciones maximalistas. Aspira a gobernar para todos, no solo para los suyos. Y aspira también a no dejarse ningún reto, ningún problema de gran magnitud, de lado.

Pero claro, gobernar para todos implica mantener coaliciones de intereses heterogéneos, tanto dentro de su gabinete (que ya hoy muestra esta diversidad ideológica y de talante) como en el Congreso y en las calles. Eso hace más complicada cada acción subsiguiente por la cantidad de personas a las que mantener dentro del mismo barco. Al mismo tiempo, no priorizar problemas, o hacerlo solo tímidamente, supone una inversión de recursos humanos, económicos y de capital político ingente. Cuando se combinan los dos máximos la tarea aparece como imposible: poner a muchos de acuerdo en casi todo.

Esta apuesta que dibujó Petro en su toma de posesión, coherente con lo que ha sido su larga trayectoria hasta la Casa de Nariño, puede colocarle tanto en el extremo más alto de aprobación al final de su mandato como en el más bajo. Es arriesgada por ambiciosa, lo cual hace probable que se vea obligado a corregir rumbo en algún momento de los próximos meses, forzado por los retos externos (no le faltarán: inflación, pobreza, cambiante contexto de seguridad interior y exterior) como por la imposibilidad de ejecutar su plan total. Ante esta eventualidad, todo mandatario se siente tentado de atrincherarse en los suyos, de apuntarle a esa aprobación intermedia basada en sus acérrimos al final de mandato. De renunciar a máximo de inclusión, pero no al máximo de problemas a abordar.

Pero, aunque sea difícil asumirlo para un político (y un movimiento) totalizante, Petro haría bien en al menos considerar la otra renuncia: la de escoger ciertos asuntos, unos pocos retos específicos, a los que apostarle todo. Porque quizás mejor resolverle bien uno o dos problemas a mucha gente que resolverle a medias un montón de problemas al puñado de personas que igualmente se iban a mantener de tu lado de aquí a 2026.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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