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Juan Arredondo, fotógrafo herido en Ucrania: “Me dije: ya, aquí me morí, no puedo hacer nada”

El colombiano-estadounidense fue baleado en marzo junto con su colega Brent Renaud, que falleció. En este relato para EL PAÍS, cuenta lo que pasó ese día y su camino hasta llegar al epicentro de la guerra

Ciudadanos se refugian en un teatro antiguo de Lviv, Ucrania, este año.
Ciudadanos se refugian en un teatro antiguo de Lviv, Ucrania, este año.Juan Arredondo

Nuestra idea nunca fue buscar la línea de fuego. Nunca fue ir a buscar los bombardeos. El documentalista Brent Renaud y yo habíamos trabajado juntos en varios documentales, y en marzo de este año estábamos trabajando en uno para Time Studios sobre migración: habíamos ido a Grecia, a Centroamérica, queríamos ir al cuerno de África, y cuando empezó la guerra en Ucrania decidimos ir a cubrir la crisis allá. Yo siempre había querido cubrir un conflicto internacional y Brent tenía más experiencia que yo: él ya había estado en Afganistán, en Iraq, en Somalia. Eso me dio tranquilidad y, además, lo nuestro era contar la historia de los refugiados.

Llevamos chalecos antibalas, llevamos cascos, buscamos refugio en un hotel cuando sonaban las alarmas. Nunca se me pasó por la mente que algo pudiera pasarnos.

Primero llegamos a Polonia, a la frontera, y empezamos a ver una enorme cantidad de gente tratando de cruzar. Después entramos por Lviv, en Ucrania, donde empezamos a ver mucha gente ayudándose: conocimos a una pareja que tenía un café en un sótano y lo adecuaron para usarlo como albergue; luego fuimos a un teatro antiguo, que también se convirtió en albergue; vimos filas larguísimas de gente para subirse a un tren y salir del país. Nos fuimos por pueblitos, sin bitácora, siempre buscando documentar el camino de los refugiados.

Pasamos por Kiev, la capital, que es una ciudad de paso para refugiados, y allí nos dijeron que fuéramos a un sitio a las afueras, a Irpin, porque allí estaba llegando la gente evacuada de otros lugares. Eran las imágenes que nos faltaban. Nosotros queríamos llegar al génesis de todo esto y seguir a una familia que hiciera el camino de salida del país.

Nos fuimos a Irpin caminando, porque el puente desde Kiev había sido bombardeado. Allí nos dijeron que fuéramos a otro puente, al que llegaban los refugiados de Bucha y el norte. Pasamos puestos de control, pero el traductor que nos acompañaba dijo que no se sentía capaz de seguir, que tenía mucho susto. En ese momento ya se escuchaban muchos más bombardeos que en Kiev, a veces vibraba la tierra. Empezamos a caminar y un señor, que hablaba un poco de inglés, nos dijo que nos podía acercar en su carro al puente. Fue todo muy raro, él manejaba rápido y pasamos un puesto de control en el camino: había unas barricadas para que los carros reduzcan la velocidad, pero el puesto estaba vacío.

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Yo ahí estaba mirando por la ventana izquierda y vi que algo se movió. Había una trinchera, vi dos soldados, y uno de ellos alzó la AK-47. Ahí grité: ¡nos van a disparar!’. Me tiré al piso del carro y empezó una ráfaga de disparos. El conductor hace una U, vuelve a pasar por el puesto de control, y éramos literal carne de cañón. Era un diluvio de balas, de lado y lado, sonaba como si uno tirara piedras a una lata. Pero eran balas en el carro y las ventanas quebrándose.

Yo me dije: ‘Ya, aquí me morí, no puedo hacer nada’. Lo acepté. Fue raro, nunca había tenido esa impotencia de decir eso: ‘Me morí y no puedo hacer nada’. Pero lo acepté y dije: ‘Ojalá esto no me duela, ojalá a mi mamá esta noticia no la vaya a devastar’. Y en ese momento siento el tiro…en la nalga.

Ahí grité, I got shot! Pero nadie me respondió. Cuando me levanté veo que Brent está inclinado en el puesto del copiloto y tiene un hueco en el cuello del que sale mucha sangre. Le metí el dedo en la herida intentando parar el sangrado, y ahí siento que él ya se estaba muriendo. Veo que balbucea algunas cosas pero no le entiendo, y miro al conductor que paró su carro y está intentando parar otro carro. Logramos sacar a Brent pero ya estaba muerto.

Juan Arredondo.
Juan Arredondo. Visa pour l'image

Yo pensé en las cámaras cuando me meten a ese otro carro, y ahí empiezo a sentir el frío, empiezo a desmayarme. Pero pasó algo muy curioso: yo creo que yo sobreviví de vergüenza. Porque yo ahí me dije: ‘Yo no puedo ser Forrest Gump, yo no me puedo morir con un tiro en el culo’. Yo no puedo ser ese man que la gente dice: ‘¿Te acordás de Juan Arredondo? El que murió por un tiro en el culo’. Yo decía que no, que puta no, que tenés que quedarte vivo’.

Eventualmente me desmayé. Me pusieron en una camilla, me llevaron a una ambulancia, y ahí pregunté si están con Brent y si cogieron las cámaras. Nadie me responde, en inglés. Una muchacha se sentó al lado mío, me cogió la mano, pero ella no entendía lo que yo le decía.

En el hospital en Kiev me operó un médico —de Médicos Sin Fronteras— que resultó ser un especialista mundial en heridas de bala y se había ido allá para capacitar a otros en este tipo de emergencias. Él me explica lo que me pasó: la bala entró por el glúteo izquierdo, perforó el recto, y se incrustó en el muslo derecho. Me hicieron una colostomía —en la que me desconectan el colón— y dos cirugías más. Supe de la muerte de Brent después de la primera operación.

Frente a esa noticia, hasta el día de hoy, como que no siento nada. Me siento como numb [entumecido]. No me ha dado tristeza, no me ha dado alegría, no he llorado. Me explican los médicos que es normal porque el cuerpo está diciendo como: ‘Usted tiene que sobrevivir, entonces hay que apagar todas esas otras cosas para que te recuperés’. Pero sé que es triste, porque murió alguien que hacía su trabajo muy bien, un amigo con el que nos entendíamos muy bien. Me siento afortunado de haberlo tenido como un mentor. Todavía me cuesta creer que no voy a volver a llamarlo, no voy a volver a saber de él, me cuesta aceptar eso. Creo que no he hecho bien aún el duelo.

Luego tuve que salir del hospital, porque iba a haber un bombardeo. Los médicos me llevaron en camilla a un tren, donde teníamos un trayecto de 12 horas para salir del país. Ese viaje lo recuerdo mucho, porque ese viaje era justo la historia que queríamos contar Brent y yo: estar en el tren, viendo a las mujeres despedirse de sus esposos, de sus primos, de sus tíos, de sus hijos, llorando. Fue muy conmovedor ver a todas esas mujeres despedirse y ese tren de media noche que las lleva quien sabe hacia dónde.

Yo estaba sedado y en un momento las mujeres nos empezaron a cantar. Empezamos a llorar, empecé a llorar, como que no entendía de dónde venía toda esta emoción, todos estos sentimientos. Era un momento de solidaridad, la que yo quería documentar. La gente quería ayudarnos porque no teníamos dónde colgar el suero e incluso algunas mujeres se pararon a momentos para sostenerlo. Algunos se preguntaban: ‘¿Y ese man quién es?’ pero luego venían y me decían en ucraniano: ‘Gracias por estar en mi país, gracias por su labor’.

Lo único que yo quería era grabar, pero en ese momento me tocó dejar de ser fotógrafo y solo estar ahí, en el momento. Pero ese momento fue como la validación de lo que yo hago: poder estar en medio de la gente y ser testigo, poder presenciar. Por eso me entregué a la fotografía.

Rebobinar la cámara

Antes de ser fotógrafo trabajé casi siete años como investigador en una farmacéutica en Estados Unidos. Soy químico orgánico, y a la fotografía entré ya tarde.

Al principio yo era como Batman: trabajaba en la farmacéutica en el día, y en las noches y fines de semana tomaba fotos. Con un poco de suerte, empecé a publicarlas en el New York Times, en la sección Metro, y cubría Nueva York y Nueva Jersey. Hasta que un día decidí renunciar a la farmacéutica porque me dije: ‘Puta, ¿vos de verdad vas a hacer esto los próximos 30 o 40 años de tu vida?’ No, no, pues no’.

Colombia fue mi primer laboratorio para empezar a hacer mi portafolio. Colombia es una colcha de retazos que tiene de todo: desplazamiento, conflicto, y muchos temas sociales. Mi primer historia era sobre desplazamiento interno y me pegué una estrellada enorme porque, influenciado por mi educación acá en Estados Unidos, tenía en mente las carpas de ACNUR en el sur de Sudán cuando pensaba en desplazamiento. Pero en Colombia no hay carpas ni nada de eso, lo que hay es un desplazamiento gota a gota a las afueras de las ciudades. ¿Cómo fotografío eso?

Si algo he traído de la química a la fotografía es resolver problemas visualmente. Siempre que entro en un trabajo pienso como un científico. En el caso del desplazamiento, fui a vivir con una comunidad de Tangui, cerca a Quibdó, que se desplazó como forma de resistencia: les había asesinado a cuatro líderes, y unas 400 personas se habían ido a vivir a una escuela en Quibdó.

Mi manera de fotografiar es muy inmersiva, muy de largo aliento, entonces yo les pedí que me prestaran una colchoneta y que me dejaran dormir con ellos. Eso fue bonito porque al final terminé siendo parte de la comunidad y empecé a sentir que las fotos contaban una historia y que no eran fotos distantes: pude documentar la navidad y el año nuevo con ellos, sus tomas de decisiones, sus despedidas y su retorno a casa. Cuando decidieron regresar, yo iba en una panga con la comunidad, y otros periodistas iban en otra. Ellos estaban retratando la migración, pero yo estaba en el centro de ella.

Luego empecé a hacer otros proyectos, como el del barrio triste, que le dediqué dos años. Yo primero me reunía con Fátima, una mujer que se desplazó a Medellín porque los paramilitares le pidieron a ella y a su esposo que fueran parte del grupo. Y ellos dijeron que no. Los paramilitares asesinaron a su esposo, frente a la familia, y ella se desplaza con sus tres hijos.

Barrio Triste es un lugar delirante. Está en el centro de Medellín y tiene muchos hoteles en los que pagas a diario, y Fátima estaba en uno llamado El descanso del viajero. Era el único que permitía niños, y de hecho a ella le secuestraron un niño ahí, no se sabe si para tráfico sexual o de órganos (lo encontró después). Cada hotel en Barrio Triste era como un pedacito de Colombia: había la sección de los afros, los indígenas, las madres solteras, había historias en cada pieza.

Y el barrio tiene como una expresión muy típica paisa del paisaje, ese sitio en que eres hincha del Nacional o hincha del Medellín. Tiene microtráfico, prostitución, desplazados, familias que vivían en las calles, era una microciudad. El lugar lo llaman Barrio Triste pero en realidad se llama el Sagrado Corazón de Jesús, y hay una foto que gusta mucho que es el Sagrado Corazón caminando: un hombre cargando el cuadro del Jesús. Y el Sagrado Corazón aparecía en bodegas, en las casas de las personas.

Y seguí jugando mucho con lo religioso. Me gusta mucho la foto de Sol, una prostituta con un cliente, que tenía en su espalda tatuada la virgen de la Veracruz, que es la patrona de las prostitutas en Medellín. Ella tuvo que hablar con muchos clientes hasta que uno accedió, y esa foto me habla de muchas cosas, como... ¿quién tira con medias? Y el papel higiénico al lado y la cobija. No es un momento tierno, pero es delicado. Le tengo mucho cariño a esa foto porque también es un punto al que yo he querido alcanzar con la fotografía: que se olviden de mí.

Yo creo que hay dos tipos de fotógrafos: unos en los que las fotos son sobre el fotógrafo, y otros en los que las fotos son sobre su sujeto. Yo trato de no llamar la atención, quiero que las personas se sientan en un momento sin sentir una cámara.

Otro de los proyectos que hice surgió porque me contrataron para hacer un perfil de un delegado de la Cruz Roja Internacional, y vamos a un campamento del ELN y yo veo que eran muchos niños. Los niños soldados siempre lo asociamos con África, Asia, pero nosotros también tenemos muchos niños soldados: había un informe que estimaba que eran como 15.000. El comandante de ese frente me permitió entrar a fotografiar a los niños, y eso fueron dos o tres años de solo fotografiar niños combatientes.

Luego alguien me abrió la puerta a un centro de rehabilitación de niños, sobre todo afros e indígenas, niños que nadie quería recibir. Muchos de ellos habían sido secuestrados a muy temprana edad y ni se acordaban de donde venían. No me gustan mucho las fotos de fotos, pero en ese proyecto hay una de una señora sosteniendo una foto de su hijo porque ella me dijo que era la última vez que lo había visto. Pues resulta que luego yo estuve en el reencuentro de la madre con el hijo, porque él estaba en ese centro de rehabilitación. La señora se acordó de mi, nos abrazamos, lloramos.

Me involucro mucho con mis sujetos. Ahora soy el padrino de uno de los hijos de una de las niñas excombatientes. Me involucro mucho en la historia porque son historias que me conmueven. Si visitas a alguien durante dos años, ¿cómo no vas a ser su amigo? Ese cuento de la objetividad nunca lo entendí, me parece absurdo. Luego en el 2016, con el proceso de paz con las FARC, hice otro proyecto, que duró casi 5 años, sobre la historia del Bloque Caribe. Ahí hubo un caso de esperanza: una guerrillera, cuya historia documenté, desde su embarazo hasta el año pasado, que su niño tiene unos seis años, lo que lleva el proceso de paz.

Javier y su hija Celeste con su compañera Melida Ortiz  Melida fue reclutada a los nueve años por las FARC y luego se convirtió en la asistente personal y amante de 'Rumaña' -un alto comandante de las FARC-. El hermano de Javier murió en combate.
Javier y su hija Celeste con su compañera Melida Ortiz Melida fue reclutada a los nueve años por las FARC y luego se convirtió en la asistente personal y amante de 'Rumaña' -un alto comandante de las FARC-. El hermano de Javier murió en combate.Juan Arredondo

No sé porqué, pero las madres siempre están muy presentes en mis proyectos. Creo que es un homenaje a mi mamá, que fue madre soltera porque mi papá fue asesinado por un sicario cuando yo tenía 3 o 4 años. Mi mamá hizo todo para mantenerme a mi y a mi abuela, y por eso le tengo mucho respeto a las madres. Tengo otro proyecto que se llama La Madre, que es retratando a una mujer travesti. Cuando llegaban personas de otras ciudades a Medellín, LGBT, que no sabían cómo ser trans, o cómo entrar en la prostitución, ella los acogía. Ella les enseñaba a vestirse, cómo maquillarse, cómo poner un show, o cómo prostituirse de “la manera correcta”. Ella se llama Diana, y estaba en todos los concursos drag y trans de Medellín, porque pone un show impresionante, ella es despampanante.

¿Que si después de lo que pasó en Ucrania quiero seguir fotografiando? Sí, porque esto no ha hecho cambiar mi forma de ver mi trabajo. Yo siento que me privaron de eso que empecé, ya estaba cogiéndole el ritmo, ya estaba entendiendo la historia allá, ya estaba en el problema. Pero no puedo, estoy cojeando aún, parece que hubo un daño al nervio ciático de la pierna izquierda que me da unos corrientazos bien malucos, y aún tengo heridas internas en el colon que no han sanando. Entonces ahora tengo que hacer cosas mundanas: estoy cuidando mis bonsais. Y pienso mucho, solo pienso: si no hubiera pasado esto, ¿qué estaría haciendo?

Entrevista y edición de Camila Osorio.

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