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Mujeres y voto fuera de las grandes ciudades, las claves que hacen crecer a Rodolfo Hernández

El ascenso del tercero en la carrera por la presidencia colombiana marca el final de la campaña electoral

Jorge Galindo
En Bogotá, un mural de la campaña de Rodolfo Hernández, candidato a la presidencia de Colombia, el 7 de mayo de 2022.
En Bogotá, un mural de la campaña de Rodolfo Hernández, candidato a la presidencia de Colombia, el 7 de mayo de 2022.JUAN BARRETO (AFP)

Seis de cada diez colombianos adultos conocen ya a Rodolfo Hernández. Podría parecer mucha gente (unos 24 millones de almas), pero eso quiere decir que queda un 40% por saber quién es. Muchos para un candidato presidencial: a sus rivales inmediatos los reconoce como mínimo un 80% del país, todo ello según las últimas encuestas publicadas. Pero aún así el exalcalde de Bucaramanga ha logrado casi duplicar su intención de voto en apenas un par de semanas, según varios sondeos. El consenso de estas encuestas es claro: Rodolfo está creciendo. Aún no le da para alcanzar al segundo, Fico Gutiérrez, pero queda más de una semana hasta que Colombia acuda a las urnas. Con casi la mitad del país por tener una idea formada sobre él, el desconocimiento es una oportunidad. Y para entender por dónde puede seguir creciendo conviene analizar desde dónde ha crecido.

El primer punto de apoyo de Hernández es la tierra que le vio nacer, crecer y llegar a la alcaldía de la novena ciudad del país. A la mínima ocasión, el candidato hace gala de lo que considera como orígenes humildes y alejados de los centros de actividad y poder en el país. Parece que se lo reconocen: casi la mitad de los votantes centro-orientales, de los Santanderes, le escogerían si la elección fuera hoy. Su saldo es negativo en todas las otras regiones de Colombia. Pero consigue un plus de apoyo en áreas rurales y en municipios no capitalinos.

Todo ello encaja con la retórica antiestablishment que mantiene en pie su candidatura. Al parecer, esta pesa más que las contradicciones en que entra su discurso sobre (y contra) la corrupción cuando se le contrasta precisamente con su mandato en Bucaramanga, que estuvo trufado de polémicas hasta el punto de terminar interrumpido por inhabilitación. El arraigo, al parecer, pesa más.

Sus márgenes en ciertos grupos sociodemográficos son menores que los territoriales, pero igualmente importantes para entender el fenómeno. Los estratos bajos lo escogen por encima de la media poblacional, algo que va en consonancia con su discurso y base periférica. Pero también las mujeres y las personas de mediana edad. En este último punto las encuestas discrepan, por cierto: otras indican un apoyo algo mayor entre los jóvenes. Pero nunca entre los más mayores, algo sorprendente para una persona de 76 años. No tanto desde una óptica de confrontación nuevo-viejo, en la que Rodolfo aspira a encarnar lo primero.

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El contraste con Gustavo Petro, Fico Gutiérrez y Sergio Fajardo sin duda le beneficia en este empeño. Petro es ciertamente un candidato que se presenta como outsider y que puede definirse como de izquierda antiestablishment. Pero al mismo tiempo lleva décadas haciendo política desde todas las instancias imaginables: fuera del sistema y luego dentro de él, desde alcaldías (incluida la de la capital de la nación), desde el legislativo, y desde repetidas carreras hasta la Casa de Nariño. Gutiérrez tiene menos trayectoria pero ha sido alcalde de la segunda metrópolis del país y está respaldado por partidos y élites tradicionales. Fajardo tiene una mezcla de los dos problemas: su pretendido discurso de externo es menos creíble a medida que pasan los años y acumula lastre. Hernández no está libre del mismo, pero ha logrado posicionar su marca como comparativamente menos tocada por la política tradicional. No es una valoración absoluta tanto como una comparativa, que de hecho funciona casi exclusivamente gracias a la compañía en que se encuentra.

Todo ello se plasma a la perfección en el mapeo de apoyos según afinidad partidista. Rodolfo Hernández no queda primero entre ningún segmento de votantes, salvo el más nutrido: aquel que no está alineado con partido alguno, ni siquiera con el (hoy popular) Pacto Histórico.

La fuerza de Rodolfo está en lugares poco habituales. Estos puntos de apoyo heterodoxos pueden catapultarlo a la segunda vuelta y desde ahí a la Presidencia de la República. Ya lo han hecho con otros movimientos de similares aspiraciones contra el sistema, aunque variopintas afinidades ideológicas, en distintas latitudes: Trump en EEUU, el M5S en Italia, Castillo en el vecino Perú. Pero todos ellos también aprendieron a golpes que la novedad en las coaliciones electorales viene acompañada de su fragilidad, votaciones más erráticas, desacuerdos ocultos entre grupos, y en definitiva incapacidad de construcción más allá de una eventual victoria. Lo de Rodolfo Hernández es aún, según todos los datos, apenas una ventana de oportunidad.

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Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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