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El conflicto libio

Los rebeldes libios rechazan el despliegue de cascos azules de la ONU

La OTAN intensifica sus ataques en la zona central costera del país.- Los sublevados tachan de agresión la acogida de familiares de Gadafi en Argelia

Los líderes rebeldes de Libia rechazan cualquier despliegue de fuerzas internacionales u observadores en el país. Así lo aseguró ayer el enviado especial de Naciones Unidas para la planificación de la posguerra en el país, Ian Martin. "Está claro que los libios quieren evitar cualquier tipo de despliegue militar, sea de Naciones Unidas o de otros", dijo Martin.

Martin señaló así que la misión del organismo para cuando se dé por finiquitado el régimen de Muamar el Gadafi tendrá "un carácter político" y ayudará a las nuevas autoridades a desarrollar un proceso de transición que lleve a la democracia.

Martin se ha reunido en los últimos días junto al enviado especial de la ONU para Libia, el jordano Abdelilah al Jatib, con el Consejo Nacional de Transición para analizar las peticiones y opiniones de los líderes rebeldes, y ayer acudió al Consejo de Seguridad junto a Ban Ki-moon para exponer sus ideas sobre el papel del organismo. El asesor reconoció que una fuerza de paz para el país norteafricano había sido estudiada "para un contexto que no es el actual" y señaló que, tras hablar con el CNT libio, "ya no esperamos que las autoridades libias pidan observadores militares".

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Las autoridades libias, según añadió por su parte Ian Martin, están "muy interesados en que se les ayude en materia policial para tener la situación de la seguridad bajo control y gradualmente contar con unas fuerzas de seguridad responsables y democráticas", una labor que tampoco sería llevada a cabo por cascos azules.

Este martes el comité de sanciones del Consejo de Seguridad ya desbloqueó 950 millones de libras en bienes libios depositados en bancos del Reino Unido y la semana pasada hizo lo mismo con los 1.500 millones de dólares que había en Estados Unidos, medidas que también fueron aplaudidas en la reunión por el secretario general. Unos fondos para los rebeldes que se suman a la petición realizada por parte de la Liga Árabe.

Bombardeos de la OTAN

Mientras, la OTAN ha anunciado este miércoles que ha intensificado sus ataques en la zona central costera de Libia, donde se concentran las fuerzas leales a Muamar el Gadafi y donde los rebeldes creen que podría haberse refugiado el dictador libio. Los aviones de la Alianza siguen concentrando sus bombardeos en las ciudades de Sirte, Bani Walid y Hun, según el comunicado diario de la organización sobre las operaciones del día anterior.

La concentración de los ataques aéreos de la OTAN en esa zona del país comenzó ya el lunes, una vez que la rebelión (dueña de la región del este desde el inicio de la revuelta) concluyó la captura de Trípoli y de la zona fronteriza con Túnez (al oeste del país).

Choque con Argelia

El nuevo Gobierno libio comienza a gestionar la tarea descomunal de construir un país asolado por la negligencia, la arbitrariedad y cuatro décadas de saqueo oficial de los ingentes recursos petrolíferos. Pero con el fugitivo Muamar el Gadafi todavía al frente de sus fuerzas armadas, según aseguró ayer la OTAN, el camino está sembrado de minas económicas, políticas y también diplomáticas. Si el déspota no sigue los pasos de sus colegas tunecino y egipcio -la huida al extranjero o el procesamiento judicial-, muy pocos respirarán tranquilos. De ahí la indignación que el Consejo Nacional de Transición (CNT), el Ejecutivo de los rebeldes, transmitió al Gobierno argelino después de que este acogiera el lunes en su territorio a la esposa de Gadafi y a tres de sus hijos. Argel trató de rebajar la tensión. Medios de este país aseguraban que el Gobierno entregará al Tribunal Penal Internacional al sátrapa si pisa suelo argelino.

La acogida a los parientes de Gadafi es una "agresión" a Libia, según el CNT. Y una cuestión de la "sagrada hospitalidad" que impera en el desierto, a juicio del embajador argelino en Naciones Unidas, mencionado por la BBC. El diario argelino Echorouk, citando fuentes oficiales, informaba ayer de que el presidente Abdelaziz Buteflika ha asegurado a su Gabinete: "Si Gadafi intenta entrar en Argelia... será detenido y lo entregaremos al Tribunal Penal Internacional de acuerdo con los convenios internacionales". En cuanto a los familiares -"todos unos criminales financieros", los definió el vicepresidente del CNT, Abdelhafiz Ghoga-, el periódico apuntaba que no podrán abandonar la zona desértica en la que se encuentran. El Ejecutivo insurgente reclamará su extradición. "Pedimos al Gobierno argelino que se asegure de que la presencia de esta gente no supone una amenaza para Libia. Esperamos que sean entregados...", declaró en Bengasi Mustafá Abdel Yalil, presidente del Consejo.

Las relaciones diplomáticas entre Trípoli y Argel, la única capital del norte de África que no ha reconocido la legitimidad del CNT, eran muy aceptables en los años setenta, cuando Libia respaldaba al Frente Polisario saharaui. Se torcieron en la década siguiente tras la firma de un tratado entre el régimen de Gadafi y el rey de Marruecos -rival acérrimo de Argel y enfrentado al Polisario por el dominio del Sáhara Occidental-, para que las aguas volvieran a su cauce hace dos décadas.

Sin embargo, desde que se desató la revuelta en Bengasi, las autoridades rebeldes han denunciado repetidamente el respaldo de Argelia al aparato militar de Gadafi, mientras el Gobierno de Buteflika insistía en que el alzamiento libio está conducido por extremistas islámicos y que Al Qaeda no era ajena a la revuelta. Ahora, los vínculos entre ambos Estados atraviesan horas muy bajas. Las especulaciones sobre el cierre de la frontera entre ambos países se suceden. Como son continuos los ultimátums que los dirigentes insurrectos envían a los mandos militares de Gadafi. Esta vez con fecha fija.

Si no hay indicios de que los leales al dictador se rinden antes del sábado en Sirte, ciudad natal del tirano, y en otros lugares, especialmente la región de Sabha, 600 kilómetros al sur de Trípoli, "decidiremos este asunto militarmente", advirtió Abdel Yalil.

Con las instalaciones petroleras, que aportan el 90% de los ingresos públicos, dañadas -será necesario más de un año para que funcionen adecuadamente-, con buena parte de la población armada y sin instituciones todavía en marcha, el potencial conflictivo en Libia es inmenso. Y todo se agrava porque el autócrata y sus hijos Mutasim y Jamis, jefes de las fuerzas armadas gadafistas, andan en paradero desconocido. Varias veces se ha anunciado la muerte de Jamis, pero la OTAN no lo confirma. Y las declaraciones de los jefes rebeldes a este respecto carecen de credibilidad, incluso para los ciudadanos que apoyan la revolución.

Y mientras la mayoría de los seis millones de libios se preparaban para pasar el tórrido Ramadán y compraban haciendo colas considerables para el Eid el Fitr -los tres días de fiesta que siguen al mes sagrado, que concluyó anoche- más feliz de su vida, la policía comenzaba a patrullar calles, las autoridades rebeldes anunciaban que pronto se abrirá el aeropuerto de la capital para la ayuda humanitaria y el puerto funcionará muy pronto con normalidad. Para algunos millares, que buscan a parientes desaparecidos, serán jornadas tristes. Los hallazgos macabros florecen. Las autoridades rebeldes aseguran que se han descubierto cuatro fosas comunes en el sur de Trípoli, y el coronel Hisham Buhagiar aseguraba que 50.000 personas han muerto desde que el 17 de febrero estallara el alzamiento.

Rebeldes libios celebran la victoria sobre el régimen de Gadafi en la plaza de los mártires en Trípoli
Rebeldes libios celebran la victoria sobre el régimen de Gadafi en la plaza de los mártires en TrípoliFRANCISCO LEONG (AFP)
Fotografías de Aisha en tamaño carné, encontradas en el álbum de Bab al-Azizia, en Trípoli
Fotografías de Aisha en tamaño carné, encontradas en el álbum de Bab al-Azizia, en TrípoliERIC FEFERBERG (AFP)
Un esqueleto de plástico, en un control rebelde en Umm Qandil, al este de Sirte.
Un esqueleto de plástico, en un control rebelde en Umm Qandil, al este de Sirte.ERIC FEFERBERG (AFP)

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