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ENTREVISTA

“Zapatero y yo teníamos una percepción distinta de la crisis”

No debió haber seguido como ministro de Economía en la segunda legislatura del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Es de lo único que se arrepiente en toda su trayectoria de servicio público En el núcleo del poder durante decenios, ahora sale a la luz para desvelar su tormentosa relación con el expresidente socialista que derivó en una sonada dimisión “Esta es mi historia”, comenta, para precisar que su relato “no es un ajuste de cuentas” con quien le hizo vicepresidente para luego colocarle contrapesos o no seguir sus consejos en momentos clave

Carlos Yárnoz
James Rajotte

Ha pasado 41 años en la Administración –funcionario “por encima de todo”, diputado, ministro de Agricultura y Economía, vicepresidente del Gobierno, comisario europeo…– y, a punto de cumplir los 72, cuenta que por fin empieza a sentirse “un ciudadano normal”. Pedro Solbes (Pinoso, Alicante, 1942) solo se arrepiente de una cosa: del “grave error” de haber aceptado seguir como ministro de Economía en la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Ha tardado cuatro años en romper su silencio desde que en mayo de 2009 protagonizó una tormentosa salida del Gobierno por sus desavenencias con el presidente. Ahora cuenta su versión –“es mi historia”– en un libro biográfico, ‘Recuerdos’ (Deusto), en el que narra esos últimos y “duros” años en el poder. Se marchó, dice, porque Zapatero no quería recortar el gasto y equilibrar las cuentas públicas. “Pedro, este documento (con tus propuestas) es inaceptable; lo que propones lleva implícitas dos huelgas generales”. Fue este, en enero de 2009, el argumento último del presidente que desencadenó la dimisión de Solbes. Desde entonces no tiene ninguna relación con él.

Ha estado estos cuatro años en un plano muy discreto, sin dar explicaciones públicas de su tormentosa etapa en los Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora, en cambio, decide publicar un libro para contar su versión. ¿Por qué no he querido estar presente estos años? Porque, después de marcharte, es útil dejar a tus sucesores amplio margen de maniobra, manos libres. Pensé que era oportuno estar callado un tiempo. Me sentía con cierta deuda con los ciudadanos a la hora de explicar por qué me vine de Bruselas a Madrid, por qué me quedé en la segunda legislatura de Zapatero y por qué me fui del Gobierno. Esos son tres temas que quiero explicar bien en el libro.

Y su papel en la crisis, supongo. Sí. Intento contar cómo vi aquellos momentos.

¿Es un ajuste de cuentas con Zapatero? No. Es mi historia.

La percepción que yo tenía de la crisis no era la misma que tenía el presidente. Era imprescindible tener una posición única"

Usted ha sido ministro de Agricultura, de Economía, vicepresidente, comisario europeo. ¿En qué puesto se ha sentido con más poder? Yo nunca he tenido esa sensación de poder que la gente cree. Es verdad que podías tomar decisiones, que podías publicar decretos… Pero siempre he intentado negociar, pactar… Poder para poder tomar iniciativas o plantear cosas, sí, pero poder para imponer, no. No ha sido mi estilo ni lo que más me ha gustado. He sido un hombre de componendas, de llegar a acuerdos… Con líneas rojas, pero siempre negociando.

En España hay un ambiente de crispación y confrontación que impide el acuerdo o el consenso. ¿Se sintió incómodo? Paradójicamente, en la primera legislatura de Zapatero hubo muchos acuerdos con el PP en el terreno económico. Luego sí hubo mucha confrontación, sobre todo en el terreno de la financiación autonómica, un tema muy cruzado entonces con la modificación del Estatuto de Cataluña, y ahí sí era todo más complicado.

¿Se ha creado enemigos en esas incursiones políticas? ¿Ha perdido amigos? Intenté no creármelos, pero seguro que los tengo. Cuando tomas decisiones, algunos creen que les favorecen, otros que les perjudican…

A estas alturas, tras esos 41 años en la res pública, ¿se arrepiente usted más de cosas que hizo o de aquellas que no hizo? Yo estoy conforme con lo que he hecho. Mi error mayor fue quedarme en el Gobierno de Zapatero en la segunda legislatura. Creo que mi tiempo se había agotado. La percepción que yo tenía de la crisis no era la misma que tenía el presidente, cuando en aquel momento era imprescindible tener una posición única para actuar. Sí, de eso me arrepiento.

“Yo estaba allí”, comenta al hablar de la crisis. ¿Se siente responsable o corresponsable de lo ocurrido? La crisis es muy compleja. Se va larvando desde la entrada en el euro, con medidas de Gobiernos anteriores al nuestro que llevan a la expansión del crédito y la vivienda, a la expansión de la financiación de las empresas en el ámbito internacional… y es verdad que todo eso lo heredamos y no fuimos capaces de corregir lo suficiente. Y la crisis global y del sistema financiero en Estados Unidos también nos acabó afectando. Por tanto, tengo la responsabilidad que me corresponde. Sin duda alguna.

Y ¿qué grado de responsabilidad siente por los seis millones de parados? Bueno, esto es un proceso que viene de mucho antes. Ya había muchos problemas larvados cuando entramos en el Gobierno. Intentamos algo en la primera legislatura, pero no lo suficiente, para un nuevo modelo de crecimiento. No hicimos todo lo que podríamos haber hecho. No era fácil, ¿eh?

¿Qué le diría hoy a un parado? Le diría que todas las crisis se superan y que de esta vamos a salir. Pero sobre todo le diría a la Administración que debe apoyar al máximo para que esta situación tan difícil sea menos dura y ayudar al sistema para que los desempleados encuentren una salida alternativa.

De acuerdo con las encuestas, un elevado porcentaje de españoles siguen pensando que la mayor culpa de la negativa situación actual es del Gobierno de Rodríguez Zapatero. El Gobierno de Zapatero fue el que tuvo que enfrentarse con el toro cuando se puso bravo, pero el problema ya venía desde hacía mucho tiempo.

El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero (izquierda), junto al ex vicepresidente económico Pedro Solbes en el Congreso de los Diputados.
El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero (izquierda), junto al ex vicepresidente económico Pedro Solbes en el Congreso de los Diputados.GORKA LEJARCEGI

Lo cierto es que la crisis llega a España a finales de 2007. En diciembre, sin embargo, Zapatero celebra en voz alta que el PIB de España ha superado a Italia y que el próximo objetivo es superar a Francia. Solo unos días más tarde se anuncia que el paro ha subido un 5%, el peor dato en cinco años. Qué contradicciones… Creo que es injusto valorar la crisis por lo que ocurre en 2007. La crisis se inicia de verdad en 2008, se acentúa mucho en 2008 y se complica en 2009. Por eso, no se entienden las decisiones que se toman en 2008 y, vistas con la moviola actual, se puede criticar que se dijo A, B o C y luego fue mucho peor. En 2007 nadie previó lo que luego ocurrió en la primavera de 2008 y sobre todo lo que vino más tarde con la caída de Lehman Brothers (septiembre de 2008). La gran complicación es en 2010 por el contagio del problema de la economía a la deuda soberana.

Pero en la primavera de 2008 ya hubo hechos como el rescate del banco Bear Stearns en Estados Unidos o la intervención del Northern Rock en Reino Unido. Aquí, en cambio, se fraguaban entonces rebajas fiscales, más gasto público… En esos meses pesó el impacto de los compromisos del periodo electoral. En el primer trimestre de 2008 todavía teníamos un crecimiento relativamente alto, con superávit presupuestario… Yo no era partidario de esas medidas, pero se plantearon, y algunas acabaron poniéndose en marcha cuando ya todo se había complicado más. Pero tampoco hay que olvidar que en ese periodo había un debate sobre cómo actuar. La alternativa era tomar ya decisiones de recorte del gasto o dado que las previsiones en aquel momento eran de una recesión, con una caída en V en 2009 para volver después a la normalidad, utilizar el margen de actuación creado en años anteriores –teniendo como teníamos unos márgenes en deuda (baja), seguridad social (superávit)…–, y, por tanto, podíamos salir adelante sin problemas. Luego resulta que todo fue mucho peor en 2009, 2010…

El tsunami llegó de verdad con la caída de Lehman Brothers (septiembre de 2008). Es el gran tema, el que cambia las cosas.

¿Cómo se vivió ese desastre en el Gobierno de Zapatero? Fue en ese momento cuando puse a trabajar a todo mi equipo para ver qué se podía hacer. El Presupuesto ya estaba en el Parlamento. Retirarlo hubiera generado más problemas y, por tanto, era mejor aprobarlo y tomar medidas en enero siguiente, ya en 2009.

¿Qué medidas quiso usted poner en marcha? En primer lugar, definir una política de fiscalidad con un objetivo de estabilidad a medio plazo, es decir, aceptar una desviación del objetivo (el 3% del PIB), pero con un calendario para volver al 3% en los años siguientes. Empezábamos a tener un problema de competitividad importante y, por tanto, teníamos que frenar los salarios, ajustar pensiones… Había que hacer un esfuerzo contundente y, por tanto, se planteó una congelación de salarios durante tres años. Era imprescindible seguir con las reformas. Y había que reestructurar el sistema financiero. Aún no había problemas de solvencia, pero el Banco de España ya se inclinaba por acuerdos y fusiones entre cajas, la parte más débil del sistema. Eso había sido imposible plantearlo en periodo electoral.

Zapatero le respondió en enero de 2009 que ese plan le costaría dos huelgas generales y que no lo iba a poner en marcha. Es la valoración política que hacen muchos: es difícil adoptar estas medidas, esperemos, no las adoptemos… Esperar no es mejor; empeora las cosas. Se acaban tomando más tarde, de manera más difícil y más traumática.

¿Qué habría pasado si se hubieran adoptado en aquel enero de 2009? No quiero hacer ciencia ficción. Lo único que digo es que al menos habríamos empezado a reaccionar un año antes, y a partir de ahí, que cada uno saque conclusiones.

Supongo que no pudo evitar el “yo tenía razón” cuando en mayo de 2010 Zapatero anuncia medidas y recortes de ese tipo. No opiné nunca de lo que ocurrió ese mes. Antes o después había que tomar medidas.

¿Y le parecen adecuadas o no las medidas que ha tomado el PP? He mantenido hasta ahora la posición de no opinar sobre lo que ha ocurrido después de haber dejado el Gobierno. Pero creo que el PP ha continuado, ampliado y profundizado en una necesaria política de ajuste, que ya inició el Gobierno de Zapatero a partir de mayo de 2010, y que tiene a su favor contar con una oposición mucho más leal que la que el PSOE tuvo en los momentos más duros de la crisis.

¿Fue Zapatero quien le invitó a marcharse o fue usted quien tomó la iniciativa? Le planteé la opción de marcharme antes de vacaciones de Navidad de 2008 y le dije que le llevaría un papel con las cosas que yo creía que tenía que hacer. Su respuesta fue que ese papel llevaba implícitas dos huelgas generales, y entonces di por supuesto que yo allí no pintaba ningún papel. Por tanto, a partir de ese momento mi sensación fue que los problemas ya no eran míos, sino que solo me quedaba esperar a ver cuándo me cambiaba. Mi impresión fue que, de no haberse producido antes, como fue, mi salida se hubiera producido con motivo del debate del techo de gasto, que hubiera evidenciado los excesos de gasto y la necesidad de recortarlo.

¿Ha seguido hablando con él a veces? Yo vivía en Bruselas durante la Transición, justo después de la muerte de Franco. Ya en meses anteriores, con Franco moribundo, difundían por la televisión belga y francesa muchas películas y programas sobre la dictadura. En un programa entrevistaron a Santiago Carrillo sobre su vida en Francia, sus experiencias… En un momento, le preguntan por sus relaciones con Georges Marchais. Carrillo, con un acento español muy fuerte y con una colilla colgándole en el labio, respondió: “Mire usted, el señor Marchais es secretario de un gran partido comunista, [el francés], y yo, también. Él es favorable a una modernización, como lo soy yo…”. Continuó Carrillo describiendo elementos en común y terminó diciendo: “En definitiva, no nos vemos”. Ja, ja, ja.

Me había creado usted mucha expectación con el relato… Pues eso.

Tensiones hubo y tuve tentaciones de marcharme, pero, sopesando pros y contras, llegas a la conclusión de que te puedes ir solo una vez y que además el efecto que produces no es lo mejor para el país… y te acabas quedando"

Vamos, que sintió un gran alivio al dejar el Gobierno. Sí, pero no por el hecho de marcharme, sino por resolver la contradicción vigente desde las elecciones: yo había ido a las elecciones, aunque con grandes dudas, con la intención de poner en marcha ciertas medidas y correcciones, y vi meses después que mis posiciones no coincidían con las de Zapatero, y como él era el presidente, el marcharme facilitó las cosas y todo fue más coherente.

Pero ya entró con mal pie en la primera legislatura. De entrada, porque no quería dejar Bruselas y su puesto de comisario. Me costó mucho volver. Vine porque me sentía en deuda incluso con el PSOE, que era el que me había propuesto para ir de comisario.

Y porque Zapatero aceptó las condiciones que usted le puso. Sí, el tema fundamental que le planteé fue poner en marcha una disciplina presupuestaria. Ya en los primeros meses tuve tensiones con los otros ministros, que pretendían más gasto, bien es cierto que en un contexto económico favorable. Y quería reducir la deuda lo máximo posible para hacer frente a un potencial periodo de dificultad. Tensiones hubo y tuve tentaciones de marcharme, pero, sopesando pros y contras, llegas a la conclusión de que te puedes ir solo una vez y que además el efecto que produces no es lo mejor para el país… y te acabas quedando.

Olof Palme, como recuerda en el libro, decía que el primer ministro debe apoyar casi siempre a su ministro de Economía. No fue su caso… desde el comienzo de su mandato como vicepresidente. Ese modelo se respetó cuando fui ministro de Economía con Felipe González. En el modelo de Zapatero, él se advoca la capacidad de tomar las decisiones en los temas importantes de economía. Eso hace que la opinión del ministro de Economía sea una más. Con una voz más fuerte que otras… pero hay otras. Se pone en marcha la Oficina Económica del Presidente, y no siempre sus visiones coinciden con las del ministro de Economía. Eso nos lleva a tensiones en algunos casos, a pesar de que mis relaciones con esa oficina no fueron tan malas como algunos creyeron ni tan buenas como a mí me hubieran gustado.

La imagen que se trasladaba era que en el Gobierno y en el entorno del presidente había permanentes contrapoderes al ministro de Economía. Esa fue una de las razones por las que en algún momento me planteé irme. Y también el motivo por el que decidí no seguir en la segunda legislatura. No quería una segunda legislatura.

¿Cuál fue la primera tentación de irse? Las decisiones de Zapatero sobre el salario mínimo interprofesional. En diciembre de 2004.

Pero si solo llevaba medio año como vicepresidente… Sí.

Los problemas empezaron muy pronto, pero usted estuvo cinco años en el Gobierno… Debieron de ser muy duros. En términos personales… sí, fue duro.

Pero si todo fue mal desde el comienzo, ¿cómo es posible que decidiera seguir en la segunda legislatura de Zapatero? Todo estaba previsto para marcharme. Hasta el verano de 2007, yo tenía claro que de ninguna manera me quedaba. Pero en la reunión del FMI de octubre vi un ambiente preocupante. Y en ese momento me salió la vena de funcionario y me dije: “Marcharte en este momento se va a malinterpretar… cuando las cosas se complican”. Y esa fue la razón por la que acepté seguir durante un tiempo, durante un año o dos. Y luego acabé yendo en las listas por la insistencia de Zapatero.

Le tocó además vivir… o sufrir en primera línea dos capítulos rocambolescos: el asalto al BBVA por parte de la constructora Sacyr y la OPA sobre Endesa, también con constructores de por medio. ¿Cuál le dio más dolores de cabeza? Sin duda, la OPA sobre Endesa. Lo del BBVA fue un tema de estar a favor o en contra, y yo tenía muy claro que podía ser razonable la presencia del sector de la construcción en el capital, pero no en la toma de decisiones de una entidad financiera, y, por tanto, la idea estaba clara desde el comienzo. Por parte del Banco de España, también.

El sector de la construcción iba a por todas… Es lógico. La acumulación de capital se había producido en ese sector.

Mantiene que en el caso de Endesa confluyeron todos los elementos negativos de la política. Sí. Excesiva politización, intervencionismo, daño a las instituciones, como la CNMV…

Usted veía con buenos ojos que Endesa acabara en manos de la alemana E.on, pero acabó en manos de la italiana Enel. Y usted es ahora consejero de Endesa-Enel. ¿Qué responde a quienes le critican por eso? Me lo planteé cuando me lo propuso la asociación de accionistas independientes. Se produjo después de dos años de incompatibilidades que tenía como exministro. Y me pregunté: ¿intervine en la OPA de una forma que pudiera interpretarse como a favor o en contra de uno u otro? Honestamente creo que no. Por tanto, no vi dificultades.

Volviendo al periodo en el Gobierno de Zapatero, el presidente llegó a anunciar medidas importantes (financiación sanitaria para las autonomías, rebaja de 400 euros en el IRPF, chequé-bebé, Plan E…) que o bien no conocía el ministro y vicepresidente de Economía, o se le presentaban prácticamente cocinadas justo antes de anunciarlas. En su origen participé o estuve informado. Lo que sí se produjo de forma distinta a lo que yo opinaba fue la fórmula final.

¿Cómo definiría los efectos de la crisis? Las consecuencias han sido devastadoras para un país como el nuestro, con un crecimiento muy basado en buena parte en la construcción. El impacto no es equilibrado en toda la sociedad. Ha habido una parte de esta a la que no le ha afectado. Y a otra le ha afectado gravemente. Sobre todo en desempleo.

¿Y no se está incubando otra burbuja inmobiliaria? Prefiero no hablar de lo que ocurre después de que me marché del Gobierno.

¿Y qué hicieron ustedes para frenar la suya? Primero: dado que había mucha vivienda vacía, y muy cara, impulsamos el alquiler. Los resultados fueron limitados. La otra alternativa fue aumentar las viviendas de protección oficial. Esto no paró la demanda de vivienda libre. Y había otra medida a debate: suprimamos las ventajas fiscales a la compra de vivienda, que era lo que nos pedían los organismos internacionales. Lo intentamos, lanzamos la idea y nos encontramos con una resolución del Senado en la que todos los grupos votaron contra esa posibilidad. Todos. Los socialistas también.

Y nada paraba el fenómeno. No. La gente seguía comprando para revender y la burbuja era cada vez mayor.

Algunos acaban preguntándose si es posible otro modelo para España. No lo sé. Sí sé que el anterior ya no sirve, luego tendrá que haber otro modelo. Y esa fue la batalla que iniciamos: más educación, más tecnología… Viviendas e infraestructuras llegaron a suponer casi el 20% del PIB del año. En Europa era del 6%. Hemos convertido un medio en un fin: la construcción es un medio para conseguir unos bienes y, en cambio, nosotros la convertimos en un medio de crecimiento.

Y las cajas quebraron por ello. ¿Tampoco hubo manera de parar ese desastre? Las cajas respetaban las normas, con mayor o menor diligencia, y eran seguidas con cuidado por el Banco de España… Sí éramos conscientes de que en una economía que se había expandido, lo había hecho también su sistema financiero. La vuelta a la normalidad significaría necesariamente un sector financiero más pequeño. Y en ese sector más pequeño, las cajas estarían más afectadas que los bancos. Pero había una ley aprobada unos años antes por la que se daban una serie de competencias a las comunidades autónomas sobre las cajas. Modificar la ley antes de las elecciones generales parecía difícil. Hacerlo después también era complicado si no surgían problemas de solvencia. En todo caso, entre las cajas ha habido de todo, quebraron las cajas mal gestionadas con inversiones de mayor riesgo, pero hay muchas entidades que son completamente sólidas.

Como consecuencia, las cajas desaparecen. Unas sí y otras no, pero no olvidemos quiénes son los gestores y los responsables políticos en cada comunidad de cada caja. Hay implicaciones de todos los partidos políticos.

Una incongruencia total: que los políticos gestionaran las cajas. Claro, claro. La incongruencia fue haber aceptado un modelo de cajas en el que los elementos no profesionales dominaran. Un tema delicado. En todo caso, el problema de las cajas no se resolvió bien.

¿Cómo calificaría la actuación de los líderes europeos en esta crisis? ¿O la de Merkel en concreto? Yo defiendo el principio de la austeridad, pero en equilibrio con el gasto. Claro que el gasto exige financiación, y si no la tienes… A Alemania, por otra parte, le está costando mucho asumir el papel que le corresponde: ser el líder de Europa.

Se resiste a serlo. Enormemente. Por su historia, sus compromisos, pero la realidad es como es, y yo estoy esperanzado en el nuevo Gobierno de coalición con el SPD, que debería compensar algunos excesos y derivar en una mayor implicación alemana en Europa.

Por una y otras razones, la desafección ante la UE crece enormemente en muchos países, y especialmente en España. Ya, pero el europeísmo no se puede basar en que nos dan dinero y nos lo gastamos no siempre bien.

Nunca entra en temas personales. Cuando le preguntaba antes si se arrepentía de algo en la vida, ¿no lo hace de no haber tenido más contacto con los suyos, con su familia? Eso es cierto. Quien acaba pagando un precio alto en estos casos es la familia.

¿Tiene mala conciencia? Tengo una cierta mala conciencia, sí. La tengo. Ahora sí tengo una vida más equilibrada

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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