La 'primavera árabe' cobra ímpetu
España sigue de cerca el impacto del fin de la era Gadafi en Argelia, su mayor proveedor de gas - La presión internacional se centra ahora en Siria y Yemen
No ha sido tan pacífica como la tunecina o la egipcia, ha necesitado para triunfar el apoyo militar de la OTAN y su éxito no ha suscitado tanto entusiasmo en el mundo árabe como el derrocamiento de Zine el Abidine ben Ali, en enero, y de Hosni Mubarak, en febrero. Aun así, el triunfo de la revolución libia tendrá una gran repercusión sobre la región. "Va a dar esperanza a las revoluciones árabes tras la frustración por el estancamiento de estos últimos meses", cuando los rebeldes libios no conseguían avanzar sobre el terreno, asegura el sirio Salam Kawakibi, investigador de la Iniciativa Árabe para la Reforma.
Siria es precisamente el primer país concernido, aunque también se menciona abiertamente a Yemen -su presidente, Ali Abdalá Saleh, sigue ingresado en un hospital saudí- y, con más discreción pero con la misma insistencia, a Argelia. Es el más poblado de los Estados del Magreb y el primer proveedor energético de España: más de un tercio de las importaciones de gas proceden de ese país.
"La explosión puede llegar en cualquier momento", afirma un opositor argelino
Argelia es la única de las repúblicas norteafricanas que se ha librado de la marea revolucionaria, pero ya hace unos días el opositor islamista Abdelá Djaballah advertía en una entrevista a la agencia Reuters de que "no es inmune" al fin de la era Gadafi. El divorcio entre el pueblo y el régimen constituye "un fenómeno peligroso que indica que una gran explosión puede producirse en cualquier momento", añadía.
Hasta el Movimiento de la Sociedad para la Paz, formación islamista moderada integrada en la coalición que apoya al presidente Abdelaziz Buteflika, le ha invitado, tras felicitar al pueblo libio, a "escuchar la contestación en cuanto empieza y responder inmediatamente a las quejas". Es hora de "iniciar las reformas porque el tiempo no juega a favor de los regímenes tradicionales".
Las manifestaciones juveniles empezaron en Argelia en enero, casi al mismo tiempo que en Túnez, pero se apagaron rápidamente mientras que la oposición política, dividida y reprimida, tampoco logró tomar el relevo en febrero. El régimen apaciguó entonces el malestar aumentando los sueldos de los funcionarios, empezando por los policías, y el 15 de abril un Buteflika achacoso -está enfermo desde 2005- anunció una apertura política.
Cuatro nuevas leyes sobre partidos políticos, asociaciones, sistema electoral y libertad de prensa están en preparación, pero antes de ser aprobadas provocan ya una selva de críticas porque "no corresponden en nada a (...) las expectativas de la sociedad", según Omar Belhouchet, director del diario El Watan. De ahí que él y otros analistas anuncien ya un otoño "caliente".
En Damasco no se esperará al otoño. El derrocamiento de Gadafi tendrá "consecuencias considerables sobre Siria", vaticinó el ministro francés de Exteriores, Alain Juppé. No solo será un estímulo para los cientos de miles de sirios que desde marzo reivindican la caída del régimen de Bachar el Asad.
"La presión internacional va a poder centrarse ahora en el régimen de Asad", prevé la opositora hispano-siria Sirin Adlbi. Confía en que la comunidad internacional endurezca aún más las sanciones impuestas a Damasco, pero recuerda que la oposición siria no desea una intervención militar de la OTAN como en Libia.
Tampoco los países occidentales parecen proclives a reeditarla, a juzgar por las declaraciones de sus líderes. Los adversarios del clan de los Asad no han logrado, a diferencia de los libios en Bengasi, liberar ninguna porción del territorio que pueda ser protegida por la OTAN; el Ejército sirio aparenta ser más sólido y estar más unido que el de Gadafi; es, por último, improbable que una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU ampare esa hipotética intervención.
Mientras que Gadafi estaba aislado, El Asad cuenta con dos potentes aliados. Irán considera vital para su seguridad el mantenimiento en el poder del clan de los Asad. En Líbano el movimiento armado chií Hezbolá está a las órdenes de Damasco.
Solo algunos analistas osados, como el británico Robert Fisk, vaticinan que se abrirá el debate sobre la necesidad de auxiliar a la oposición, en cuyas filas se registran más de 2.200 muertos por culpa de la represión militar. "¿Cuánto tiempo pasará antes de que los europeos se pregunten por qué la OTAN, que ha sido eficaz en Libia, no puede emplearse contra las legiones de Bachar el Asad utilizando a Chipre como portaviones?", escribía Fisk en The Independent.
El escritor disidente sirio Louai Hussein teme que no sea la OTAN, sino el propio "movimiento pacífico" de protesta, el primero en empuñar las armas contra El Asad animado por el ejemplo exitoso de los rebeldes libios. ¿Reaccionará entonces la OTAN de la misma manera que en Libia?
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