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El conflicto libio | La agonía de la dictadura

Los rebeldes buscan a Gadafi vivo o muerto

Los sublevados combaten para afianzar su control de Trípoli mientras ofrecen una recompensa o inmunidad para quien entregue o asesine al dictador libio

Convertido en fugitivo, con una recompensa sobre su cabeza de 1,7 millones de dólares y con la promesa de amnistía para cualquiera de sus colaboradores que ponga fin a su vida, Muamar el Gadafi, tal como había prometido, no se rinde. A poco más de un mes del 42º aniversario del golpe de Estado que le aupó al poder, el dictador aseguró que su huida anteayer de Bab el Azizia, su fortaleza en la caótica Trípoli, es solo un movimiento "táctico" e hizo un llamamiento a sus fieles en la capital a combatir por la victoria o el martirio.

Le persiguen con empeño los rebeldes, convencidos de que se esconde en Trípoli, donde el tableteo de las ametralladoras, el zumbido de cohetes y lanzagranadas y algún bombardeo de la OTAN se escucharon durante todo el día. Las columnas de humo ennegrecieron el cielo. En Bengasi, capital de los sublevados, crece la consigna de que hay que conquistar Sirte, ciudad natal del dictador, para evitar la contraofensiva, según informa Álvaro de Cózar.

Muchos jefes insurrectos creen que el autócrata sigue en la capital La ciudad está llena de milicianos y hay controles casi en cada esquina
Son los curtidos combatientes de Misrata los que encabezan la lucha La hija de Gadafi arengó desde una radio a combatir a las 'bandas'
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Los insurrectos deben combatir en varios frentes, aunque contra un enemigo que progresivamente se debilita. Los alzados en Misrata, experimentados en la guerrilla urbana tras sufrir meses de asedio, encabezaron el asalto a Bab el Azizia; los de Yefren, originarios de las montañas del oeste, defienden algún barrio de la capital; la base gadafista en Zuara, cerca de la frontera tunecina, cayó ayer por la tarde en manos insurrectas, y también avanzan en el este del país sin prisa pero sin pausa, camino de Sirte, la ciudad donde Gadafi nació y donde cuenta con muchos partidarios de su tribu. Pero la clave es Trípoli. Y aunque Abdulhamid Taleb dice ser uno de los comandantes guerrilleros en esta ciudad de dos millones de habitantes, se observan escenas similares a las que se vivían en Cirenaica en el mes de marzo. Pocos obedecen órdenes y las camionetas dotadas de ametralladoras, o no, parten a la lucha cuando creen conveniente.

Muchos vecinos de Trípoli carecen totalmente de adiestramiento para empuñar armas y marchan al cercano frente con más coraje que capacidad de hacer daño. Entre ellos, chavales que apenas rozan la mayoría de edad. Seguramente por ello, los curtidos rebeldes procedentes de otras ciudades libias han llevado la voz cantante en importantes misiones en Trípoli. Taleb afirmaba ayer lo que se observaba desde las terrazas tripolitanas mirando en dirección sur. "Quedan focos de leales a Gadafi", decía, "en los barrios de Abu Salim, Al Hadba Al Jadra [el barrio en el que los dirigentes insurrectos creen que se esconde el autócrata] y Yala Furyan, y también en la carretera del aeropuerto, donde están apostados francotiradores". Pero aunque por la mañana también hubo escaramuzas en la plaza Verde (ahora de los Mártires), los insurgentes se esfuerzan por despreciar la presencia de francotiradores y cualquier ciudadano piensa que es solo cuestión de tiempo para celebrar la captura de Gadafi.

El martes se vivieron en Bab el Azizia -donde ayer los rebeldes permitían acceder o no según la intensidad de la lucha- instantes que rememoraban otro episodio histórico: la caída de la estatua de Sadam Husein en la plaza Ferdus de Bagdad, en abril de 2003. La mayoría de los libios esperan no tener que aguardar ocho meses, los que logró permanecer en su madriguera de Tikrit el tirano iraquí, para cantar victoria. Su homólogo libio insistía ayer a través de una emisora de radio local: "Las bandas que quieren destruir Trípoli son la encarnación del mal", dijo, tras prometer la "victoria o el martirio". Su hija también hizo un llamamiento a los libios para sumarse a la guerra contra estas bandas, que en realidad son los ciudadanos corrientes de Libia.

El nivel de resistencia que ofrezcan sus fieles será un buen termómetro para medir hasta qué punto goza de apoyo el sátrapa. Pero evidente es que después de cuatro décadas, la camarilla en el poder, seguramente extensa, tiene mucho que perder en un país inmensamente rico en yacimientos petrolíferos como escaso (alrededor de seis millones, excluyendo los dos millones de inmigrantes, huidos en su gran mayoría) de población. "¿Por qué no somos como Dubái?", es una pregunta que se escucha desde marzo en Bengasi y Trípoli.

Como se preguntaban hasta ayer qué sería de los 35 periodistas y un congresista de Estados Unidos, del que no se conoce su identidad, que pudieron por fin, tras cinco días secuestrados por partidarios de Gadafi en el hotel Rixos, cerca de Bab el Azizia, escapar. Su situación era desesperada, y no ocultaban su temor. Para ellos acabó el drama. Para muchos otros no ha hecho más que empezar. La capital libia padece una catástrofe en el aspecto sanitario. Falta personal, equipos médicos y sangre, precisamente cuando los heridos de bala -dos periodistas franceses, entre ellos- se cuentan por centenares. También en distritos que los rebeldes dicen tener bajo su total dominio, aunque los innumerables controles de milicianos y las calles cortadas por barricadas salpican todo Trípoli. Quizá peque de optimismo también el portavoz militar que ayer aseguraba que el 95% de Libia está bajo control de los insurgentes.

Cercado militarmente, en el campo diplomático -más de 40 países, varios de ellos árabes, ya han reconocido al Consejo Nacional, el Gobierno de los rebeldes, como legítimo representante de Libia- la actividad es también incesante. Los líderes de la rebelión se reunirán la semana próxima con representantes de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, los países que han encabezado la misión de la OTAN. Lo harán probablemente en Catar, el emirato que se mostró desde el primer momento como un enfervorecido partidario de los rebeldes de Bengasi. Justamente ayer en Doha, la capital catarí, los miembros del futuro Gobierno libio ofrecieron un claro mensaje: no queremos que Libia sea Irak. E hicieron un llamamiento a la reconciliación -ante la oleada de venganzas y represalias contra los partidarios del régimen capturados- y pidieron la descongelación de los fondos que fueron en su momento embargados al régimen por las potencias occidentales. El Consejo Nacional tiene previsto trasladarse desde Bengasi a Trípoli el sábado, aunque establecer y acertar con los plazos no sea el fuerte de los insurgentes. En todo caso, será otro capítulo cargado de simbolismo.

Seguramente se desplazará Mustafá Abdel Yalil, el jefe del Consejo, junto a Abdelhafiz Ghoga, su segundo. Este destacó ayer que Gadafi debe ser juzgado en Libia. "Gadafi está todavía en Libia. Si no en Trípoli se habrá escurrido hacia algún punto del centro [Sirte, su ciudad natal] o el sur del país. Preferimos juzgar a Gadafi en Libia antes de que sea enjuiciado por el Tribunal penal Internacional", comentó Ghoga en El Cairo.

Enfrentamiento entre insurgentes y francotiradores leales a Muamar el Gadafi en el complejo presidencial de Bab el Azizia, ayer en Trípoli.
Enfrentamiento entre insurgentes y francotiradores leales a Muamar el Gadafi en el complejo presidencial de Bab el Azizia, ayer en Trípoli.ZOHRA BENSEMRA (REUTERS)

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