Dos kilómetros cuadrados
Hay que felicitar a Charlene Wittstock, la exnadadora sudafricana ya princesa de Mónaco, por su aparente intento de huida del pasado martes. ¿Qué mejor noticia para una boda del siglo que ponerla en jaque? Si alguien pensaba en no sintonizarla, Charlene y su equipo le ofrecieron ese toque de morbo que una boda real agradece. Antes del supuesto ataque de pánico, la boda era una excusa para recordar que Mónaco mide dos kilómetros cuadrados; Gibraltar, seis. Y que en vez de oler a amor verdadero, la boda parecía destilar cloro.
Mónaco más que un paraíso, fiscal o aristocrático, es una escenografía sentimental. Su familia real fueron los personajes humanos en los que se recrearon ficciones como Dinastía. Cuando los Grimaldi se reúnen, como lo harán para la boda de monseñor Alberto, transforman glamour en liquidez. Carolina y sus hijos, tan elegantes como ella, combinan perfectamente entre sí. Estefanía y su aire de mujer rebelde hasta con el botox, acompañada de los suyos, ponen el toque indie que necesita toda producción, calculado para que el cuento de hadas se adapte a los tiempos modernos. Incluso la filtración de la supuesta huida de la novia a los periódicos serios de Francia. Si una cosa saben los Grimaldi es administrar noticias y escándalo. Queda claro ahora que los rumores sobre la sexualidad de Alberto eran una tapadera para ocultar su rocoso complejo de Edipo, que quizás sirva de explicación a su vocación de engendrar hijos de diferentes colores. Casi como justicia poética, Madrid, la ciudad cuyas olimpiadas boicoteó el hijo de Grace con una pregunta sobre la seguridad ante el Comité Olímpico, celebra el Orgullo Gay y pasea sus carrozas al mismo tiempo que Charlene y Alberto desfilan como matrimonio en una limusina híbrida. Recordaremos también de esta boda la resurrección de The Eagles, los millonarios roqueros de Hotel California, más que águilas, dinosaurios voladores que anidaban cómodamente en las cumbres rocosas de Mónaco.
Hay en este presunto ataque de pánico de Charlene una demostración de humanidad. Todos quisiéramos huir. De Europa y sus deudas. De esta implacable incertidumbre en la que no sabemos si Vasile aparecerá en algún plató cantando junto a Pantoja. De si Strauss-Khan es ahora inocente y más tarde futuro presidente. De si el entorno de Carla Bruni está involucrado en esta fea trampa. ¿Es solo coincidencia que el coche de los Strauss-Khan en Nueva York y el de los Grimaldi en Montecarlo fueran Lexus? ¿Estamos ante una nueva estrategia de ventas? "Blindamos tu matrimonio" podría ser la frase promocional.
El mundo nos organiza al mismo tiempo que nosotros lo observamos. Allí están los comandantes convalecientes, Fidel y Chávez, empeñados en aparecer leyendo Gramma, un periódico donde su salud no es noticia. La noticia son ellos vestidos con esos chándales de tactel que en los ochenta pusieron de moda precisamente Pantoja y Jurado en sus viajes a las Américas. El tactel es un polímero de tacto suave y sedoso, como los hombros de Charlene pero súper sintético, como el corazón de Mónaco. Lo visten tanto los jugadores de la NBA como los comandantes. Fidel no tiene reparos en ostentar el logo de Adidas, la marca alemana que arropa la convalecencia de los revolucionarios. La multinacional de equipamiento deportivo podría decidirse a lanzar una línea para comandantes y en vez de usar a Gasol o Nadal, poner a Hugo, Fidel y Gadafi, utilizando las imágenes de los comandantes enchandados para aliviar nuestros sudores por la crisis económica. Y dejar claro que, hagas lo que hagas, confíate a Alemania.
Kate Moss es una modelo millonaria con una carrera espectacular. No da puntada sin hilo. De todas las personas rehabilitadas de Occidente, ella rehabilitó cabeza y cartera, porque salió de su escándalo con las drogas reforzada. Cual Merkel del planeta fashion, ha ejercido otro golpe de mando en la cultura de la celebridad. Recuperó para la moda a John Galliano, que firmó su traje de novia, entre marfil y plateado como el Rolls que junto a su hija la acercó a su flamante marido. Moss ha vendido los derechos de este reportaje al Vogue americano, y a su editora, Anna Wintour, una de las invitadas, aprovechando el fin de semana largo del 4 de julio. Naomi, culo inquieto, hizo gala de su capacidad de desplazamiento: fue a la de Moss y hoy estará en la de Charlene. Al casarse con el guitarrista de esa banda súper cool, The Kills, Moss entronca con la tradición británica de unir súpermodelos con estrellas del rock. Así fue Simon Le Bon con la modelo Jasmine. Jerry Hall y Mick Jagger, Iman y Bowie, y Lucy Helmore con Bryan Ferry, otro de los invitados a la boda de Kate que, en definitiva, fue un encuentro de moda y rock, dos industrias que ocupan poco más de dos kilómetros cuadrados.
Así como Charlene y Alberto parecen nuevos miembros de la banda de dinosaurios Eagles, Kate y James Hince son la estampa de los enamorados en esta época de incertidumbres. La imagen de Moss asomada a la ventana del Rolls muestra una mujer ligeramente asustada, arriesgándose a perder su condición de femme fatale al contraer matrimonio. Preocupada por la recuperación de Strauss-Khan o la salud del comandante venezolano. En realidad, sabe que al igual que Charlene, Dominic y nosotros, ya no puede escapar.
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