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Columna
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Ankara se va

Años discutiendo si Turquía era Europa o Asia, si iba hacia Occidente o si giraba hacia Oriente, y por fin hemos encontrado la respuesta. La pregunta era incorrecta. Turquía no va hacia el Este ni hacia el Oeste: va hacia arriba. En solo una década, la economía turca ha cuadruplicado su tamaño, pasando de 200.000 a 800.000 millones de dólares (550.000 millones de euros); triplicado su renta per cápita, que ha pasado de 3.000 a 10.000 dólares; reducido la deuda pública del 75% al 40% del PIB y situado su prima de riesgo muy por debajo de la mayoría de los países del sur de Europa. Mientras, la Unión Europea está estancada, y muchos dudan de si en lugar de progresar, su futuro es uno marcado por el declive y el retroceso en los estándares de vida que los europeos han venido dando por sentados.

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Al tiempo que Europa debatía si aceptar o rechazar a Turquía y se permitía el lujo de ningunearla o incluso de despreciarla abiertamente, los turcos han rebatido todos los estereotipos y forjado una historia de éxito. Incluso hay quienes hablan de "calvinistas islámicos" para describir a la nueva, exitosa y orgullosa clase empresarial turca que ha surgido en las ciudades más dinámicas de Anatolia. Esa Turquía pobre y analfabeta que tantas veces nos han pintado, supuestamente llena de ignorantes campesinos anatolios deseosos de asaltar la fortaleza del bienestar que representa Europa, ya no está allí.

En las calles de Rabat, Túnez o El Cairo, Europa ha dejado de ser el modelo a seguir para ser sustituida por Turquía, un país que demuestra que se puede ser a la vez musulmán, democrático y próspero, e incluso tener una política exterior propia no sometida a los dictados de Occidente. Viniendo de un pasado reciente donde el Mediterráneo estaba plagado de sumisos regímenes autoritarios, la Turquía de Erdogan representa muy bien un futuro lleno de orgullosos e independientes regímenes democráticos que no tendrán ningún reparo en señalar con el dedo a Europa y avergonzarla públicamente cuando aplique dobles raseros a Israel, la apertura de mercados, los derechos humanos, la proliferación nuclear o la inmigración.

Así pues, nunca los turcos han vivido mejor ni enfrentado el futuro con tanto optimismo. No es de extrañar que nadie dude de que los islamistas del AKP vayan a ganar por mayoría absoluta las elecciones legislativas que se celebran el próximo domingo: la única duda (y fuente de preocupación) es si lograrán alcanzar los 367 diputados (sobre un total de 560) que permitirán al partido de Erdogan modificar unilateralmente la Constitución sin necesidad de celebrar referendos y dar una nueva vuelta de tuerca a lo que muchos perciben como una peligrosa deriva autoritaria que vendría manifestándose desde hace algunos años.

Hasta la fecha, la perspectiva de adhesión a la UE ha tenido un impacto sumamente beneficioso sobre la política interna turca: para los islamistas, Europa significaba la garantía de que los militares no intervendrían en la política, como habían hecho frecuentemente en el pasado; para los militares y las fuerzas laicas y liberales, que la mayoría islamista no les impondría sus valores ni restringiría los derechos humanos y las libertades individuales. Pero según el vínculo europeo ha ido debilitándose, ya que las negociaciones de adhesión están completamente bloqueadas y cada vez son menos los turcos que creen que la adhesión terminará por tener lugar, los márgenes de acción de los islamistas del AKP se han ido ampliando. Por ello, aunque la Turquía de hoy es infinitamente más democrática, rica y estable que la que obtuvo una promesa de ingreso en 1999 y comenzara negociaciones de adhesión en 2005, muchos temen que una mayoría tan rotunda permitirá a los islamistas desatarse del poste democrático al que Europa les había anclado. Así pues, mientras que para muchos árabes Turquía es el modelo, el referente de los islamistas del AKP no necesariamente es el ideal europeo como nosotros lo entendemos: algunos incluso malévolamente insinúan que el modelo europeo de Erdogan es el otro arquetipo europeo, es decir, el ruso de Putin, un autoritarismo disfrazado bajo elecciones libres y con unos medios de comunicación y una clase empresarial completamente sometidos al poder político. Si esta deriva autoritaria se impusiera se confirmaría que la Unión Europea habría dejado pasar de largo, con sus torpezas y miopías a la hora de gestionar sus relaciones con Turquía, la oportunidad estratégica más increíble que pudiera pensarse de ayudar a convertir Turquía en el faro desde el que irradiar democracia a todo Asia Central y el Cáucaso, Oriente Próximo y el Norte de África.

jitorreblanca@ecfr.eu

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