La yihad de los rebeldes libios
Un grupo de islamistas encabeza la lucha armada en la castigada ciudad de Darna
Darna tiene mala fama. De aquí salieron decenas de jóvenes a combatir a las tropas occidentales en Afganistán e Irak. Es más, según unos archivos de Al Qaeda incautados por las fuerzas estadounidenses, esta apacible ciudad de la costa libia se había convertido en 2007 en la principal suministradora de yihadistas y terroristas suicidas.
Hakim al Hasadi niega haber estado detrás de ese reclutamiento masivo. Había regresado de Afganistán años antes, rodeado del carisma que le brindaban su estatus de combatiente junto a los talibanes y Osama bin Laden. Detenido en Pakistán en 2002 e investigado por EE UU, fue liberado gracias a las gestiones de Muamar el Gadafi, que pretendía apaciguar y reinsertar a los islamistas tras largos años de represión. "Ahora debe de estar mordiéndose los puños", dice. Al Hasadi y sus compañeros yihadistas se han convertido en la punta de lanza del ejército rebelde contra el régimen libio.
"Si EE UU pone un pie en suelo libio, será enemigo", dice un integrista
"Esta vez mi causa es la liberación de mi país. Los pueblos árabes por fin han hallado el camino para acabar con las tiranías por la vía pacífica", dice este exprofesor de tez clara y barba cuidada, que no llegó a terminar sus estudios de historia y ley islámica y que escribe "poesía para agitar las conciencias".
El encuentro se celebra en una vivienda de Darna, a la luz de una linterna. La escasez de combustible provoca apagones diarios. La condición ha sido no hablar de Bin Laden. Al Hasadi no estrecha la mano a las mujeres. Tiene 44 años, tres esposas -una de ellas, afgana-, nueve hijos y tres nietos.
Cuando Gadafi lanzó a sus tropas para aplastar la revuelta en el este de Libia, Al Hasadi y sus hombres retomaron el aeropuerto regional de Labrak, en manos de mercenarios africanos. Después fue reclamado por la asediada Bengasi, justo antes de que los bombardeos franceses salvaran la capital rebelde. Hoy comanda un grupo de 300 hombres que combaten en Ajdabiya. Se autodenominan Brigada de los Mártires de Abu Salim, en memoria de los 1.200 presos asesinados por el régimen en esa prisión de Trípoli en 1996.
Al Hasadi ha aparcado su odio a EE UU y a la OTAN. "Su apoyo es bienvenido. No están combatiendo a los musulmanes. Pero si ponen un pie en suelo libio", advierte, "serán nuestros enemigos". Quiere "una Libia con futuro, abierta, próspera". ¿Con elecciones? "Sí". ¿Y con la sharía? "Nunca admitiremos nada que vaya contra la ley islámica".
Flanqueada por la Montaña Verde de la Cirenaica, Darna es una ciudad provinciana y amable, a la que cuesta imaginar como semillero de integristas. "No lo es. Los radicales se cuentan con los dedos de una mano", dice un profesor de universidad que, por si acaso, pide el anonimato. "Ni a mí ni al 80% de los vecinos nos gustaría ver a alguien como Hakim al Hasadi en el poder".
Cuando empezó la revuelta libia, el 17 de febrero, Gadafi acusó a los habitantes de Darna de querer crear "un emirato islamista". Hoy la ciudad intenta limpiar su imagen. Los muros de la avenida principal están cubiertos de pintadas en varios idiomas, con sintaxis impecable y caligrafía primorosa. "No to extremism", "No to Al Qaeda", "Yes to pluralism".
Es cierto que aquí proliferaron en los años noventa unas células que cristalizaron en el Grupo Islamista Combatiente Libio (GICL), una filial de Al Qaeda aparentemente disuelta en 2009. Su presencia sirvió a Gadafi para castigar ferozmente -bombardeos incluidos- a una ciudad que siempre le dio la espalda. Pero, al mismo tiempo, Darna acoge a una clase profesional muy cualificada, que ahora ha tomado las riendas.
"Hay escasez de combustible y otros productos, pero todo funciona mejor", comenta el ginecólogo Mahmud Shennib, uno de los 16 miembros del consejo rebelde de la ciudad. "La gente se está volcando, hay un espíritu nuevo".
Mientras sus vecinos organizan la retaguardia, los exyihadistas se baten en el frente, comandados por Hakim al Hasadi y Sufian bin Qumu, compañero de armas en Afganistán y exrecluso en Guantánamo. Todos justifican su pasado ("no había salidas para los muchachos") y se muestran orgullosos de su fiereza en la guerra. Las autoridades rebeldes no parecen dispuestas a contar con ellos. "Sufian bin Qumu era un descerebrado que se pasaba el día haciendo trompos con su coche", comenta un miembro del consejo que lo conoció en la escuela. "Afuera se les da demasiada importancia. Aquí miramos ya al futuro".
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