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El PP vaticina un salto el 22-M como en 1995, el año de la mayor diferencia

Los expertos le pronostican a Rajoy un gran triunfo en las municipales y autonómicas, con la única duda del Gobierno en Castilla-La Mancha

Javier Casqueiro

Son días ajetreados en los cuarteles centrales de los partidos y sobre todo en sus satélites demoscópicos. Las encuestas sobre lo que podría suceder el 22-M se multiplican. Las propias y las que publican, encargan y pagan los medios de comunicación. Se mira y escruta todo. Los resultados son dispares, como la credibilidad de los institutos y empresas que realizan los sondeos. Pero los candidatos, prácticamente todos, están muy pendientes de esos trabajos.

En el PP todo ese viento corre ahora muy a favor: hay trabajos que amplían la distancia con el PSOE hasta ocho puntos. Algunos están alertando al líder, Mariano Rajoy, de esa euforia. Otros trabajan con los datos y su cocina secreta. Y le dicen, eso sí, que por primera vez en muchos años uno de los dos grandes partidos, en este caso el PP, puede desmarcarse notablemente de su rival. Es decir, que pueden ganar por algo más que por décimas, como había sucedido en los tres últimos comicios locales convocados. Creen que se puede producir el gran salto, "el escenario negro", como lo califican sus sociólogos. O el landslide, como lo denominan los expertos, es decir, el corrimiento no de tierras pero sí de votos que podría repetir el histórico triunfo de las alcaldesas de Aznar en las municipales de 1995.

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Entonces ocurrió ese escenario. El PP de José María Aznar venía de una larga sequía. En las municipales de 1991 el PSOE había logrado ampliar su distancia hasta 13 puntos, con casi 2,5 millones de votos de margen. Aznar aminoró ese palo en las generales de 1993, en plena resaca de los escándalos finales del felipismo, y se colocó solo a cuatro puntos. Lo grave sucedió en las municipales de 1995.

Aznar renovó el mapa electoral. Apostó a la grande. Implicó en las candidaturas de ciudades emblemáticas como Valencia, Zaragoza, Cádiz o Málaga a personajes políticos tan mediáticos como Rita Barberá, Luisa Fernanda Rudi, Teófila Martínez o Celia Villalobos. Y ganó. No, arrasó. El diferencial con respecto a las anteriores municipales fue de 17 puntos. El PSOE se derrumbó casi ocho puntos y el PP subió casi diez. No fue tanto los 420.000 votos que se les fugaron a los socialistas como los más de tres millones que arramblaron los populares. No ha vuelto a suceder algo así. Nunca.

Ese sorpasso se planteó, además, porque el PP venía de muy abajo. Pero el PSOE no está en ese escenario. Es más, desde entonces, ningún partido ha derrotado al rival en las locales por más de un punto (unas 200.000 papeletas). En 1995 el PP se diferenció por 4,43 puntos (casi un millón). Y ahora sus expertos le pronostican a Rajoy algo similar, por debajo incluso de algunos sondeos privados de crédito.

Una distancia ahora del PP sobre el PSOE de cinco puntos en las municipales sería una gran victoria, provocaría un vuelco en varias capitales emblemáticas y largamente deseadas, como Sevilla, pero no le aseguraría a Rajoy el gobierno en todas las comunidades autónomas, como algunos le están susurrando. Y Rajoy lo sabe. Se lo han dicho los expertos en los que él confía. Han hablado de las encuestas y han concluido que están mejor que nunca. Que tienen posibilidades de repetir en todos sus feudos y de ganar en algunos de los hasta ahora históricos e imbatibles bastiones socialistas, como Castilla-La Mancha o Extremadura. Hace unos meses, por ejemplo, nadie daba un duro en el PP por sus opciones en Extremadura. Entre otras razones porque partían de una gran desventaja que no se registra en otros territorios. En las anteriores autonómicas el PSOE de Guillermo Fernández Vara derrotó al PP de Carlos Floriano por casi 14,45 puntos. Ahora se acortará ese muro, pero será más que complicado derribarlo del todo.

El PP puede ganar las elecciones municipales en el cómputo total de votos (a pesar del millón de sufragios que se le fugan en esos comicios tradicionalmente a listas independientes), agregar sus banderas azules en algunas capitales y vencer en alguna autonomía que ahora no controla. Pero no tiene seguro poder gobernar ni en Cantabria (depende del resultado del partido regionalista de Miguel Ángel Revilla) ni en Aragón (depende del PAR) ni teóricamente en Baleares; tampoco en Asturias, donde la dirección nacional del partido estaría dispuesta a tragar con un pacto con la fuerza que dirige ahora allí Francisco Álvarez-Cascos.

Y luego está el enclave de Castilla-La Mancha, la gran baza, la apuesta casi personal de Rajoy con María Dolores de Cospedal, su número dos. El único puntal que podría provocar una imagen de derrota esa noche en Génova 13, la sede del PP, si no se cubren los objetivos marcados.

Los sondeos auguran una apretada disputa. El Gobierno regional, encabezado por el socialista José María Barreda, prometió antes de las elecciones anteriores -y lo acometió después- una reforma electoral que modificó el peso y número de diputados por provincia. Se justificó en variaciones del censo. Pero el foco ahora no está en todas. Populares y socialistas vaticinan un empate de escaños en la mayoría, pero se juegan la victoria en romper la igualada en dos: Ciudad Real, la tierra de Barreda, y Guadalajara. En este último caso con apenas 176.000 censados, muy influidos por los ecos mediáticos de Madrid.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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