Príncipes en capilla
Cuando el 29 de abril la muchedumbre aclame a Guillermo y a Kate, recién casados ya y pomposamente camino del palacio de Buckingham, es posible que en la retina de miles de personas en las calles de Londres y de millones de telespectadores por el mundo esa imagen se funda con la del mismo Guillermo, 14 años más joven, caminando cabizbajo al frente del cortejo fúnebre de su madre, Diana de Gales. La sombra de Diana aún planea sobre la monarquía británica, y esta boda real es casi más la boda del hijo mayor de aquel mito que la de un chico que algún día será rey de Inglaterra.
Pero esa sombra, aunque aún presente, es cada vez más liviana. No solo porque el tiempo pasa y todo lo borra, sino porque el idilio primero y ahora matrimonio de Guillermo con Catalina Middleton es precisamente un reflejo de lo mucho que ha cambiado este país y su monarquía desde que Diana y Carlos subieron las escalinatas de la catedral de San Pablo un 29 de julio de 1981 camino del altar. Y camino, también, de la catástrofe.
Llevan ocho años juntos. A nadie le preocupa la virginidad de ella
Lo que es nuevo en ellos es la libertad de costumbres
Esta boda es más la del hijo del mito de Diana de Gales
"Carlos siempre parece estar angustiado. Su hijo Guillermo es un chaval sólido"
Viven en Gales, cerca de la base de la RAF donde trabaja Guillermo
"Ella parece más segura de sí misma que él. Esa es la revolución"
Para algunos, la gran novedad de la boda de Guillermo y Kate es que un futuro monarca británico se va a casar con una plebeya, con una mujer a la que se puede presentar como la descendiente de unos mineros de Durham y la hija de una antigua azafata. Y que se van a casar por amor. Para otros, ni lo uno ni lo otro son nuevos, al menos en Inglaterra: así era a menudo hasta que hace cuatro siglos, cuando Jacobo VI de Escocia se convirtió también en Jacobo I de Inglaterra, se impusieron los matrimonios dinásticos con las casas reales del continente, y en especial con príncipes y princesas alemanes. Lo que de verdad es nuevo en esta pareja no es el amor ni el linaje, sino la libertad de costumbres. Llevan ocho años prácticamente viviendo juntos. Es decir, a nadie le preocupa ya si ella llega o no virgen a la noche de bodas. Y eso, entre otras cosas, fue lo que impidió que Carlos se casara con el verdadero amor de su vida, Camila. Su catastrófico matrimonio con Diana y la evolución de la moral colectiva en Reino Unido explican la diferencia entre 1981 y 2011.
"La diferencia entre esta boda y aquella es que en esta pareja se conocen el uno al otro mucho mejor. Tienen casi 30 años, los dos han estado en la universidad al mismo tiempo, han tenido la oportunidad de conocerse sin ninguna presión exterior y han dispuesto de mucha más libertad para elegir que muchas de las anteriores generaciones de la familia", opina el historiador Hugo Vickers.
¿Es eso fruto de lo que ocurrió entre Carlos y Diana o se debe a que ha cambiado la sociedad? "Supongo que se debe un poco a ambas cosas. En los días que vivimos hoy en Inglaterra, la idea de un matrimonio dinástico no atrae a una porción demasiado grande de la opinión pública, y lo que la gente quiere en general es que el príncipe tenga la libertad de elegir, como está claro que ha tenido en esta ocasión. Y han tenido todo el tiempo del mundo para pensar en qué se metían. Y eso está bien. En este caso no tengo ninguna duda de que los dos encajan, mientras que en la otra boda había muchas dudas, como algunos sabíamos en aquellos momentos. Ya sabe, la presencia de otra mujer, etcétera, etcétera", añade Vickers.
"La diferencia respecto de la boda de Carlos y Diana es que Carlos era -y sigue siendo- el heredero al trono y tenía que casarse", explica una fuente que en su día vivió muy de cerca aquella boda y que prefiere mantener el anonimato. "Tenía una gran presión para casarse. Y debía encontrar una esposa que le diera un hijo o dos. Desde el punto de vista de la monarquía, tenía que casarse. Y encontraron para él a Diana Spencer, que era posh y más o menos aristocrática, bien conectada, hija del conde Spencer. Era todo muy conveniente, todo muy adecuado, todo como tenía que ser. Entonces estaba cristalinamente claro para todos, para todos los que sabían qué pasaba, que se trataba de un matrimonio de conveniencia. Que no se trataba de dos personas que se han conocido y se han enamorado y todo eso. Era un matrimonio arreglado", explica gráficamente esta fuente.
"Y eso quedó muy claro en aquella grotesca y embarazosa entrevista a Carlos y Diana juntos en la que les preguntan si están enamorados y él responde que eso depende de lo que se entienda por amor. Una respuesta horrorosa, una manera de decir 'no'. Todo eso es como fue entonces. Ahora, Guillermo y Kate Middleton han estado prácticamente viviendo juntos desde hace siete u ocho años. Está claro que se gustan el uno al otro. Nunca he estado con ellos, pero no tengo ninguna duda de que se van a casar porque están enamorados. Y ella no es pija, no es una aristócrata: es una chica perfectamente normal de clase media-alta que ha ido a la universidad, que vive en una bonita casa en los Home Counties, y todo eso. Además, Guillermo no es el heredero al trono. Será heredero, pero ahora es el heredero del heredero. No existe la presión de cumplir porque no va a ser él el rey: si la reina muere, el príncipe Carlos será el rey. Aunque, obviamente, el trabajo de ella, como el de Diana, es parir hijos. Eso, en el sistema monárquico primogénito, es su trabajo. Pero es una situación diferente", añade.
"Guillermo y Kate dan una perfecta imagen de pareja joven y enamorada, mientras que el príncipe Carlos era claramente una persona profundamente ansiosa. Carlos siempre parece estar angustiado, mientras que Guillermo ha sido siempre un chaval sólido", insiste esta discreta fuente. "Además, la actitud general es que tendremos un día de fiesta y probablemente lo pasaremos viendo la tele. Y si pedimos tres días más de fiesta, tendremos dos semanas de fiesta", bromea, aludiendo a la cercanía entre la boda y Semana Santa.
El caótico matrimonio de Carlos y Diana, pero sobre todo la trágica muerte de la princesa de Gales en París en el verano de 1997, cuando el coche en el que huía de un grupo de fotógrafos se estampó contra un pilar en el puente del Alma, han marcado profundamente a Guillermo. La privacidad se ha convertido en una obsesión para él y quiere evitar a toda costa que a Kate la acosen los medios como acosaron a su madre. Cuando estudiaba en la Universidad de Saint Andrews, en Escocia, solía poner a prueba a los compañeros con los que congeniaba: les daba pistas sobre pequeñas noticias que en realidad eran falsas, y si el chisme acababa en los medios, les evitaba, porque nunca podría tener confianza en ellos.
Pero la prensa no está persiguiendo a Kate Middleton como hizo con lady Diana Spencer. En parte porque Guillermo y Kate viven en un lugar secreto en Anglesey, una zona remota del norte de Gales, cerca de la base de la RAF en la que trabaja él, destinado en el servicio de helicópteros de rescate. En parte porque la casa real dispone de una legión de abogados que controlan con lupa lo que se va a publicar. Y en parte también porque la prensa ha aprendido la lección.
"Es verdad que los abogados son muy activos para controlar las cosas o intentando controlarlas", explica Jonathan Smith, un periodista británico. "El otro factor es que, después de lo que pasó con Diana en París con los paparazzi, los medios, y especialmente la prensa popular, tienen muy presente que al público no le gusta que persigan a estas chicas que no son de la familia real. Bueno, que sí son de la familia, pero son gente normal", añade Smith. "Y aparte de al Daily Mail, a los demás nos gusta Kate, la futura princesa. Es una buena chica, es muy guapa, es una chica bastante normal que viene de una familia normal, y la tratamos con mucho cuidado. Especialmente la prensa diaria. Los dominicales tienen otra agenda: son más brutos. Pero en la prensa diaria se ha impuesto el sentido de que tenemos que actuar con mucho cuidado. Hemos aprendido de los errores del pasado", reconoce Jonathan Smith.
¿Kate una chica normal? La idea parece haber calado. Como ha calado la creencia de que el hecho de que un miembro de la familia real se case con una plebeya, y de que se case por amor, es la gran novedad de esta boda. Pero el historiador David Starkey no está de acuerdo con esa visión. Primero, porque considera que aunque los orígenes de Catalina Middleton son mundanos, el hecho de que sus padres hayan ganado muchísimo dinero le ha permitido acceder a una educación elitista y a un nivel de confort material que en tiempos medievales le hubiera dado de inmediato el estatuto de clase alta.
Pero, sobre todo, Starkey discrepa del hecho de que un matrimonio por amor, y no por conveniencia, entre un futuro rey y una mujer de linaje inferior sea algo nuevo en la monarquía británica. O más precisamente en la inglesa. "Hay tendencia a creer que la diferencia entre la boda de Guillermo y Kate y los matrimonios reales anteriores es que los reyes y reinas de Inglaterra siempre se han casado con gente de la realeza. Y que, por tanto, se trata siempre de matrimonios arreglados, matrimonios de conveniencia. Eso es simplemente un error. A finales de la Edad Media, en tiempos de los Tudor, muchos matrimonios reales eran con gente de rango inferior, eran matrimonios por amor", explica.
En la próxima edición de su libro Crown and country, Starkey ha añadido una introducción sobre el próximo enlace del príncipe Guillermo en la que aborda en detalle ese malentendido y cita varios ejemplos de matrimonios de la realeza por amor. Quizá el caso más destacado es el de Enrique VIII, que en su turbulenta vida marital actuaba más movido por la lujuria y el amor que por la razón de Estado.
Todo eso cambió cuando Isabel I murió sin descendencia y su primo Jacobo VI de Escocia asumió en 1603 el trono inglés como Jacobo I. Los Tudor dieron así paso a los Estuardo, con sus reglas franco-escocesas. Y un siglo después llegó la dinastía de la Casa de Hannover, con sus reglas germánicas. La diferencia entre la tradición inglesa y la continental es que esta última obligaba a la realeza a casarse con iguales. Es decir, con otros miembros de la realeza. En la práctica, eso dio paso a la introducción de los matrimonios dinásticos, sobre todo con la realeza alemana. "Es como lo que ocurre ahora con los punjabíes en el East End de Londres: solo se casan entre ellos. Esos matrimonios, por supuesto, nunca eran por amor y llevaban además a una estructura paralela de matrimonio y amantes. Aunque hay matrimonios que funcionaron muy bien, como el de Victoria y Alberto", explica Starkey.
Todo cambió en 1917. La I Guerra Mundial y la guerra entre Inglaterra y Alemania impulsaron a Jorge V a cambiar las reglas. Cambió el nombre germánico de la dinastía del momento, Saxo-Coburgo-Gotha, por el muy inglés Windsor. Pero no solo eso: autorizó por ley el matrimonio de la realeza con gentes de fuera de la realeza, para permitir que se pudieran casar con ingleses y con inglesas. El objetivo final era convertir a la familia real en el ejemplo perfecto de familia británica, con matrimonios por amor y ejemplos de virtud, en lugar de matrimonios por conveniencia y amantes por doquier para llenar la carencia de pasión marital.
La boda en 1923 del duque de York con Isabel Bowes-Lyon fue el primer matrimonio con las nuevas reglas. La boda ya no fue el tradicional acto privado en la capilla real del palacio de Saint James, sino una celebración populista en la abadía de Westminster y en las calles de Londres.
"La nueva tradición dice que te tienes que casar con quien te guste, pero el matrimonio tiene que ser virtuoso, ese matrimonio por amor tiene que ser un ejemplo moral", explica Starkey. "Ahí se inventa la idea de que no te puedes casar con una persona divorciada: es una completa ficción, un rearme moral, una completa invención de los años 1920, pero muy poderosa". Y la primera víctima es Eduardo VIII, que en 1937 abdica, tras haber estado menos de un año en el trono, para poder así casarse con la mujer que ama: la norteamericana Wallis Simpson. Hubiera sido un matrimonio por amor, sí, pero no virtuoso: ella se había divorciado antes dos veces.
Todo esto es relevante porque sitúa en su contexto tanto esta boda como las tribulaciones vividas por los Windsor en los años noventa con la crisis provocada por la ruptura entre el príncipe Carlos y la princesa Diana. Carlos es de hecho otra víctima de las reglas impuestas en 1917 por Jorge V: el amor de su vida era Camila, pero ella ya no era virgen y él acabó casándose con Diana. En realidad, era otra forma de romper la regla porque no fue un matrimonio por amor, sino por conveniencia.
"Lo extraordinario es que todo eso ha saltado por los aires en los últimos 10 años: hemos decidido que ya no es necesario llegar virgen al matrimonio. Hemos decidido que queremos matrimonios diferentes", se congratula David Starkey. "Y lo extraordinario de la pareja entre Guillermo y Kate es que da la apariencia de ser entre iguales, mientras que Diana, cuando se casó con Carlos, era una pequeña cosita atemorizada y sin ninguna educación que creía que estaba viviendo un cuento de hadas al casarse con un príncipe. En cambio, Kate ha tenido la misma educación que el príncipe Guillermo, y cuando los ves a los dos en público ella parece mucho más segura de sí misma que él. Esa es la verdadera revolución de esta boda", concluye.
La boda de Kate y Guillermo ha provocado una expectación internacional enorme. Pero el ambiente es llamativamente tibio en Reino Unido. No es que haya indiferencia, pero no ha despertado entre los británicos el entusiasmo que había en 1981 en torno a Carlos y Diana. "Hasta cierto punto, comparto esa opinión", admite el historiador Hugo Vickers. "En Estados Unidos, la NBC va a enviar a 250 personas a cubrir la boda; la ABC, a unas 150; la televisión canadiense, a otras 60. Hay un interés enorme. En Inglaterra, de momento, no tanto. Creo que los británicos somos un poco así, más cautos, y no nos hemos dejado llevar tanto por la emoción. Esa cautela forma parte también del deseo de no meter a esta pareja la presión que tuvo la otra. Pero estoy seguro de que de aquí a la boda se intensificará el interés de la gente".
El día de la boda, el viernes 29 de abril, ha sido declarado festivo. El lunes siguiente es también festivo; se celebra el Primero de Mayo, que cae en domingo. Y la semana anterior es la Semana Santa: festivo desde el viernes 22 hasta el lunes 25. Muchos británicos piensan pedir días libres en las tres únicas fechas laborables que hay entre el viernes 22 de abril y el lunes 2 de mayo, con lo que obtendrían 11 días consecutivos de vacaciones. Un motivo para dar la bienvenida a la boda. Pero también una ocasión para huir del barullo que habrá ese día en la capital británica.
¿Significa esa relativa frialdad un distanciamiento respecto de la monarquía o más bien hay que admirar que, a pesar de los problemas vividos antes y después de la muerte de Diana, la monarquía sigue teniendo un apoyo notable y el apetito republicano, aunque significativo, es muy minoritario? "¿Cómo sabemos que la monarquía tiene un apoyo notable?", se pregunta Peter Mandler, profesor de historia cultural moderna en el Gonville and Caius College de Cambridge. "La monarquía funciona mejor en este país cuando ofrece oportunidades de celebración nacional desprovistas de polémica. Cuando intenta ir más allá, suele entrar en territorio problemático. En general, la actual reina lo ha hecho muy bien dirigiendo a la monarquía a los lugares en que está más a salvo. No creo que el nivel de interés en esta boda real nos diga mucho más acerca del carácter nacional o incluso sobre la identidad nacional que el hecho de que cada dos años las banderas de San Jorge salgan a la calle en apoyo de Inglaterra cuando se juega la Eurocopa o el Mundial de fútbol. Aunque siempre los periodistas lo convierten en un gran asunto, igual que están haciendo con esta boda", ironiza Mandler.
El anuncio de la boda de Kate y Guillermo, en otoño pasado, provocó una curiosa controversia con el obispo anglicano Peter Broadbent, un republicano declarado que publicó en Facebook una encendida diatriba contra la pareja y contra la monarquía. "Los Windsor y sus predecesores no tienen un gran historial de matrimonios duraderos. Pero su boda es cosa de ellos. No les conozco y no voy a celebrarlo con ellos. Lo único que deseo es no tener que pagar por la boda", dijo. Normal, siendo republicano.
Pero añadió algunas cosas más picantes en su intercambio de opiniones con algunos internautas. "Tendríamos que hacer una gran fiesta en Calais para todos los buenos republicanos que no pueden soportar toda la repugnante majadería que rodea ese acontecimiento", añadió. "Conseguí evitar el último desastre en cámara lenta de Orejas Grandes y Muñeca de Porcelana, y espero evitarlo esta vez también", escribió en alusión al príncipe Carlos y Diana. Y en otro momento calificó de "corrupto y sexista" al principio hereditario, y pronosticó que el matrimonio entre Guillermo y Kate no durará más de siete años. El obispo Broadbent se disculpó luego por sus comentarios y decidió retirarse del ministerio durante varias semanas.
"La boda no es algo doloroso para nosotros", sostiene Graham Smith, portavoz de Republic, el principal grupo republicano del país. "La vemos como un ejercicio de relaciones públicas de la institución monárquica. Por supuesto, tenemos objeciones a la escala en que se están haciendo las cosas: es demasiado caro. No debería costar nada a los contribuyentes, pero además le va a costar a la economía miles de millones de libras", dice, en aparente alusión a los días festivos que la rodean. "En cierto sentido eso es bueno para nosotros porque estamos consiguiendo una gran respuesta de la gente, pero sigue siendo algo inapropiado", añade.
"El movimiento republicano es muy fuerte", asegura. "Tiene el apoyo de un 20% de gente que quisiera deshacerse de la monarquía, según todas las encuestas de los últimos 10 años. Y eso en un ambiente en el que es muy difícil que sea un asunto que se pueda discutir de forma equilibrada. Es una minoría bastante sustancial. Es un gran reto porque nos enfrentamos a una enorme máquina de relaciones públicas en una batalla desigual entre el palacio y nosotros", concluye. Una batalla que los republicanos creyeron que podían ganar de la mano de Diana, pero que se ha puesto mucho más difícil en los últimos años. La pompa y la tradición aún enganchan a los británicos.
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