Impunidad
Ni dérapage sobre el terreno, ni historias. Pero aun deplorando la gravísima pérdida de vidas humanas en el asalto israelí a la flotilla turca que se dirigía a Gaza, la cuestión de fondo no cambia. Aunque el asalto se hubiera realizado como un minué versallesco y el pasaje no hubiese sufrido más inconveniencia que la de haber viajado en balde, la operación constituiría una nueva transgresión del Derecho Internacional; la autoatribución del Estado sionista del derecho a actuar contra quien quiera, donde quiera, con cualesquiera consecuencias, por tierra, mar y aire. Israel obra, como decía Edward Said, en la impunidad más absoluta. El Gobierno de Benjamín Netanyahu nunca defrauda al antisemitismo universal.
El Estado sionista se cree con derecho a actuar contra quien quiera, por tierra, mar y aire
Las consecuencias políticas del atropello en alta mar son muy negativas para un país cuya imagen se deteriora a ojos vista; pero ninguna de ellas, aunque no fueran las oficialmente deseadas en cada momento, contradice la política a largo plazo del Estado.
La actuación de un Ejército, cuyo lema es la pureza de las armas, torpedea las conversaciones de proximidad -próximas, pero no cara a cara- entre palestinos e israelíes con intermediación norteamericana. Podrá decirse que sus probabilidades de éxito se expresaban en partículas de protón, pero las partes participaban en la charada esperando que fuese el otro quien rompiera la baraja. Y no causaría por ello disgusto a Netanyahu que los palestinos paralizaran los contactos.
Desploma las relaciones de Israel con Turquía, puesto que tres de los seis buques eran turcos y la expedición tenía el beneplácito de facto del Gobierno de Ankara. Las relaciones entre ambos países ya no serán nunca más lo que fueron porque llueve sobre mojado. El cambio fundamental se produce por la reorientación de la política exterior del antiguo aliado de Israel hacia el mundo árabe, en particular con Siria e Irak, y la mediación para evitar que Irán sufra nuevas sanciones internacionales.
La agresión israelí, en la que murieron varios pasajeros turcos, es por ello combustible para un incendio declarado. Turquía había cimentado una estrecha alianza con Israel a partir de su mutuo renacimiento en el siglo XX, la primera como república sucesora del Imperio Otomano y la segunda como Estado sionista, en medio de un mar árabe hostil, cuando no enemigo de ambos países. Pero también en este caso el sentimiento político israelí puede aprobar que Turquía haya pagado por su traición.
La UE, aparte de tajantes condenas verbales, alguna vez podría mostrar prácticamente su disgusto por el ataque a un convoy en el que viajaban parlamentarios y personalidades europeas. El propósito de la flotilla era sin duda propagandístico y propalestino, pero de una total inocencia humanitaria para provecho de millón y medio de habitantes de la franja. Si es cierto, como Israel asegura, que gracias al corredor terrestre por el que permite que discurra un hilo de suministros Gaza no pasa sed, ni hambre -solo de justicia- ¿qué inconveniente podría haber para que le echaran una mano desde el exterior? Naturalmente, esa es una pregunta retórica porque el Estado sionista lo que quiere es castigar a Hamás por lo que dice que le haría a Israel, aunque difícilmente por lo que hace, que es nada. Pero la salvajada sirve para reiterarle a Europa que su papel es y será insignificante en todo lo que se negocie en Oriente Próximo.
Y también es teóricamente fatal para las relaciones con Estados Unidos porque, además de abortar el viaje que el primer ministro israelí tenía que realizar ayer a la Casa Blanca, marca una nueva demora en los planes para desencadenar la paz que, tenazmente, mantiene el presidente Obama. Pero la intransigencia marítima de Israel equivalía a decirle a Washington que no le impresionaba la severidad de sus recriminaciones; y que no perdiera el tiempo pidiendo lo que no se le iba a conceder.
El gran periodista israelí Gideon Levy escribió el 18 de marzo en el diario Haaretz lo que podría ser una explicación ad hoc, muy terrenal, que son las que valen, de por qué lo que perjudica a Israel no necesariamente contradice los designios últimos de su Gobierno. "Israel no busca seriamente la paz porque la vida del ciudadano es lo bastante buena incluso sin ella; y la ocupación no pone en peligro su futuro". Mientras el coste de mantener la ocupación de los territorios palestinos no sea mayor que el beneficio que, pretendidamente, se derive de retenerlos, no hay ningún motivo para pensar que la paz esté a la vista.
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