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ARTE

La gloria de Tiziano

Hasta el próximo 7 de septiembre, se puede visitar, en el Museo del Prado, la exposición Tiziano, que, con los 65 cuadros reunidos, es una de las mejores antológicas jamás realizadas sobre este extraordinario pintor, nacido probablemente hacia 1485 y muerto en 1576, siendo ya nonagenario. En realidad, en cuanto a número y calidad, esta muestra sólo ha sido superada por la que se realizó en Venecia en 1935, y "dobla" en importancia a la que se acaba de clausurar en Londres, que cito por ser la referencia más próxima. Por lo demás, no se puede obviar el hecho de que sea ésta la primera antológica dedicada al pintor veneciano en nuestro país, donde ejerció la influencia más decisiva para orientar lo que fue la Escuela Española y donde, a partir de la pasión con que admiraron su obra Carlos V y Felipe II, hay un patrimonio de Tiziano incomparable, llevándose al respecto la mejor parte el propio Museo del Prado. Pero, al margen de las razones que avalan la oportunidad y el interés de la iniciativa, hay que destacar, de entrada, la excelencia de la exposición en sí, lo que supone felicitar al comisario, Miguel Falomir, jefe del Departamento de Pintura Italiana del Renacimiento del Prado, y a los responsables actuales de la institución, que han demostrado una competencia y un esfuerzo asombrosos. No es para menos, porque se han logrado traer para la ocasión 30 obras de los mejores museos de todo el mundo, una verdadera hazaña si se tiene en cuenta la importancia de Tiziano, que es, sin duda, uno de los mejores pintores de la historia del arte occidental.

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Los secretos de los cuadros de Tiziano

Dividida en cinco apartados, que responden a los títulos de Orígenes (hasta 1516), Apeles revivido (1516-1533), De Bolonia a Ausgburgo (1533-1551), El desnudo tumbado y las 'poesías' y El último Tiziano (1554-1576), la exposición está ubicada en la galería central del Prado, cuya soberbia y monumental bóveda y cuya luz natural ofrecen el mejor marco posible para la contemplación de Tiziano, el cual se nos muestra, a tenor de esta rutilante escenografía, como una revelación, incluida las obras maestras que de él atesora el museo que jamás han relumbrado con el esplendor actual. La estrategia ordenada en el recorrido de establecer paralelismos entre obras afines por uno u otro motivo realza asimismo el interés de la exposición, en algunos de cuyos tramos se disponen ejes transversales que asoman al visitante a Rubens o a Velázquez, redondeando con ello el efecto soberbio del conjunto, además naturalmente de permitir ahondar en la extraordinaria influencia que este genial maestro tuvo en el desarrollo de la pintura moderna y, como antes se apuntó, en la orientación de la Escuela Española.

Discípulo de Giovanni Bellini y del Giorgione, Tiziano Vecellio no sólo llevó la pintura veneciana a su punto histórico culminante, sino que, habiendo alcanzado una tan alta edad, se convirtió en la llave histórica decisiva de la transformación del arte moderno, atando en su haz lo mejor de tres siglos o, si se quiere, de tres estilos, el renacimiento, el manierismo y el barroco, pues este último sería incomprensible sin su aportación. Ciertamente nadie discute la inventiva, la calidad técnica, el incomparable colorido, el poderoso ritmo narrativo y la majestuosa sensualidad de Tiziano, pero todos estos dones son tanto más asombrosos porque van acompañados de una penetración psicológica, un sentido dramático y una hondura sentimental y filosófica insólitos. El visitante se percata de todo ello y a través de un crescendo, que llega a la apoteosis en el último Tiziano, que es, a la vez, el más profundo y el más arrebatador, pero porque el valor de cuyo adiós a la vida es tanto más estremecedor tras haberle acompañado en su amoroso disfrute de unos placeres que supo apreciar visualmente como nadie y sin que jamás esa sensualidad luminosa le nublara ni la inteligencia, ni, aún menos, la conciencia.

Entre los treinta y muchos cuadros de Tiziano que se conservan en el Museo del Prado, hay algunas de sus mejores obras maestras, que ahora nos son presentadas con su mejor lustre, bien por su esmerada ubicación en la exposición, bien por haber sido limpiadas, como, por ejemplo, esa Santa Margarita, cuya elevada lontananza del fondo ahora descubrimos por primera vez como el fantástico trozo pictórico que es. Pero no cabe duda que la aportación suprema en la presente coyuntura es la presencia de esas 30 obras venidas de fuera, entre las que nos encontramos con una lista copiosa de sorpresas, como la ingenua y seductora Virgen con niño (La Gitanilla), del Kunsthistorisches de Viena; el Noli me tangere, de la Nacional Gallery de Londres; La Schiavona, de este mismo museo; la escalofriante dulzura de la Salomé, de la Galería Doria Pamphili, de Roma; El Bravo, del Kunsthistorisches vienés; El festín de los dioses, presumiblemente a medias entre Giovanni Bellini y Tiziano, de la National Gallery de Washington; el Pietro Aretino, del Palazzo Pitti de Florencia; la estupefaciente Venus de Urbino, de los Uffizi de Florencia; la Venus vendando a Cupido, de la Galería Borghese de Roma; Tarquinio y Lucrecia, del Fitzwilliam Museum de Cambridge; El martirio de Marsias, del Palacio Arzobispal de Kromeriz...

¿Hace falta continuar con la

relación? ¿Hay que insistir acaso sobre el emocionante rendimiento que proporciona contemplar estas obras junto a las no menos maravillosas del Museo del Prado? No creo que haya que insistir sobre algo de tan clamorosa evidencia, salvo recalcar que nos hallamos ante una de las mejores antológicas de uno de los más grandes artistas que jamás haya existido. Todo acompaña aquí, selección, ubicación, montaje, efecto, para convertir esta iniciativa en uno de los acontecimientos artísticos más relevantes del año y, sin duda, una de las exposiciones más importantes jamás realizadas en el Museo del Prado.

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