China y EE UU forjan una alianza contra el terrorismo islámico
Los intereses económicos marcan la relación entre los dos gigantes
La visita de George W. Bush a China coincide con el 30º aniversario del Comunicado de Shanghai, un texto de 16 párrafos que, además de constatar las diferencias mutuas y rozar ocasionalmente el cinismo ('China nunca será una superpotencia'), se restablecían las relaciones entre Washington y Pekín, rotas desde 1949. Tres décadas después, ocurre algo que ni Richard Nixon ni Zhou Enlai podían imaginar en 1972, cuando el enemigo común era entonces la Unión Soviética: la hiperpotencia y la potencia emergente del siglo XXI han forjado una alianza táctica contra el terrorismo islámico.
En nombre de esa alianza, y de los intereses económicos mutuos, los dos gigantes del Pacífico están dispuestos a perdonarse todo lo demás. Jiang Zemin no ha mencionado siquiera el incidente del avión espía del año pasado, o el avión con micrófonos que le enviaron hace unos meses. Bush ha preferido no insistir en la evidencia de que sin el armamento y la tecnología chinas el supuesto eje del mal (Irak, Irán y Corea del Norte) no sería amenaza para nadie.
Uno de los beneficiarios del deshielo de 1972 fue precisamente el joven George W. Bush, que en 1975, con 29 años, recién salido de la Harvard Business School y aún sin profesión conocida, pasó seis semanas en el Imperio Celeste. Su padre, George Bush, era el primer enviado diplomático estadounidense en Pekín, y George Walker aprovechó la circunstancia para realizar su único viaje al extranjero (exceptuando México) hasta su elección como presidente. Esas vacaciones juveniles ayudan a explicar la facilidad con que Bush ha cedido en la cuestión esencial de las exportaciones militares chinas.
Bush no hizo gran cosa en el verano pequinés de 1975, salvo organizar una fiesta con cerveza estadounidense el 4 de julio y perseguir infructuosamente a varias chicas. El diario privado de su padre refleja en varias anotaciones de aquellos días una cierta desesperación por la frivolidad de George Walker. Sin embargo, el futuro 43º presidente se quedó para siempre con una idea de su padre: no había que presionar nunca a China; bastaba con procurar que su sistema económico se liberalizara y las libertades políticas y la fiabilidad diplomática llegarían con el tiempo. Esa idea, recordada por George W. Bush en su autobiografía, es el único rasgo en el que la diplomacia del presidente 43º recuerda al pragmatismo de su padre, el presidente 41º; el resto es ideología, calcada de Ronald Reagan.
Bill Clinton, un gran pragmático, decidió que valía la pena supeditar todas las diferencias con Pekín a los objetivos comerciales. Durante su mandato, China sustituyó a Japón como país con más superávit comercial con EE UU (el año pasado exportó por valor de 102.200 millones de dólares -118.000 euros- y sólo importó por valor de 19.200 millones) y recibió gigantescas inversiones estadounidenses. Bush, también pragmático en lo tocante al Imperio Celeste, considera que el reciente ingreso de China en la Organización Mundial de Comercio ayudará a reducir poco a poco el monstruoso desequilibrio comercial. 'Al margen del interés económico, lo que une ahora a EE UU y China es el antiterrorismo', explica Richard Gundie, director del Centro para Estudios de Extremo Oriente de la UCLA. 'China tiene problemas con el extremismo islámico en la provincia de Xiang Jiang, y le conviene apoyar la actual campaña de Bush. Se habla incluso', indica Gundie, 'de que el espionaje estadounidense abrirá pronto una oficina en Pekín para centralizar sus operaciones asiáticas, con la aprobación de las autoridades'.
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