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LA GUERRA DEL SIGLO XXI

Los obispos de EE UU apoyan la decisión de Bush de atacar

El Papa defiende el diálogo por encima de la respuesta armada

Juan Pablo II no se refería a ninguna situación concreta, pero los titulares de la prensa internacional dejaron boquiabierta a la cúpula católica estadounidense, la más afectada por los atentados atroces del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, y también la más influyente en el contexto católico.

A partir de ese momento, la diplomacia vaticana se vio obligada a intentar algo así como la cuadratura del círculo: ponerse en sintonía con los obispos norteamericanos sin alejarse totalmente de la posición del papa Juan Pablo II, infatigable defensor de la paz y el diálogo.

'Nuestra nación, en colaboración con las demás, tiene el derecho moral y la obligación sacrosanta de defender el bien común contra los ataques terroristas', decía la carta firmada por la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.

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El texto precisaba, no obstante, que 'cualquier acción militar debe respetar los sanos principios morales', que, en palabras del presidente de la misma, el obispo tejano Joseph Fiorenza, suponen que la 'respuesta debe tener cuidado de proteger a la población civil inocente'.En la misma línea se expresaba poco después el portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, en una entrevista a la agencia Reuters que causó estupor.

El suyo fue un largo y medido comentario del que se desprendía, sin embargo, un concepto esencial: la disposición de la Santa Sede a dar una cobertura moral a un eventual ataque de Estados Unidos contra Afganistán.

El escándalo provocado por estas declaraciones obligó a Navarro Valls a intervenir de nuevo en dos ocasiones durante la segunda parte del viaje papal, en la República de Armenia, para explicar lo dicho y añadir interminables matizaciones. El portavoz insistió en que se limitó a presentar 'los elementos éticos que están a disposición de quienes deciden '.

'Pérdidas humanas'

'No era una invitación a hacer lo que quieran. En esos principios éticos hay varios elementos, y, sobre todo, el de la proporcionalidad y el de las pérdidas humanas'. El portavoz insistió: 'Lo que quería era resaltar el principio de prevención activa contra una amenaza ya manifestada con horror hace dos semanas y que podría repetirse'.

Uno de los más directos colaboradores de Juan Pablo II declaró a los periodistas, a bordo del avión papal, que 'la posición del Papa sobre el tema es la que reflejan sus palabras en el ángelus del domingo '. Ese día, ante 40.000 personas, Wojtyla abogó por la paz y pidió a musulmanes y cristianos que trabajen y se esfuercen por mantenerla. Nada permite pensar que las divergencias entre el Papa y la diplomacia vaticana hayan quedado definitivamente superadas. Todo lo contrario. El viaje de Juan Pablo II a Kazajistán y Armenia, recientemente concluido, se ha convertido en una extraña proeza entre el Pontífice, firmemente instalado en su papel de paladín de la paz y el diálogo, y el Vaticano, que comparte básicamente la posición de los obispos estadounidenses.

Con 81 años cumplidos, 23 de ellos al frente de la Iglesia católica, y una salud muy precaria, que no le impide seguir viajando por el mundo, Karol Wojtyla es una figura mediática sumamente potente que no se deja impresionar fácilmente por consideraciones de estrategia diplomática. Contra viento y marea, el Pontífice mantuvo su voz en contra -y prácticamente en solitario- de los bombardeos a Serbia, y sólo muy al final del conflicto, sus asesores lograron convencerle de la justeza de aplicar el principio de 'injerencia humanitaria'.

El secretario de Estado vaticano, cardenal Angelo Sodano, y todas las brillantes cabezas de la curia tienen ante sí una difícil tarea: la de convencer al Pontífice de que la situación actual no admite divergencias, ni siquiera en una institución milenaria que ha sobrevivido hasta hoy gracias a su admirable manejo de la ambigüedad diplomática.

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