En el nombre del amigo
En su llegada, Liliam Calmejane homenajea a Romain Guyot su compañero fallecido
Se diría que no piensan. Que a veces no saben si han llegado primero o cuartos a pesar del pinganillo. Que bastante tienen con sufrir en las subidas y en aguantar los nervios sin poder morderse las uñas porque el manillar es como un trozo de mantequilla fuera del frigorífico. Se diría que no piensan, que solo actúan, que llegar ya es bastante y llegar el primero algo parecido a acariciar una nube. Se diría y se piensa todo eso, viéndoles resoplar, sudar, echarse el agua por la cara como náufragos del desierto. Pero piensan, siente y padecen.
Liliam Calmejane miró hacia atrás cuando enfilaba la línea de meta y un recuerdo se agolpó en su mente. Se llamaba Romain Guyot y era su compañero en el equipo filial del Direct (su actual equipo profesional), también dirigido por Bernaudeau. Era su compañero de fatigas —nunca mejor dicho— y debía pasar a profesionales el próximo curso. Era un muchacho, de los tantos franceses que sueñan con ser ciclistas y no solo eso, sino con ser el ciclista que redima a Francia, donde abundan los equipos y escasean las figuras. A Guyot se lo llevó por delante un camión durante un entrenamiento. Su sueño se rompió con un silencio definitivo. Murió.
Calmejane no tenía nada preparado. Nadie cree a su edad en ganar una etapa en la Vuelta (o en el Tour o en el Giro), pero en esos metros finales, cuando vio que detrás solo venían coches, motos y no ciclistas, se arregló el maillot, se puso tieso sobre la bici y levantó los pulgares al cielo para dibujar después un corazón. Era para Guyot, para su amigo, para quien debía estar con él el próximo año y se lo llevó un accidente de tráfico. No estaba preparado. Estaba en su cabeza. Fue su homenaje. Su dolor.
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