Rafa Nadal: dopaje de guiñoles
La razón principal por la que Nadal no miente cuando dice que no se dopa es que si lo hiciera su mamá lo mata
Una exministra del Gobierno español y unas fuentes que tengo entre los viejos guiñoles españoles me han filtrado unas informaciones que darán la vuelta al mundo. Ajústense los cinturones.
Resulta que el único francés que ha ganado el Roland Garros en los últimos 70 años, período en el que tenistas españoles lo han ganado 17 veces, estaba dopado hasta las cejas. Sí, el aparentemente simpático, modélico, ejemplar Yannick Noah, campeón en 1983, consumió sustancias ilegales antes de vencer en tres sets (lo que parecía inexplicable en su momento) al vigente campeón sueco Mats Wilander.
Pero hay más. Mucho más. La totalidad de la selección francesa que ganó la Copa del Mundo de fútbol 3 a 0 en París en 1998 también estaba dopada. Reconozco que mis fuentes, cuyos nombres no puedo revelar, son todos fanáticos del Barça, pero no tengo motivos para dudar que el jugador que marcó dos goles en aquella final contra Brasil, Zinédine Zidane, se había tragado más que suficientes pastillas para haber ganado no solo el Mundial sino la famosa carrera de caballos, le Prix de l’Arc de Triomphe.
En cuanto al francoparlante Roger Federer, bueno...El hecho de que soy británico y que solo un jugador de mi país haya ganado Wimbledon en 80 años no tiene nada, nada que ver (envidia: cero, lo juro) con mi decisión de revelar por fin que las siete victorias del suizo en Wimbledon desde 2003 no son atribuibles a su supuestamente enorme talento natural. En cada caso, según mis muy serias fuentes guiñolescas, se inyectó sustancias químicas, provenientes de la industria farmacéutica en su ciudad natal de Basilea (¡oh casualidad!), que le proporcionaron una ventaja escandalosamente antinatural frente a sus inocentes víctimas.
Podría seguir. Podría hablarles de Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. Cualquiera con un mínimo de inteligencia jamás se va a creer que estos dos aparentes superhombres han dominado el fútbol mundial de la manera que lo han hecho sin la ayuda de lo que podríamos cortésmente llamar pociones mágicas. Pero las pruebas de ello, también recibidas de fuentes impecables, las dejaré para otro día.
Hoy me remitiré a un caso para el que no tengo necesidad de ninguna fuente anónima, el de Rafa Nadal, con quien escribí un libro hace unos pocos años. Ahora, entiendo muy bien los motivos patrios de la exministra francesa, del susodicho Yannick Noah y de los ingeniosos guionistas de los guiñoles franceses para meter a Nadal en el bote de los dopados pero lamento mucho que les voy estropear la juerga. Han hecho el tonto.
Es imposible que Rafa Nadal hubiera tomado jamás sustancias ilegales para artificialmente mejorar su rendimiento en la pista.
Sé que es imposible porque no solo he hablado con él de las acusaciones en su contra sino que he participado en cenas con su familia y amigos en las que ha salido el tema. La manera airada, indignada y genuina con la que refuta las alegaciones entre su gente más cercana convencería al más escéptico de que dice la verdad.
Pero mi certeza de que es imposible que se haya dopado se fundamenta en una razón de más peso. Para Rafa Nadal, que aún vive con sus padres, no hay nada en el mundo más importante que su familia. Para la familia de Rafa Nadal no hay nada más importante que él represente a la famila con nobleza. Me lo dijo su madre, Ana María Parera. Si Rafael no fuera una buena persona no iría a verle jugar ni a Roland Garros, ni a Wimbledon ni a ningún lado. Le daría demasiada vergüenza.
El tribunal ante el cual Rafa Nadal presentará su demanda por difamación contra la ministra francesa, pobre infeliz, quizá no se lo tome en cuenta. Pero la razón principal por la que es incontrovertiblemente cierto que Nadal no miente cuando dice que no se dopa es que si lo hiciera su mamá lo mata.
(John Carlin es coautor de Rafa: mi historia, publicado por la editorial Urano)
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