Éxodo de civiles desde Bengasi
Los combates dejan 26 muertos y centenares de heridos.-Miles de bengasíes huyen hacia el norte.- Pánico atroz en la capital de los alzados contra Gadafi
El régimen de Muamar el Gadafi prometió el viernes el fin de las operaciones militares en Libia. Que se lo pregunten a los 700.000 vecinos de Bengasi, que la pasada madrugada creyeron que sus casas se hundían en varios barrios de la capital de la sublevación. Contaba un treintañero que la gente salió a las calles, que las mujeres lloraban, que algunos críos vomitaban... Pronto se produjo el éxodo. Miles de bengasíes se precipitaron a la carretera. Muchos sin destino fijo. No era lo más importante. En Al Marj, un centenar de kilómetros al norte, los lugareños ofrecían agua, zumos, alimentos y coches para los necesitados. No se salvaron las 26 personas que fallecieron bajo el plomo, ni los cientos de heridos. El dictador violó su palabra e ignoró la amenaza internacional que pende sobre su Ejército poco antes de que los aviones franceses lanzaran el primer ataque en un país que vive en permanente convulsión desde el 15 de febrero.
Poco antes de las siete de la tarde, un cazabombardero francés disparó por primera vez sobre Libia y destruyó cuatro tanques de las tropas de Gadafi al suroeste de Bengasi. Los 20 aviones de Francia, Reino Unido, Canadá y algún país más que sobrevuelan el país magrebí cubren un área de 100 kilómetros por 150 kilómetros de extensión alrededor de esta ciudad. La guerra de nervios -ingrediente tan imprescindible en toda guerra como la propaganda- alcanzó anoche cotas desconocidas hasta la fecha. Los pasos de los militares del coronel son calculados, porque podrían provocar un daño muchísimo mayor que el que ya han causado. Y la respuesta de la coalición internacional, tan lenta que ha sacado de quicio a los libios alzados, tampoco pareció desmesurada.
"Estamos cumpliendo el alto el fuego. Son los rebeldes quienes bombardean poblaciones civiles para incitar a la comunidad internacional a atacarnos. Os arrepentiréis si dais un paso adelante en la injerencia en nuestros asuntos internos", declaró el portavoz del Gobierno libio, Ibrahim Musa, mientras el fuego caía sobre Bengasi y Misrata. Naciones Unidas ya había dicho todo lo que tenía que decir. Ambas partes saben a qué juegan. El dictador no ha lanzado su aviación a bombardear a los alzados contra su régimen desde hace tres días. Los pilotos europeos harán todo lo posible por evitar bajas al enemigo si no es absolutamente necesario. De hecho, un portavoz del Consejo Militar de los insurgentes, que habló de 14 soldados maniatados y asesinados por negarse a pelear, no escondía su enojo por lo moderado del ataque francés. Sí osó despegar un aviador rebelde, cuyo caza fue abatido por sus propios compañeros de armas. Tal es la confusión y el caos que dominan entre sus filas.
Los uniformados a las órdenes del tirano entraron de buena mañana en Bengasi brevemente y, según varios testigos, se apostaron en la Universidad de Gar Yunis, en las afueras de la ciudad. Apenas hubo combates en la zona urbana, aunque resulta imposible comprobar los supuestos ataques ante el aluvión de mentiras -el régimen ha perdido el decoro- y rumores -la oposición los propaga para elevar el espíritu de sus combatientes- que llegan a los oídos de cualquiera. El ruido de disparos o de baterías antiaéreas es una constante en Bengasi y en cualquier pueblo donde grupos de hombres vigilan los cruces de carreteras. Los rebeldes armados celebran a tiros en cuanto escuchan algo en lo que quieren creer: ayer fue la caída de Sirte, un feudo de Gadafi. No sucedió. Era un deseo. Nada más.
Pero si hay algo indudable es que los bengasíes sintieron ayer un pánico atroz. La plaza Mahkama -sede del Consejo Nacional, el Gobierno de facto de los rebeldes- es un termómetro excelente para constatar el volátil estado de ánimo de los civiles. Habitualmente concurrida, cuando no abarrotada, todo el día presentó un aspecto desolador. Sonreían, sin embargo, los voluntariosos milicianos que montaron barricadas cada pocos cientos de metros en las avenidas de la ciudad. Desplegaban baterías antiaéreas, cañones antitanque. Algunos empuñaban solo cuchillos. El temor se veía en las caras de los fugados, que creen a Gadafi capaz de toda tropelía. El portavoz del Consejo Nacional, Abdelhafiz Ghoga, denunciaba anoche el asesinato deliberado de civiles. El propio dictador lo ha advertido varias veces: "no habrá piedad".
El éxodo de bengasíes se convirtió en avalancha en Al Marj, un centenar de kilómetros al norte de la cuna de la rebelión. Cientos de vehículos atestados de hombres, mujeres y niños buscaban refugio lejos de los proyectiles. Quienes no tenían lugar donde cobijarse tampoco debían preocuparse demasiado. Los lugareños se volcaron. Ofrecían bebida, alojamiento y vehículos para desplazarse. "Hemos vivido cuatro décadas con el terror metido en el cuerpo, y ahora experimentamos sensaciones nuevas. Nunca había visto este ejercicio de solidaridad en Libia", comentaba Fadlala Nesmari, de 57 años, al volante de un vehículo en el que se apiñaban 11 mujeres y niños.
El conductor prometía que volvería inmediatamente a Bengasi para luchar. Todos los hombres coincidían. "¿Dónde está la OTAN?", se preguntaban todos los que charlaban con los extranjeros pocas horas antes del ataque aéreo francés.
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