‘Ripley’: historia de una escalera

Es paradójico que la factoría del ‘true crime’ que se ha empeñado en ser Netflix ahora nos traiga una adaptación tan sobresaliente de una ficción criminal. Los peores crímenes ocurren en la cabeza de los mejores escritores

Andrew Scott, en una imagen de 'Ripley'.

Hace unos días el actor Andrew Scott se dirigió a los fans de Fleabag que aún no han superado el final de su segunda temporada, emitido en 2019. “Dejad de verla. Dejad de llorar en vuestra habitación con las cortinas echadas”, exageró Scott. “Haced algo mejor con vuestras vidas. Es una serie genial, todos la amamos, pero venga ya, recomponeos. Abrid las cortinas y salid a la calle”.

Es importante dónde lo dijo: en la alfombra roja del estreno de su última serie, ...

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Hace unos días el actor Andrew Scott se dirigió a los fans de Fleabag que aún no han superado el final de su segunda temporada, emitido en 2019. “Dejad de verla. Dejad de llorar en vuestra habitación con las cortinas echadas”, exageró Scott. “Haced algo mejor con vuestras vidas. Es una serie genial, todos la amamos, pero venga ya, recomponeos. Abrid las cortinas y salid a la calle”.

Es importante dónde lo dijo: en la alfombra roja del estreno de su última serie, Ripley, en Netflix desde el pasado jueves. Le faltó añadir que si le echaban de menos, podían verle en estos ocho extraordinarios episodios, escritos y dirigidos por Steve Zaillian. Claro que igual a los espectadores que siguen anclados en Fleabag les cuesta enfrentarse a su cura sexy convertido en el psicópata, estafador, mentiroso compulsivo, rencoroso –casi le podríamos dedicar Ese hombre de Manuel Alejandro– que imaginó Patricia Highsmith hace casi 70 años y que ahora vuelve a nuestras pantallas más descarnado que nunca.

El Tom Ripley de Ripley pierde todo el atractivo que le aportó Alain Delon en A pleno sol y el matiz más sensible que le dio el aseado Matt Damon, y se convierte aquí en un personaje mucho más amargado y resentido que sus encarnaciones previas. Todo en Ripley es más seco y prosaico: Dickie es más incauto, Marge es más ignorada, la policía es más incompetente. Ripley se cansa de subir escaleras –la constante de las escaleras en la serie casi podría ejemplificar el atajo en el ascensor social que pega su protagonista, crímenes mediante–, y comete torpezas de las que en algunos casos le libra el azar. El blanco y negro de la serie –fotografía fabulosa de Robert Elswit–, que rebaja la gran belleza italiana, viene a redundar en esa intención. Zaillian ha contado que para tomar la decisión cromática se inspiró en la portada de su edición de El talento de Mr Ripley, presidida por una foto en blanco y negro, y que su intención con ello era oscurecer la historia. Lo consigue.

Es paradójico que la factoría del true crime que se ha empeñado en ser Netflix ahora nos traiga una adaptación tan sobresaliente de una ficción criminal: deja a la mano de cualquiera abrir las cortinas de su catálogo y darse cuenta de que la realidad solo aporta morbo. Los peores crímenes ocurren en la cabeza de los mejores escritores.

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