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SERIES
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

‘Better Call Saul’ y la estética de la crueldad

Este martes se estrena la sexta y última temporada de la serie. Un tren de episodios que pueden dirimir ese debate entre quienes creen que ha superado a ‘Breaking Bad’, su nave nodriza, o no

Bob Odenkirk y Rhea Seahorn 'Better Call Saul'. En vídeo, tráiler de la sexta y última temporada de la serie.
Sergio del Molino

Se me hace muy difícil creer que llega el final de Better Call Saul. No solo porque no me canso de sus planos largos y de esas composiciones terrosas que parecen pintadas al óleo, ni porque sufra por anticipado el síndrome de abstinencia de sus personajes, sino porque sé que Vince Gilligan no quiere acabarla. El otro creador, Peter Gould, tampoco, pero lo de Gilligan es peor: ha trascendido su condición de guionista, de productor e incluso de creador, en el sentido literario, para devenir un demiurgo. Con Breaking Bad fundó un universo, un Nuevo México de ficción, un país en la frontera de todas las fronteras con una capacidad de expansión infinita y autónoma. Better Call Saul iba a ser al principio una comedia de capítulos de media hora. Luego fue una serie dramática, pero de una sola temporada. El plan era que, tras un par de episodios, Gilligan dejase los trastos en manos de su socio Gould para que rematase la broma, pero algo lo atrapó. Como sus personajes, se vio metido en un mundo del que no podía escapar, y lo alimentó, temporada tras temporada.

Este martes se estrena la sexta y última en Movistar Plus+, que tendrá dos partes, pero hay indicios sobrados de que el universo de Breaking Bad saldrá por otro sitio —espero que por un sitio más digno que el aburrido y mediocre largometraje El Camino—: son muchos los personajes de los que puede brotar una madeja nueva. De momento, tenemos por delante un tren de episodios que pueden dirimir ese debate no siempre galante entre quienes creen que Better Call Saul ha superado a su nave nodriza o no.

Series abril 2022
Bob Odenkirk, en la última temporada de 'Better Call Saul'.

El comienzo de la sexta temporada, del que he podido ver los dos primeros episodios en pase de prensa, arma de razones a los que creen que sí. Hasta ahora, todas las temporadas habían empezado con una secuencia en blanco y negro en la que, mediante prolepsis o flash forward (salto temporal hacia el futuro), se cuenta la vida de Saul Goodman después del desastre del final de Breaking Bad, con otra identidad (Gene) y un empleo cutre en un centro comercial. En la temporada anterior, un taxista le había reconocido, lo que le obligó a “encargarse” del asunto. Quienes deseen saber de qué modo lo hizo, se quedarán de momento con las ganas, porque la primera secuencia de apertura es un flash forward en color donde una cuadrilla de transportistas desmonta la casa —lujosísima y hortera, con váter de oro incluido— de Saul. Es un comienzo mucho más conceptual, que renuncia a la única concesión a la intriga que resistía en una serie que nació contra el cliffhanger (final con suspense) y el qué pasará después (y es, por tanto, casi inmune al spoiler: conocemos bien el final).

Las dos historias que se han contado hasta ahora en paralelo confluirán en 13 episodios hasta el punto donde empezó Breaking Bad. La trama de los abogados, protagonizada por Jimmy McGill, ya convertido en Saul Goodman, y la de los narcos, que aglutina el personaje de Mike Ehrmantraut. Con la ayuda de su mujer, Kim, Saul va a ejecutar uno de sus planes delirantes para destruir la carrera de Howard Hamlin y consumar su venganza contra todos los que le humillaron y le impidieron tener una carrera de abogado normal. Muerto su hermano mayor, Hamlin es la siguiente pieza sacrificial. Mientras, los narcos siguen metidos en su guerra: Lalo Salamanca escapó a la trampa que le tendió Nacho Varga, que vaga por el desierto mexicano mientras le buscan los dos bandos, el de Gus y el de Don Héctor. El segundo capítulo, que narra esa fuga desesperada, contiene algunas de las mejores escenas de acción de la serie, que se transforma sin complejos en lo que siempre ha sido, aunque esté camuflado: un wéstern.

Tanto Breaking Bad como Better Call Saul narran la frontera como ese territorio donde el ser humano se encuentra solo, sin una civilización que lo ampare. Pero, si Walter White es un monstruo que tiene que descubrir su propia monstruosidad, pues se engaña a sí mismo creyendo que el daño es reversible, Jimmy McGill es encantadoramente ambiguo y, por ello, mucho más humano que el protagonista de la primera serie (aunque ambas son bastante corales, se vencen ante el peso de los dos protagonistas, sin los cuales, no habría estructura). La metamorfosis de Walter White en el emperador de la droga incluyó atributos de villano de cómic, como la calva, la perilla y el sombrero. La transformación de Jimmy McGill en Saul Goodman es, en cambio, una inmersión en un pantano kitsch. En el primer capítulo de esta temporada, Saul alquila un coche y se lo enseña a Kim, que ironiza: “Así que Saul Goodman conduce un Ford marrón normal. ¿No crees que debería conducir algo con un poquito más de… estilo?”. McGill se esfuerza por encontrar el tono justo de cutrez y estridencia para un personaje que construye con cuidado, como el Arlequín de la comedia del arte, mientras que White deja salir lo que ya llevaba dentro. Uno se pone una máscara con mucho colorido y lucecitas; el otro, se quita la costra de la civilización para liberar un animal macho y agresivísimo.

En el cruce de estos dos caminos, Better Call Saul brilla más que su serie madre, al descubrirnos algo peor que la maldad. Superado el tabú televisivo de que el protagonista sea el villano y no se redima ni flaquee en su caída al infierno, Vince Gilligan propuso un protagonista indefinido, que no se puede colocar en el cajón de los buenos ni de los malos, aunque tienda a caer en el segundo. A veces parece que Saul se rige por un código moral, pero al rato se muestra cínico. Tiene instantes de generosidad y grandeza seguidos de mezquindad mayúscula. Puede amar y odiar con intensidad trágica, y muchas veces es imposible discriminar si es una víctima o un victimario. Para escribir seis temporadas de un personaje que nació como bufón unidimensional hacen falta un talento y una obsesión dignos de un emperador de la droga.

Quedan 13 episodios para incomodarse en la belleza de una hormiga trepando por el pulgar de un cadáver que se pudre bajo el sol mexicano, en un plano microscópico que se ensancha hasta abarcar todo ese universo de no-lugares, de frontera interminable que no linda con nada civilizado. O en la exquisitez con la que un sicario cae muerto en la piscina vacía de un motel perdido. O para sonreír cuando el viejo Don Héctor Salamanca toca su campanilla, símbolo de debilidad y terror a la vez. Quedan 13 episodios para regodearnos en esta grandiosa estética de la crueldad.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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