Un segundo cerebro idiota
Pronto tampoco será necesario sentarse en el ordenador a clasificar notas. Si les dejamos, los dispositivos físicos de IA, grabarán y documentarán nuestra vida. La misma tecnología que nos sepultará en datos también se ofrece a rescatarnos
Por algún motivo, a la gente le extraña que tenga una base de datos con mi ropa de cama. Dejando aparte almohadas, toallas y juegos para invitados, también inventariados, el censo arrojó el resultado de tres fundas nórdicas de 1,60, dos bajeras de 1,60 y una de 1,50, y una encimera de 1,40. Teniendo en cuenta que mi cama es de 1,50 y no uso encimera, pude concluir que el ajuar no está del todo optimizado y tomar medidas al respecto.
Monté la base de datos en Notion, un programa de organización personal y profesional total que funciona como una Wikipedia, creando y relacionando páginas e...
Por algún motivo, a la gente le extraña que tenga una base de datos con mi ropa de cama. Dejando aparte almohadas, toallas y juegos para invitados, también inventariados, el censo arrojó el resultado de tres fundas nórdicas de 1,60, dos bajeras de 1,60 y una de 1,50, y una encimera de 1,40. Teniendo en cuenta que mi cama es de 1,50 y no uso encimera, pude concluir que el ajuar no está del todo optimizado y tomar medidas al respecto.
Monté la base de datos en Notion, un programa de organización personal y profesional total que funciona como una Wikipedia, creando y relacionando páginas entre sí. Como ha quedado claro, lo utilizo para todo: proyectos, facturas, citas médicas, podcasts o libros o películas pendientes. Antes probé Obsidian, otra compleja aplicación basada en etiquetas e hipervínculos donde intenté crear un corpus de lecturas, escritura y notas de trabajo, y que nunca actualizo. Ambos programas son ejemplos de “segundo cerebro”, un precioso término popularizado por el autor Tiago Forte (Crea tu segundo cerebro, Reverte). “Al descargar nuestro pensamiento en un segundo cerebro, liberamos nuestro cerebro biológico para imaginar, crear y simplemente estar presente”, promete, y suena paradisíaco para quienes vivimos infoxicados.
Supongo que comenzamos a resolver cuestiones cotidianas con métodos complejos cuando nos abrumó poder acceder a toda la información del mundo. Y que por eso ahora, cuando está a punto de volver a multiplicarse ese volumen con la inteligencia artificial, revivimos conceptos como mémex (un archivo personal electromecánico ideado en 1945), los sistemas de fichas —en alemán, Zettelkasten—; los modernos PKMS (sistemas de gestión personal de conocimiento); los “jardines digitales” que intentan llevar nuestros mundos interiores a la web; o los diarios y libros de notas que siempre acompañaron a los artistas. Todos intentan resolver la paradoja de que la innovación surge más por asociación o casualidad que por el orden. Almacenar no es pensar.
Pronto tampoco será necesario sentarse en el ordenador a clasificar notas. Si les dejamos, los dispositivos físicos de IA, como el broche de solapa de la empresa Humane, grabarán y documentarán nuestra vida. La misma tecnología que nos sepultará en datos también se ofrece a rescatarnos. Por ejemplo, Mem, otro programa de moda, crea un chatbot con quien conversar sobre tu propio material. No será tan fácil: si la IA nos ahoga con ideas, advirtió el periodista Ezra Klein, perderemos el tiempo verificándolas y seleccionándolas.
Es posible que crear una base de datos de ropa de cama sea solo una distracción sofisticada, un solucionismo tecnológico más propio de una empresa enferma de complejidad que de individuos sensatos. Reconozco, quiero decir, que quizá sea una estupidez que podía haber resuelto con papel y lápiz. El debate sobre si los dispositivos de almacenamiento externos al cuerpo humano mejoran o empeoran la inteligencia es tan viejo como Sócrates, que desconfiaba de la escritura. Lo pone en su boca Platón en Fedro: “He descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener” (...) —Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias”.