Columna

¿Qué es lo normal?

Incumplir un programa electoral lleva a una derrota en las elecciones. Incumplir la promesa de futuros grandiosos puede llevar a desencantos mayores, de más riesgo

Javier Milei, en la noche de su victoria electoral en Argentina, el pasado 19 de noviembre.Tomas Cuesta (Getty Images)

Ahora que se habla tanto de los ministros, me acordé de uno que lo fue de Industria, José Montilla, que luego de eso fue president de Cataluña. Para las elecciones en las que aspiraba a revalidar el puesto, sus estrategas pensaron un lema que pudiera volver atractivo a un candidato plano y sin relieves y, después de varias pruebas, optaron por presentar a Montilla como un hombre normal. Las juventudes del PSC le crearon h...

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Ahora que se habla tanto de los ministros, me acordé de uno que lo fue de Industria, José Montilla, que luego de eso fue president de Cataluña. Para las elecciones en las que aspiraba a revalidar el puesto, sus estrategas pensaron un lema que pudiera volver atractivo a un candidato plano y sin relieves y, después de varias pruebas, optaron por presentar a Montilla como un hombre normal. Las juventudes del PSC le crearon hasta un eslogan, con una viñeta en la que parecía un superhéroe: “El increíble hombre normal”. Aquellas elecciones, Montilla las perdió.

Con los años, Mariano Rajoy se definió también a sí mismo como un político de lo más previsible y normal, dando por hecho que habíamos llegado al punto en que la normalidad era un valor. También dijo —lo dijo así— que los votantes distinguirían a los buenos y a los malos y que había que hacer política para adultos.

Ahora que Donald Trump pretende volver a gobernar los Estados Unidos, Javier Milei ha ganado las elecciones argentinas y ha dejado al peronismo en sus peores registros. Milei se ha presentado ante el electorado, motosierra en mano, como lo opuesto a un político normal: sin su discurso estridente y sin contar que le habla a su perro muerto resultaría poco probable que hubiera llegado adonde acaba de llegar. Para entender su éxito, Andrea Rizzi ha hablado aquí de la frustración y de la ira que impulsan y explican el nacionalpopulismo en el mundo y, en la misma noche electoral, el diario argentino La Nación usó la expresión hartazgo. Ocurre que todas esas palabras, que no son nuevas ni aparecen de pronto, nos llevan a un territorio que no es político ni ideológico, o no es ninguna de esas cosas y nada más: es, sobre todo, emocional. La frustración y la ira quedan muy cerca del miedo y del odio, que son material maleable.

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Decretada la muerte de las ideologías y vaciadas de significado las palabras gruesas que desgastaron en las tribunas —fascistas, traidores, golpistas y tantas más—, la política se arrellana en el campo emocional, en el que, más que por principios, tratarán de ganar apoyos por identidades. Y no tanto a favor, sino en contra: ante un enemigo común. Quizá eso vaya a ser en adelante lo normal o ya lo sea, si la idea que más mencionan las crónicas que hablan de España es la polarización. Ahí mismo estamos, entre las páginas de una novela de pasiones. También aquí, al final de su columna sobre el momento patrio, Claudi Pérez dejó escrito: “Más Ilustración y menos Romanticismo”. Al cabo, incumplir un programa electoral lleva a una derrota en las elecciones. Incumplir la promesa de futuros grandiosos puede llevar a desencantos mayores, de más riesgo. Conviene tenerlo en cuenta, por si se normaliza.

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