La amnistía, cuestión de fe

Sánchez no ha hecho pedagogía alguna sobre la medida de gracia, como si no tuviera otra opción que precipitarse y concederla

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la segunda jornada de la investidura celebrada en el Congreso.Javier Lizon (EFE)

Lo que se nos pidió el miércoles durante la investidura de Pedro Sánchez fue un acto de fe. Creer que la amnistía va a conseguir lo que promete la proposición de ley: “Garantizar la convivencia dentro del Estado de derecho, y generar un contexto social, político e institucional que fomente la estabilidad económica y el progreso cultural y social tanto de Cataluña como del conjunto de España, sirviendo al mismo tiempo para la superación de un conflicto político”. Resulta difícil ...

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Lo que se nos pidió el miércoles durante la investidura de Pedro Sánchez fue un acto de fe. Creer que la amnistía va a conseguir lo que promete la proposición de ley: “Garantizar la convivencia dentro del Estado de derecho, y generar un contexto social, político e institucional que fomente la estabilidad económica y el progreso cultural y social tanto de Cataluña como del conjunto de España, sirviendo al mismo tiempo para la superación de un conflicto político”. Resulta difícil estar en contra de una herramienta cuyo propósito es terminar, por fin, con un conflicto que ha dividido a Cataluña en dos, y que ha enfangado la vida política desde el mismo momento en que las fuerzas independentistas decidieron saltarse la ley. El problema es que nadie sabe a ciencia cierta si, tal como se han hecho las cosas, ese propósito va a conseguirse.

Así que crees o no crees. El partido socialista, a través de algunos de sus líderes más importantes, llevaba tiempo diciendo que la amnistía no cabía en nuestro ordenamiento jurídico y que no era partidario de concederla. Es lícito cambiar de opinión, y lo que fuerza que se produzcan cambios tan radicales de criterio suele tener que ver con una urgencia tan evidente como es la de conseguir apoyos para conservar el poder. Y de eso va la política, de ocupar el poder para, por ejemplo, y tal como explicó Sánchez, perseverar en implantar medidas progresistas ante el avance de las fuerzas reaccionarias. Un relato de los unos contra los otros: sin puentes, sin matices.

En una iniciativa tan ambiciosa como conceder una amnistía hubiera tenido sentido intentar incluir al principal partido de la oposición, porque para pasar página de cuanto ocurrió durante el procés son necesarios acuerdos amplios y transversales. No ha sido así. En esa hipótesis del “reencuentro total” entre Cataluña y el resto de España, al que apuntó Pedro Sánchez, no cabe una fuerza que tuvo más de ocho millones de votos en las últimas elecciones. Y en lo que está ocurriendo ya hay demasiado ruido y furia, demasiadas hipérboles que apuntan a que España se rompe o que va a convertirse en una dictadura. Y la intolerable violencia que se ha manifestado en los asaltos a diferentes sedes socialistas.

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Se esperaba que los socialistas explicaran por qué defienden ahora la amnistía. Lo poco que han contado en términos políticos se puede encontrar en lo que firmaron en el acuerdo con Junts, en el que lamentablemente comparten el relato independentista sobre el procés, consideran necesario un mediador internacional que esté encima de lo que vaya a hacerse en una mesa de negociación y hablan de lawfare. Sánchez no ha hecho pedagogía alguna sobre la amnistía, como si no tuviera otra opción que precipitarse y concederla.

En el Panchatantra —Kalila y Dimna (Acantilado)—, esa colección de narraciones en las que se trataba hace siglos en la India sobre lo divino y lo humano, se habla del rey Dazbelim, que descubrió el tesoro de una guía de 13 puntos para ser un buen rey. El quinto punto dice: “No te precipites nunca en los negocios. Antes de ejecutar cualquier empresa, hay que pensar y examinar en detalle la estrategia a seguir. Las cosas hechas con precipitación no suelen terminar bien. Se arrepiente en vano quien no recuerda lo que hizo mal”. En esas andamos, y el atolondramiento es tan grande que cuanto pueda decirse queda viejo enseguida, superado. Y no cuenta.


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